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sus ochenta y no tenía hijos. Sin embargo, Dios le había prometido descendientes, y Abraham creyó en la promesa de Dios.

      Cuando usted observe de cerca la travesía de fe de Abraham, verá que no todo fue sencillo; él enfrentó muchos desafíos en su caminar con Dios. Experimentó duda y temor. Batalló contra sus propios demonios internos. Fue hacia la izquierda cuando Dios le dijo que fuera a la derecha. Falló y pecó. A menudo estuvo tentado a abandonar su fe en Dios, pero Dios dijo: «¡Sigue contado estrellas, Abraham! Sigue confiando en mis promesas».

      La razón por la que Abraham es una figura central del Antiguo Testamento es porque perseveró en su fe. Continuó contando estrellas a pesar de las circunstancias. Todo lo que Abraham tenía para continuar eran las palabras de Dios habladas a su propio corazón. Abraham no tenía una Biblia. No tenía un pastor, un grupo de estudio bíblico ni un sitio web cristiano que le ayudara a comprender las palabras de Dios. Lo único que tenía eran las palabras del Dios todopoderoso, habladas directamente a él, diciendo: «Yo sé que no tienes estrellas justo en este momento, pero comienza a contar estrellas de todas formas».

      La primera noche en que Dios sacó a Abraham de su tienda y le mostró el cielo nocturno, el dosel de estrellas en lo alto se convirtió en el símbolo duradero de la confianza de Abraham en Dios. Esas estrellas fueron el símbolo centellante de la luminosa fe de Abraham en Dios hasta el día en que exhaló su último aliento.

      Atrapados en Harán

      La historia de Abraham comienza con los últimos versículos de Génesis 11. El nombre que se le dio a Abraham al nacer fue Abram, que significa «padre exaltado» en el idioma hebreo. Dios cambiará el nombre de Abram a Abraham («padre de una multitud») cuando tenga noventa y nueve años y reciba el pacto de la circuncisión.2 A lo largo de este libro, para evitar la confusión, lo llamaré por su último nombre, Abraham.

      Nació en la ciudad de Ur de los caldeos, en la ribera sur del río Éufrates en la baja Mesopotamia, la tierra hoy conocida como Irak. Su padre fue Taré y sus hermanos fueron Nacor y Harán (el padre de Lot). Josué 24:2 nos dice: «Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños». La esposa de Abraham se llamaba Sarai (después sería llamada Sara), y no podía concebir un hijo.

      En Génesis 12, Dios le dice a Abraham:

      .. .Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. (vv. 1-3)

      De modo que Abraham, su esposa Sarai, su padre Taré y su sobrino Lot partieron hacia Canaán, pero algo sucedió en el camino. Se detuvieron en la ciudad asiria de Harán en la alta Mesopotamia. Hoy, usted puede visitar las ruinas de Harán, localizadas cerca de la aldea de Altinba^ak, al sur de Turquía. En el tiempo de Abraham, Harán era una ciudad bulliciosa y rica, un sitio de actividad religiosa, cultural y comercial. Aunque Dios había llamado a Abraham a la tierra de Canaán, él y su familia se detuvieron y se quedaron en Harán.

      La Biblia no nos dice por qué se establecieron ahí, pero las razones no son difíciles de adivinar: Harán es una ciudad mundana y emocionante, la versión del mundo antiguo de Las Vegas. Probablemente no fue Abraham quien escogió establecerse en Harán; eso casi con certeza fue decisión de Taré. El padre de Abraham, un hombre que «servía a dioses extraños», fue atraído por la mundanalidad, la gente y la vida nocturna de Harán. Era una ciudad llena de templos y altares a falsos dioses. Abraham no estaba de acuerdo con su padre, pero respetó sus deseos. Así que, incluso aunque Dios había llamado a Abraham a la tierra de Canaán, Taré y toda su familia fijaron su residencia en Harán.

      Abraham y Sarai permanecieron atrapados en Harán hasta que Taré murió.

      Un lugar de transigencia y confusión

      La vida de Abraham es un espejo de la suya y la mía.

      Como Abraham, cada creyente, cada seguidor del Señor Jesucristo, ha sido llamado por Dios para salir del antiguo país del pecado e ir a una nueva tierra, una tierra prometida. Todos nacimos en el país del pecado. Nacimos de espaldas a Dios, en una condición de rebelión, con corazones que eran indiferentes y hostiles hacia Él. Nuestra vida precristiana fue nuestro Ur de los caldeos.

      Dios nos llamó y nos dijo: «Ven y sígueme. Deja tu vida de pecado, aléjate de tus viejos caminos. Despójate de tu egoísmo, obstinación y rebelión, de tu confusión y desamparo, y comienza a caminar en el camino que te mostraré. Perdonaré tus pecados por la sangre derramada de mi Hijo, Jesucristo. Sanaré tu espíritu herido y tu alma lastimada. Te daré una nueva identidad. Te daré un corazón que desee obedecerme. Te adoptaré como mi hijo, y te convertirás en heredero de todo lo que pertenece a Jesús. Esa es mi promesa para ti, más cierta y confiable que las estrellas del cielo. Desde ahora en adelante, quiero que cuentes las estrellas, porque las bendiciones que derramaré sobre tu vida serán más numerosas que las estrellas de los cielos».

      Cuando usted toma la decisión de seguir a Cristo, y ha pasado de muerte a vida eterna, de condenación a perdón, ese es el mensaje que Dios ha hablado a su vida. Puede no haber escuchado el mensaje en esas palabras. Puede no haber comprendido lo que Dios le estaba diciendo. Pero ese fue su mensaje para usted al darle la bienvenida en su familia eterna.

      Quizá comenzó su nueva vida en Cristo con un sentimiento de gozo y emoción. Pudo haber pensado: ¡Qué emocionante es conocer a Jesús! ¡Qué aventura es pertenecer a Él! Y usted comenzó a contar las estrellas de bendiciones que Dios estaba derramando sobre su vida. Él lo llamó a salir de Ur y puso sus pies con dirección hacia la tierra prometida, hacia Canaán. Usted estaba emocionado de estar en su nuevo caminar con Dios.

      Pero a lo largo del camino, algo sucedió: lo mismo que le sucedió a Abraham. Después de rendir su vida a Jesús y de experimentar el gozo de conocerle, la emoción se desgastó. Se halló a sí mismo empantanado en la mitad de su travesía. Se halló a sí mismo en Harán.

      ¿Qué es Harán? Es un Las Vegas espiritual. Es un lugar de transigencia, confusión y pecado. Es un lugar de obstrucciones y barricadas espirituales, un lugar en donde usted pierde su gozo y la voluntad de avanzar hacia Dios. Es un lugar de estancamiento, un lugar en el que su caminar espiritual llega a un alto.

      Dios lo salvó de Ur para que pudiera tener una vida victoriosa en Canaán. Lo bendijo con todas las ricas bendiciones de Canaán. Como nos dice el apóstol Pablo, la voluntad de Dios es que usted pueda continuamente crecer y cambiar «de gloria en gloria», y que cada nuevo día se vuelva más y más como Cristo.3

      No obstante, está aquí, atrapado en Harán, varado en Las Vegas espiritual.

      Comenzó bien cuando le dijo que sí a Jesús. Pero poco después, comenzó a mezclar lo antiguo con lo nuevo. Se estableció la transigencia. Comenzó a conformarse con la mediocridad de una fe poco entusiasta. ¿Cómo escapa de Harán? ¿Cómo escapa de las garras de Las Vegas espiritual y regresa al camino a Canaán? ¿Cómo sale de la zanja y regresa a ese plano más elevado de fe y gloria?

      No transija con el mundo

      Cuando Dios llamó a Abraham, él estaba empapado de la adoración a falsos dioses. La idolatría había hundido sus garras profundamente en el alma y la carne de la familia de Abraham. Muchos cristianos asumen que la gente cuyas historias se narran en la Biblia fueron súper santos. ¡No es verdad! Eran personas de carne y hueso que fallaban y pecaban, tal como usted y como yo lo hacemos. Eso definitivamente es cierto respecto de Abraham y de su familia.

      En Génesis 29 al 31, hallamos la historia del nieto de Abraham, Jacob, y su matrimonio con Lea y con Raquel, las dos hijas de Labán, el sobrino nieto de Abraham. Labán había engañado a Jacob para que trabajara para él por catorce años como una dote por Raquel. Después, persuadió a Jacob de trabajar seis años más después de que terminaron los catorce. Finalmente, Jacob decidió que ya había tenido suficiente, y tomó a sus dos esposas, sus sirvientes y sus posesiones y huyó.

      Antes

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