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a la gran escala y a la agricultura química y de monocultivos, con un urbanismo desmesurado y con la glorificación de las tecnologías de punta. Y todo ello en aras de un progreso indefinido y en beneficio de la reproducción indefinida de un sector parasitario y partidocrático, adueñado del manejo de la cosa pública. Vivimos de esa forma, un desarrollo que en aras del crecimiento no duda en sacrificar ecosistemas, memorias y culturas, ni en profanar ropajes y relatos que alguna vez fueran revolucionarios. Paradójicamente, este modelo suicida es sostenido en la actualidad por un gobierno que, en buena medida proviene de las izquierdas ideológicas de los años setenta. Sin embargo, tal vez, la paradoja no sea tal, si nos aventuramos en la hipótesis de que en el propio corazón del marxismo o al menos en su modo de arribar a nuestro continente, anidaba esa misma propuesta de modernidad que, inexorablemente fue siempre tardía, imitativa y periférica.

      Existe una leyenda que se ha construido desde el poder y que hoy repite una gran parte de la sociedad argentina. En este relato se conjugan derechos humanos, el sueño de la patria socialista, la memoria de las diversas militancias, los maravillosos años setenta, el camporismo, la imagen tergiversada sobre la visión de John William Cooke y toda una gama de fuegos de artificio que hoy se despliegan para apuntalar la idea de que, se estaría llevando a cabo, aquella revolución que soñó la llamada generación del setenta. Sin embargo, la leyenda aunque mil veces repetida por la hegemonía mediática del sistema, no alcanza a ocultar que, lo que subyace bajo este relato es la miseria de un modelo dictado por las corporaciones transnacionales y los mercados globales; un modelo que supo aprovechar los favorables términos del comercio internacional para fogonear una fiesta de los sectores medios y un extendido asistencialismo para los sectores más pobres, a los que buscó incapacitar tanto para el trabajo cuanto para la rebeldía. Esa leyenda también necesita contar con sus propios héroes y, gracias a los intelectuales orgánicos del modelo y a su hegemonía comunicacional, muchos devendrán en íconos revolucionarios si son útiles al relato encubridor que se nos propone. Esa necesidad de mitos para un discurso progresista busca generar en la Cultura popular, el consenso necesario para avalar las políticas impuestas por el modelo que hoy nos rige y que en un mundo al borde mismo del abismo, podríamos comparar con una fiesta sobre la cubierta del Titanic.

      En esas maniobras que procuraban legitimar al progresismo y sus apuestas por el Crecimiento, han sido de la mayor importancia, las transformaciones de los derechos humanos en instrumentos de disciplinamiento social y de enajenación del pensamiento político, ya que han facilitado colocar las miradas y las preocupaciones sobre el pasado, mientras se ignoran muchas de las miserias del presente.

      La cooptación de los grupos de derechos humanos, mediante políticas dadivosas en subsidios, distinciones y privilegios de todo tipo, así como facilitando su participación en el aparato funcionarial y hasta en la implementación de negocios turbios, tales como los ensayados con las madres de Plaza de Mayo y Schoklender, permitió sostener con antiguos prestigios a las nuevas políticas colonizantes. El vocerío progresista y la imposición de antinomias extremas, ayudaron en la necesidad de ocultar las nuevas resistencias y facilitaron que se naturalizaran las colonialidades expresadas por los Agronegocios, la sojización, la megaminería y por último, el fracking.

      Es por ello que hallamos en el libro de nuestro amigo Brewster, reflexiones y respuestas que necesitábamos y que consideramos oportunas a la generación de los nuevos pensamientos que nos preocupa generar como GRR. Por otra parte, creemos que, no ha sido casualidad que esas reflexiones nos llegaran cuando más las necesitábamos. Somos conscientes que la Globalización y los procesos extractivos y agro exportadores guiados actualmente en nuestra América por muchos exponentes del paradigma que fuera revolucionario en los años setenta, nos han interpelado en los últimos quince años, de una manera muy fuerte y decisiva, acerca de los límites de nuestras convicciones y en especial acerca de nuestra aspiración a generar una sociedad más justa. Presentimos que nos encontramos en el final de una era que culmina entre estertores sociales, crisis globales y cambios climáticos acelerados; y que para enfrentarla necesitamos con urgencia de nuevos pensamientos. Nos hemos formado sin embargo en las lógicas de la Modernidad y del eurocentrismo, nos cuesta imaginar que otros mundos sean posibles y a la vez diversos, nos cuesta aceptar que este camino por el que vamos, nos conduce inexorablemente a la catástrofe y a la extinción masiva, determinada por la mano del hombre moderno, por el poder del conocimiento y la apropiación y privatización de los conocimientos a una escala tecnológica desmesurada.

      El libro de Brewster se propone justamente recuperar el respeto a las culturas y a la naturaleza. Critica la idea de los “derechos” que son parte del imaginario eurocéntrico y que la mayoría de los pueblos no europeos ni siquiera conocían en sus vocabularios originales. Los derechos son en última instancia, algo que el poder nos puede otorgar o quitar cuando lo necesite, y es por ello que, la idea de los derechos no es respetuosa de la existencia misma que merece, tanto el ser humano como la naturaleza. Definitivamente, y en especial luego de leer a Brewster, estamos convencidos que, no es desde ellos que podemos construir el mundo que soñamos. Sin embargo, debemos anticipar que, para comprender lo que expresa Brewster, es necesario liberarnos de los paradigmas que nos han atrofiado la comprensión de lo nuestro, mediante la educación eurocentrista y la ideología neoliberal anglosajona. En muchos sentidos, la lectura de este libro requerirá en sí misma, un esfuerzo de agilidad y valentía, será asimismo, un ejercicio que nos abrirá caminos para rescatar lo americano en nosotros mismos, una gimnasia que nos volverá más humanos y que en la recuperación de la Cultura con mayúscula de que nos hablaba Rodolfo Kusch, nos permitirá alimentar las esperanzas de lograr alguna vez un rostro propio.

      Jorge Eduardo Rulli

      Introducción de la versión en castellano

      El uso generalizado del lenguaje de los derechos en la búsqueda de la justicia social es, sin duda, bien intencionado, pero es cuestionable que pueda dar resultado. De hecho, yo sugiero que el concepto de derechos no es sinónimo de justicia social, sino que es un concepto profundamente antisocial que surge de la cultura occidental sumamente individualista.

      Lo que argumento en este libro es que el lenguaje de los derechos es una fuerza colonizadora que transforma a la autonomía en dependencia y a las relaciones sociales en individuales. Mis derechos reemplazan a nuestro bien. La moral y la responsabilidad personal se transforman en ley y legalismo.

      La responsabilidad tiene que ver con las relaciones sociales. Se trata principalmente de una práctica social y ética, no de un concepto jurídico. Sin embargo, el reemplazar a las responsabilidades por los derechos le ha servido a los ricos y poderosos para proveerles de una apariencia de principio moral —derecho a la vida, derecho al alimento, derecho a la tierra— mientras que ha ocultado la falta de acciones concretas para encargarse del objeto de los reclamos de los derechos, dejando, al mismo tiempo que las estructuras de poder permanezcan intactas. Una persona, una organización o un Estado pueden hacer una fuerte campaña para que se reconozca un derecho en particular en una declaración internacional —incluso una declaración de las Naciones Unidas— sin que nadie, en realidad, tenga que hacer nada para implementarla. Por cierto, normalmente se lucha por los derechos, percisamente, porque el Estado está violando la sustancia de los derechos que se reclaman.

      A pesar de la presunción generalizada en el Occidente, de que el individualismo y el concepto de los derechos son características culturales universales manifestadas, sobre todo, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, ni la palabra ni el concepto de derecho existen en el lenguaje y cultura de la mayoría de los pueblos del mundo. Esto no significa que los pueblos indígenas, por ejemplo, no hablen sobre derechos cuando hablan inglés, castellano o francés, pero lo hacen porque necesitan comunicarse con personas que dan por hecho que el concepto y el lenguaje de los derechos son universales.

      El título de la edición original de este libro en inglés es The Tyranny of Rights (La Tiranía de los Derechos). Fue escrito desde dentro de la cultura dominate de occidente a partir del deseo de explorar y explicar la manera en que se deforma la integridad cultural de los pueblos oprimidos y colonizados, al utilizar un lenguaje que pertenece a la cultura colonizadora.

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      INTRODUCCIÓN

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