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mi huida. —De nuevo la sonrisita apretada—.Y hay un capítulo entero sobre el señor Steinman.

      Dana Campbell también sonrió y habló con voz suave:

      —El hombre que te encontró en la ruta 57.

      —Sí. Es mi héroe. Y el de mi padre, también.

      —Seguro. Tuvimos al señor Steinman aquí en el programa, poco tiempo después de tu terrible experiencia.

      —Sí, lo vi, y me alegró que tuviera el reconocimiento que merece. Me salvó la vida esa noche.

      —Así es. —Dana bajó la mirada a sus anotaciones antes de volver a sonreír—. No es ningún secreto que el país entero se ha enamorado de ti. Hay tanta gente que quiere saber cómo estás y cómo sigue tu vida ahora. ¿Encontrarán algo de eso en el libro? ¿Algo sobre tus planes para el futuro?

      Megan quitó la mano de debajo del muslo y la movió en el aire para ayudarse a pensar.

      —Hay mucho sobre lo que ha sucedido desde aquella noche, sí.

      —¿Contigo y tu familia?

      —Sí.

      —¿Y en cuanto a la investigación que se lleva a cabo?

      —Lo que sabemos hasta ahora, sí.

      —¿Es muy difícil para ti saber que tu secuestrador sigue libre?

      —Es duro, pero sé que la policía está haciendo todo lo posible para encontrarlo. —Megan se dijo que recordaría agradecerle a su padre esa respuesta. Se la había brindado la noche anterior.

      —Antes de que sucediera todo esto, estabas por comenzar los estudios en la Universidad Duke. Todos queremos saber si sigues con ese plan.

      Megan se pasó la lengua por el interior de los labios ásperos como papel de lija.

      —Emm… me tomé un año después de lo sucedido. Pensaba comenzar este otoño, pero no resultó. No pude… no pude organizar las cosas a tiempo.

      —Debe de ser difícil volver a la normalidad, desde luego. Pero entiendo que la universidad te ha dejado una invitación abierta para cuando estés preparada, ¿verdad?

      Hacía tiempo que Megan había dejado de cuestionarse la fascinación de la gente con su secuestro y su sed por conocer los datos escabrosos del cautiverio. Y ahora, ese deseo lujurioso de que prosiguiera su vida como si nada hubiera sucedido. Dejó de cuestionárselo cuando por fin comprendió el razonamiento que había detrás. Ingresar en la Universidad Duke y llevar una vida normal permitiría a todos los que saboreaban los detalles morbosos de su cautiverio sentirse bien consigo mismos. Para ellos, la normalidad de ella los alejaba de su propio pecado. Porque si ella se mostraba desequilibrada por lo sucedido, ¿cómo podían ellos o Dana Campbell desear tan intensamente adentrarse en los detalles perturbadores del secuestro? Si ella fuese una joven quebrada, con una vida hecha pedazos que nunca volvería a ser igual, la sed de ellos por su historia resultaría sencillamente inaceptable. No podían permitirse esa atracción por su relato si terminaba de algún modo que no fuera feliz. Sin embargo, si ella había sanado, si se veía que avanzaba gracias a su libro terapéutico y ocupaba un asiento reluciente en el aula de primer año de la Universidad Duke, y si se la veía exitosa… entonces todos podían retorcerse como gusanos en la suculenta carne de su perturbadora historia y alejarse volando limpios y perlados como mariposas.

      Era necesario que Megan McDonald fuera una historia de éxito: tan simple como eso.

      —Sí —dijo Megan por fin—. Duke me ha brindado muchas opciones para el próximo semestre, o aun para dentro de un año.

      Dana Campbell volvió a sonreír con mirada suave.

      —Bien, sé que has pasado por muchas cosas y que eres una inspiración para sobrevivientes de raptos en todas partes. Y no dudo que este libro será un faro de esperanza para ellos. ¿Vendrás a conversar con nosotros de nuevo más adelante? ¿A ponernos al tanto sobre tu vida?

      —Por supuesto. —Sonrisa apretada.

      —Megan McDonald, mucha suerte.

      —Gracias.

      Después de repetir para la audiencia dónde podía adquirirse el libro Perdida, la señora Campbell pasó a una pausa comercial y el estudio volvió a llenarse de voces provenientes de la zona a oscuras detrás de las cámaras.

      —Estuviste muy bien —dijo a Megan.

      —No me preguntaste sobre Nicole.

      —No hubo tiempo, querida, estábamos retrasados. Pero pondremos un enlace sobre Nicole en el sitio web.

      Y sin más, Dana Campbell se puso de pie y se alejó, palmeándole el hombro al pasar. Megan asintió, a solas en el sillón del estudio. Esto también lo comprendía. La entrevista de hoy solamente podía incluir los detalles agradables. Las partes inspiradoras. La huida heroica, el futuro auspicioso y las jóvenes a quienes el libro sin duda ayudaría. La entrevista matutina era la conclusión del melodrama de Megan McDonald, que debía terminar exitosamente. No podía incluir ninguno de los elementos repugnantes de ese verano que todavía flotaban en el aire. En especial sobre Nicole.

      Nicole Cutty ya no estaba. Nicole Cutty no era una historia de éxito.

      “Una vida puede terminar pero, en ocasiones,

      el caso vive para siempre…”

      -Gerald Colt, médico

      Septiembre de 2017

      Doce meses después de la huida de Megan

      ¿POR QUÉ PATOLOGÍA FORENSE?

      Era una pregunta que le hacían a Livia Cutty en todas las entrevistas para becaria. Generalmente mencionaba el deseo de ayudar a las familias a cerrar su duelo, el amor por la ciencia y el deseo de encontrar respuestas donde otros veían preguntas.

      Todas estas frases estaban muy bien y seguramente eran las que daban muchos de los colegas becarios como ella. Pero, a juicio de Livia, su respuesta era diferente de todas las demás. Existía una razón por la que Livia Cutty era tan buscada. Una explicación por la que había sido aceptada en todos los programas para los que se había postulado. Tenía las calificaciones requeridas en la carrera de Medicina y el desempeño requerido como residente. Sus trabajos habían sido publicados y venían altamente recomendados por sus superiores. Pero estos logros por sí mismos no la hacían destacarse; muchos colegas ostentaban currículums similares. Livia Cutty era diferente por otra razón. Tenía una historia.

      —Mi hermana desapareció el año pasado —decía Livia en cada entrevista—. Elegí la medicina forense porque algún día mis padres y yo recibiremos una llamada diciendo que hallaron su cuerpo. Tendremos muchas preguntas sobre lo que le sucedió. Quién la raptó y qué le hicieron. Quiero que esas respuestas las dé alguien a quien ella le importe, alguien que sienta compasión. Alguien que tenga las habilidades necesarias para leer la historia que contará el cuerpo de mi hermana. Con mis estudios, yo quiero ser esa persona. Cuando recibo un cuerpo alrededor del cual hay preguntas, quiero responderlas para la familia con el mismo cuidado, compasión y conocimiento que espero recibir algún día de la persona que me llame por mi hermana.

      Cuando comenzó a recibir ofertas, Livia analizó las opciones. Cuanto más lo pensaba, más evidente se le tornaba su elección: Raleigh, en Carolina del Norte, quedaba cerca de Emerson Bay, donde había crecido. Era un programa prestigioso y con fondos sólidos, y lo dirigía el doctor Gerald Colt, considerado como un pionero en el mundo de la medicina forense. Livia se sentía feliz de poder ser parte de su equipo.

      La otra ventaja —aunque le resultaba torturante pensar en ella— era que, con la promesa de realizar entre 250 y 300 autopsias durante su año de entrenamiento como becaria, Livia sabía que había bastantes posibilidades de que algún corredor, en alguna parte, tropezara con una fosa poco profunda y encontrara los restos de su hermana.

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