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como enólogo a la prestigiosa bodega ubicada en Hawkes Bay, en el costa este de Nueva Zelanda. Tal vez la cálida bienvenida de su padre. No todos los días el hijo pródigo volvía a casa.

      No había venido de muy lejos. La distancia era más afectiva que física. Vivía en el valle del otro lado de la colina y solía ir a cenar allí todos los jueves siguiendo una vieja tradición familiar. Pero desde aquella airada discusión que había tenido con su padre, no había vuelto a pisar la empresa vinícola en la que había trabajado tan duramente.

      Contempló la bodega. Las cubas de roble seguían oliendo tal como recordaba.

      –Heath…

      Todos los músculos se le pusieron en tensión al oír aquella voz a su espalda. Se dio la vuelta. Era Amy. Suspiró al verla. Había estado tratando de evitarla.

      Había una tímida sonrisa en sus labios de nácar. Tenía el pelo corto, de un color chocolate oscuro. Lucía unos pendientes de oro. Apenas llevaba maquillaje, solo el necesario para ocultar las ojeras que se vislumbraban bajo sus hermosos ojos ámbar. Parecía casi una colegiala con la camisa blanca de cuello barco y la falda azul marino.

      –¿Sí, Amy?

      –Taine acaba de llamar para decir que está enfermo. Dice que es solo algo una faringitis y que vendrá mañana al trabajo.

      –Está bien.

      –Dijo que le llamásemos para que nos informara de las tareas que tenía que hacer hoy.

      –Lo llamaré.

      –Gracias, Heath.

      –Es un placer –replicó él, pensando en lo que realmente sería un placer para él: tenerla en la cama, saborear sus labios rosados y carnosos…

      –¿Heath?

      –¿Sí? –respondió él, medio hipnotizado por sus bellos ojos dorados–. Lo siento, estaba pensando en localizar a Jim para decirle lo de Taine.

      Jim y Taine eran los dos operarios de confianza.

      –Solo quería ser la primera en darte la bienvenida –dijo ella, poniendo los labios como si fueran un capullo a punto de brotar.

      Luego se dio la vuelta y se alejó de él.

      Heath se quedó mirando su esbelta figura y su trasero respingón moviéndose al compás de la recatada falda azul marino. Contuvo una maldición.

      Acababa de regresar y ya se las había arreglado para conseguir enfadar a Amy Wright.

      Tampoco tenía que extrañarse de ello. Desde que había comprado a Ralph Wright, el padre de Amy, sus viñedos de Chosen Valley en bancarrota, había estado tan distanciado de ella y de su propia familia como lo estaban las colinas donde se asentaban ambas bodegas. Había incluso una demarcación entre ellas denominada La Divisoria.

      Él había intentado salvar la viña, pero su noble gesto había sido malinterpretado por Amy, que había visto en ello una señal de prepotencia y oportunismo. Y su propio padre, Phillip Saxon, lo había tomando como un intento de hacerle la competencia.

      Quizá su mala reputación impedía a los demás reconocer sus buenas intenciones. Por eso, había preferido mantenerse a distancia de Amy y de su familia desde entonces.

      Había vuelto porque Saxon´s Folly necesitaba un enólogo jefe. Caitlyn Ross, la anterior enóloga, se había casado con Rafaelo, el hermanastro de Heath, y emprendía una nueva vida en España.

      Por supuesto, su padre no le había pedido que volviera. Era demasiado orgulloso para eso. Había sido Caitlyn la que, deseando dejar Saxon´s Folly en buenas manos, se lo había pedido.

      Heath vio cómo Amy desaparecía por el vestíbulo. Se sentía extraño allí y sospechaba que su corazón podía volver a jugarle una mala pasada.

      Amy tuvo un día muy ajetreado. Faltaban solo tres semanas para el Festival de Verano de Saxon´s Folly que tenía lugar la víspera de Navidad, con motivo del inicio de la vendimia. Todo el mundo parecía haberse vuelto histérico. El teléfono no había dejado de sonar en toda la mañana: «Amy, ¿podrías pedir más velas para la ceremonia de los villancicos?», «Amy, ¿te importaría conseguir más folletos?», «Amy, no te olvides de contratar tres carpas para el festival», «Amy, ¡no te lo vas a creer! Kelly Christie acaba de llamar para decir que le gustaría hacer un reportaje del festival para su programa de televisión del día de Navidad».

      Llevaba así varias semanas. Dos meses, para ser exactos. Todo el mundo la llamaba para pedirle cosas. Todos menos Heath. El chico malo de los Saxon.

      Cerró los ojos. Tal vez fuera mejor así.

      –Amy, ¿sabes dónde está Alyssa…? ¿Te encuentras bien, querida?

      Abrió los ojos y vio a Megan, la hermana menor de los Saxon, mirándola con cara de preocupación.

      –Sí. Lo siento, me has pillado soñando despierta. Creo que ha ido a la ciudad con tu hermano.

      –¿Con Joshua?

      ¿Con quién si no? Joshua era el prometido de Alyssa.

      Vio un atisbo de tristeza en los ojos de Megan. Sin duda, debía estar pensando en Roland. Tragó saliva y miró hacia otro lado, tratando de contener las lágrimas.

      –Querida, no seas tan dura contigo misma. Date un respiro.

      –No, estoy bien. He tenido un día muy atareado, eso es todo. Una floristería de Auckland me llamó con mucha urgencia. Roland había encargado un ramo para mí… y querían saber los colores que había elegido para la boda a fin de poner los lazos a juego.

      –¡Oh, Dios mío! –exclamó Megan, llevándose la mano a la boca–. Lo siento mucho, querida.

      –Está bien, no es nada.

      –No, no está bien. Roland…

      –Está muerto. Ya no habrá ninguna boda.

      Ella no quería la compasión de nadie. Roland era el hermano adoptivo de Megan y Heath, aunque nadie lo había sabido hasta hacía un mes.

      –Amy, lo siento mucho –repitió Megan.

      –Yo también. ¿Quién podía imaginarlo?

      –Nadie. Todos esperábamos que os casaseis y fuerais felices.

      –Creo que tenía catorce años cuando decidí que me casaría algún día con Roland Saxon. Se lo dije cuando cumplí los dieciséis, pero él me contestó que era demasiado joven para él. Así que volví a repetírselo en la fiesta de mi decimoséptimo cumpleaños.

      Aquella noche de verano, él la había besado y ella había interpretado aquel beso como una promesa de amor y matrimonio.

      Era por entonces demasiado joven. Demasiado idealista.

      El teléfono móvil de Megan sonó en ese momento.

      –Será mejor que contestes –replicó Amy, sacando un pañuelo para secarse las lágrimas.

      Sonó también entonces el teléfono fijo de su mesa.

      –Saxon´s Folly Estate & Wines, dígame.

      Se trataba de una reserva para un grupo que quería hacer una cata de vinos.

      Tomó nota de los datos y colgó.

      Cuando Megan terminó de hablar por el móvil, vio que deseaba seguir con la conversación, pero ella no tenía ánimo para ello. Le dirigió una sonrisa y se puso a registrar la reserva.

      Cuando alzó la vista, vio que Megan se había ido.

      –Estoy preocupada por Amy.

      Heath se quedó inmóvil al escuchar la voz de Megan.

      Estaba contabilizando las botellas de vino por añadas de la bodega. Llevaban cosechando aquel vino desde que unos monjes españoles plantaron los viñedos

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