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la sensación de que no me aburrirás nunca, mi querida Aimi.

      –No soy tu querida Aimi –protestó ella, afectada por el término cariñoso.

      –Aún no, estoy de acuerdo –concedió él.

      –¡Nunca! –exclamó ella, ya de mal humor.

      –Nunca se debe decir nunca –la miró a los ojos–. Yo mismo lo descubrí anoche. Habría apostado mucho dinero a que nunca me costaría dormir en mi vieja cama, pero comprobé lo contrario. Estuve inquieto toda la noche –aclaró, con sonrisa maliciosa y ojos chispeantes.

      –No puedes culparme a mí de eso –discutió Aimi, con los nervios a flor de piel. Era como si sus defensas se hubieran desvanecido por completo, dejándolo abierta a todo lo que él decía o hacía. No entendía por qué la habían abandonado cuando más las necesitaba.

      –¿No puedo? –sus labios se curvaron–. Fuiste tú quien elevó mi tensión sanguínea –arguyó, antes de tomar un sorbo de café.

      De alguna manera, Aimi consiguió mantener una expresión serena.

      –A mí no me hizo falta que me bajara la tensión. Me fui a la cama y dormí a pierna suelta –le dijo, cruzando los dedos mentalmente.

      –Hum –murmuró dubitativo, acariciándose la barbilla–. No eres lo que aparentas a primera vista. ¿Sabías que debía pasar ese fin de semana en América? Por suerte cancelaron la reunión en el último momento.

      –Para el deleite de todos –comentó ella con voz seca.

      –Bien dicho, Aimi –Jonas se rió–. Tienes mucho tacto. No me extraña que Nick hable tan bien de ti.

      –Hago cuanto puedo –contestó ella sin inmutarse y agradeciendo su rapidez mental.

      –Ah, llega la caballería –declaró Jonas, Aimi volvió la cabeza y vio a Nick con una bandeja–. Justo a tiempo, ¿eh?

      –Justo a tiempo, ¿qué? –preguntó Nick, que había oído el comentario. Puso un plato y una taza ante Aimi.

      –Tu llegada con la comida –contestó su hermano sonriente–. Aimi estaba a punto de comerse la mesa.

      –Siento haber tardado –se disculpó Nick.

      –No has tardado. Jonas te toma el pelo.

      –Es uno de sus hábitos –confirmó Nick.

      –Lo cierto es que estaba flirteando con Aimi y ella me lo estaba poniendo difícil –Jonas se enderezó en el asiento.

      –¡Bien por ti, Aimi! –aprobó Nick, guiñándole un ojo–. Demasiadas mujeres caen en sus brazos cuando chasquea los dedos –se sentó junto a ella y empezó a devorar su desayuno. Aimi lo imitó.

      –¿Cuándo descenderán las hordas sobre nosotros? –preguntó Jonas tras unos minutos de silencio.

      –A partir del mediodía. Luego seguirá lo de siempre. ¡Papá achicharrará las salchichas y hamburguesas, como es habitual!

      –¿Has estado en alguna de nuestras barbacoas? –le preguntó Jonas a Aimi.

      –No, ésta es la primera –admitió ella, divertida. Estaba un poco nerviosa por conocer a toda la familia. En otros tiempos había sido frecuente estar rodeada de extraños y unirse a la fiesta con entusiasmo. Pero desde aquel horrible día, disfrutar y reírse le había parecido mal. No podía comportarse como si nada hubiera ocurrido, siendo ella la culpable. Se habría odiado por ello, así que había evitado las fiestas, distanciándose de sus amigos de entonces. En el presente prefería cenas íntimas con gente a la que conocía bien.

      –Entonces te espera toda una experiencia –le dijo Jonas con humor.

      –Eh, ¿recuerdas la vez que…? –Nick chasqueó los dedos.

      Aimi dejó de escuchar a los hermanos, que iniciaron un divertido recuento de recuerdos. Se recostó en la silla y, mordisqueando el último cruasán, los contempló con atención. Se parecían mucho. Ambos eran hombres guapos, pero Nick tenía las facciones más suaves. Su cabello era castaño oscuro, el de Jonas negro. Nick exudaba calidez y amabilidad; sin embargo eran los rasgos duros de Jonas los que atraían su atención.

      Inesperadamente, Aimi deseó extender la mano y trazar los perfiles de su rostro para grabarlos en su memoria. Un deseo estúpido, desde luego. No quería recordarlo. Cuanto antes dejaran de verse, mejor. Sin embargo, al pensar eso, un pedazo de ella se sintió perdido. Miró su taza de café, confusa. No entendía qué había en él que la atrajese tanto. Él sólo buscaba sexo pero, aun así, tenía algo especial.

      Unas sonoras carcajadas llamaron su atención. Nick estaba doblado de risa y Jonas sonreía de oreja a oreja. Ella sonrió y sintió un leve pinchazo en el corazón.

      Un estruendoso silbido interrumpió las risas. Los tres se volvieron. Michael Berkeley estaba en el otro extremo de la terraza, llamándolos.

      –¡Venga, vosotros dos! Necesito músculos para preparar las mesas. ¡En marcha!

      Los hermanos se miraron con resignación y se pusieron en pie.

      –A papá le gusta dirigir a sus tropas –comentó Nick con cariño. Aimi sonrió al ver su expresión.

      –¡Diviértete! –le deseó, mientras él se alejaba. Jonas, retrasándose, atrapó su mirada. Tensa, alzó una ceja interrogante–. ¿Querías algo?

      –Sólo esto –contestó él. Rodeó la mesa y se inclinó para darle un beso en la mejilla.

      –¡Eh! –exclamó, con el pulso desbocado. Sentir el roce de sus labios en la piel la había dejado sin aire, era una sensación increíble.

      –Tengo que divertirme un poco –dijo Jonas sin asomo de arrepentimiento–. ¡Considéralo un adelanto! –después siguió a su hermano, dejando a Aimi sin habla.

      Ella contempló su marcha. El maldito hombre era perfecto. De espalda ancha, caderas estrechas y piernas largas y fuertes. No tenía sentido negarlo, pocos hombres podrían competir con él. De inmediato, se recriminó por haberlo pensado.

      Iba a tener que esforzarse más. Mucho más. Ya era malo que estuviera ocupando sus pensamientos; no permitiría que la tentara para romper su solemne promesa. Tenía que resistir.

      Capítulo 3

      Para hacer exactamente eso, Aimi terminó de desayunar y fue en busca de la biblioteca. Era una habitación maravillosa, llena de estanterías de libros con tapas de cuero. Pasó las horas siguientes echando un vistazo y tomando notas de los libros que le servirían para buscar la información que Nick necesitaba. Encontró un diario escrito por el bisabuelo de Nick, lo llevó a un sillón y se sumergió en él.

      –¡Ahí estás! –exclamó Nick entrando en la habitación, mucho después. Aimi alzó la cabeza sorprendida. Estaba tan absorta que no lo había oído llegar.

      –¿Me necesitas? –preguntó, bajando las piernas del sillón y poniéndose los zapatos.

      –Sí, ha llegado el resto de la familia. Comeremos enseguida –le dijo. Aimi se sintió un poco abrumada.

      –Sinceramente, Nick, dudo que tu familia quiera la compañía de una desconocida. Te seré mucho más útil quedándome aquí.

      –Los libros pueden esperar –refutó él, quitándole el diario y dejándolo en una mesa–. Quiero que te diviertas este fin de semana.

      Aimi permitió que la condujera al jardín. La barbacoa estaba dispuesta junto a la piscina, y allí se había congregado la familia. Nick presentó a Aimi a los diversos grupos que había alrededor de las mesas. Todos la recibieron con calidez y demostraron su fascinación por el libro para el que estaba ayudando a Nick a recopilar datos. Aimi consiguió relajarse y, en vez de simular que lo pasaba bien,

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