Скачать книгу

      Jessica negó con la cabeza.

      —No. Casi no hablaba de él.

      —¿Le hablaste de él a la policía?

      —Sí —respondió Jessica—. Cuando me entrevistaron, les dije que estaba saliendo con alguien. Pero no sabía su nombre y me había olvidado por completo de la fotografía. La encontré este verano ordenando mis cosas. ¿Por qué lo dices? ¿Piensas que pudo haber tenido algo que ver con la desaparición?

      —No lo sé. —Livia se quedó mirando la foto. Se la acercó al rostro—. ¿Me la puedo quedar?

      —Sí, claro. —Jessica irguió el mentón—. ¿Sabes qué le pasó?

      —¿A Casey? Sí. Se tiró del puente Points y lo encontraron flotando en la bahía.

      LIVIA HABÍA DORMIDO MAL LA noche anterior, perturbada con pensamientos sobre Nicole y Casey Delevan, por lo que fue a trabajar temprano el viernes por la mañana. Se concentró en completar papeleo hasta las nueve de la mañana, para luego presentarse en la sala de autopsias donde se realizaría la ronda matutina. De pie frente a su armario, se colocó la bata por encima del uniforme y se cubrió el cabello con una gorra quirúrgica. Ingresó en la sala de autopsias, dejó los guantes y el barbijo sobre la mesa y se acercó a la pizarra blanca donde estaban anotados y asignados los casos del día.

      Vio su nombre garabateado en marcador azul:

      Doctora Cutty — Jean Marie Miller: mujer de 89 años, víctima de una caída.

      A los otros becarios también les habían asignado casos, al igual que a cuatro de los médicos del plantel estable. Revisó la lista para ver si alguno había recibido un caso más interesante. Todos eran bastante poco originales, salvo el de Tim Schultz, que era una herida de arma de fuego. Livia sintió fastidio. Sin embargo, era consciente de que mal dormida y con la cabeza puesta en Nicole, hoy no era un buen día para atacar un caso difícil. Ni siquiera uno interesante. Una anciana víctima de una caída parecía adecuada para su estado mental actual.

      —Qué cara de muerte traes hoy —dijo Jen Tilly, una de las otras becarias, acercándose a la pizarra.

      —Gracias por el cumplido —replicó Livia.

      —¿Estuviste llorando? —preguntó Jen.

      —No, pero no dormí nada.

      —¿Qué pasó?

      Livia irguió el mentón al ver entrar al doctor Colt en la morgue.

      —Es largo de explicar.

      Tim Schultz entró corriendo justo después del doctor Colt y pasó junto a él en dirección a la pizarra. El doctor Colt, con las manos detrás de la espalda, se acercó también y la escudriñó como si no hubiera sido él quien había escrito todo eso una hora antes.

      —Doctor Schultz, si llega tarde a las rondas matutinas, pierde su caso del día.

      —Sí, doctor —respondió Tim.

      —Llegó un poco justo, ¿no?

      —Tuve una emergencia en el baño.

      —Ajá —masculló el doctor Colt, con la cabeza echada hacia atrás y los lentes fijos en la pizarra—. Hay detalles de mis becarios que no me interesa saber, doctor Schultz. Acaba de brindarme uno de ellos.

      El doctor Colt se acercó a la pizarra, tomó el borrador y limpió lo que estaba escrito junto al nombre de Tim Schultz.

      —Esa herida de bala podría haber sido interesante, pero creo que se la daré al doctor Baylor. Llegó un caso de sobredosis a última hora y si no está bien del estómago, doctor Schultz, creo que será mejor que se lo asigne a usted.

      Colt se puso a escribir nuevamente en la pizarra. Livia y Jen sonrieron y Tim levantó las palmas de las manos.

      —Pero doctor Colt, mi estómago está perfecto.

      —No por mucho tiempo. El caso de sobredosis muestra alto grado de descomposición, fue encontrado en la zona de viviendas sociales y lleva al menos una semana muerto. Los investigadores lo traerán pronto.

      Tim miró a Livia y Jen, que se esforzaban por contener la risa. En silencio, movió la boca y moduló las palabras ¡No llegué tarde!

      Una hora después de haber comenzado la autopsia de la anciana que le había sido asignada, Livia sintió que le estaba costando transcurrir la mañana. Había terminado el examen externo y descubierto una equimosis en el costado izquierdo de la anciana de 89 años, que iba desde la caja torácica, pasaba por el hombro y terminaba en el cráneo. Tomó nota y fotografías de posibles fracturas en el cúbito y radio del lado izquierdo. El examen interno no reveló nada fuera de lo habitual, como había imaginado, de modo que comenzó con el proceso de pesado de órganos. Hoy era la primera vez desde que era becaria —en realidad, desde los primeros días de residencia en patología— que los olores y ruidos de la morgue le provocaban fastidio.

      El cadáver descompuesto asignado a Tim Schultz llegó justo mientras Livia estaba despegando el intestino inferior del recto. En cuanto los investigadores abrieron la bolsa negra, el olor la golpeó al esparcirse por la habitación.

      —Por Dios, Tim —se quejó—. Enciende tu extractor.

      Tim encendió la ventilación mientras los investigadores colocaban el cuerpo sobre la mesa y huían de la morgue inmediatamente después.

      Tim abrió con una incisión el abdomen, lo que liberó los vahos nocivos de descomposición intestinal. El olor afectó a todos los médicos de la morgue y se oyó un suspiro colectivo.

      —Tim, te lo digo en serio —insistió Livia—, aumenta la ventilación.

      —Está en máximo, Cutty. ¿Desde cuándo estás tan intolerante a los olores?

      Livia intentó bloquear el vaho de su mente y volvió a concentrarse en su trabajo. La anciana había sido encontrada la tarde anterior por su hijo, que pasó a visitarla como hacía todas las semanas y la halló muerta en el suelo del baño. Lo que Livia necesitaba determinar con esta parte del examen era a qué hora había muerto, y eso se calculaba según el contenido del estómago. Notó lividez en el costado izquierdo, lo que sugería que la caída la había dejado inconsciente, pues no había signos de que se hubiera movido después del incidente. Específicamente, no había rodado de espaldas, como suelen hacer los que sufren caídas. Livia confirmó la fractura de las muñecas y luego pasó al cráneo, donde sabía que encontraría el resto de la historia.

      Con la sierra ósea en la mano, intentó no distraerse ante el caos desplegado sobre la mesa de Tim Schultz. Le recordaba su propio cadáver descompuesto del mes pasado; trató desesperadamente de no pensar en la sonriente Nicole de la fotografía. Ni en el brazo de Casey Delevan alrededor de los hombros de su hermana; el mismo brazo en el que ella y el doctor Colt habían descubierto lesiones causadas con una pala, cuando alguien lo había desenterrado. Trató de no pensar en las abrasiones en las muñecas y tobillos causadas por los bloques de piedra que lo habían hundido al fondo de bahía.

      Con todo esto dándole vueltas en la cabeza, Livia se movía con torpeza y lentitud. Aplicó la sierra al cráneo de su paciente y realizó la craneotomía más desprolija de su corta carrera, olvidándose de diseñar el corte de manera asimétrica para que la tapa del cráneo volviera a encajar en su sitio sin deslizarse. A los familiares no les gustaba ver a sus difuntos con el cráneo deformado en el funeral; era la primera lección que aprendían los residentes de patología durante el primer año.

      —Mierda —murmuró Livia cuando apagó la sierra y vio deslizarse la tapa del cráneo de su posición.

      El doctor Colt, de pie ante la mesa de Tim Schultz con las manos detrás de la espalda y los lentes en la punta de la nariz, observaba atentamente el examen interno, pero levantó la mirada.

      —¿Algún problema, doctora Cutty?

      Livia

Скачать книгу