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crisis global se daba en los procesos del clima y del tiempo atmosférico, hasta el punto de que poco después, en distintos lugares del mundo, incluida Colombia, se comenzaron a dar pasos para la declaración de la crisis climática; o, más exactamente, para reconocer oficialmente la existencia de una crisis climática, concepto que supera cuantitativa y cualitativamente al de cambio climático.

      En diciembre se confirmó que con 2019, el año más caluroso que hasta ese momento se había registrado, culminaba también la década más calurosa registrada hasta entonces en la Tierra. Incendios forestales, algunos de los cuales se prolongaron hasta 2020, devastaban millones de hectáreas en Australia, en África, en California y en el Amazonas (Brasil, Bolivia, Colombia…), mientras otros más pequeños, pero igualmente destructivos para los ecosistemas que afectaban, tenían lugar en otros lugares del mundo, incluidas regiones de Colombia, como Bogotá y sus alrededores.

      A principios de febrero nos enteramos de que en la estación argentina Esperanza, situada en la punta norte de la Antártida, se registró una temperatura récord de 18,3 ºC, mientras en la vereda Toquilla, a 2945 msnm y a 10 km del casco urbano del municipio de Aquitania (junto al lago de Tota, en Boyacá, Colombia), se registró una temperatura, también récord, de -11,2 °C. Este último es otro ejemplo de cómo el calentamiento global, paradójicamente, puede generar fríos extremos en algunos lugares.

      De tiempo atrás, los científicos venían alertando sobre el hecho de que el descongelamiento del permafrost, la delgada capa de hielo que cubre los suelos de los lugares más fríos del planeta, estaba teniendo lugar 70 años antes del momento en que estaba previsto que ocurriera, y de lo que eso significaría en términos de la aceleración del cambio climático.

      Pero esta no era la única crisis que afectaba en ese momento al país ni al resto del planeta. En un texto denominado “Pactos por la TOTA-lidad”1, que forma parte del libro Boyacá Compleja, transcribí estos apartes de un artículo de El Espectador2 (19 de junio de 2019), que hoy tomo prestados de nuevo:

      Desde 2015, [Colombia] es el país que más desplazados internos tiene, superando a Siria que ya llega a 6’183.900, luego de más de ocho años de una guerra civil. Así lo reportó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en su informe ‘Tendencias globales: desplazamiento forzado en el 2018’, que se publicó hoy.

      En el mundo el desplazamiento forzado se incrementó durante el año pasado, pues la cifra de desplazados llegó a 41,3 millones de personas, 1,3 millones más que en 2017. Además, es la cifra más alta que ha reportado el Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno (IMDC, por sus siglas en inglés), que desde 1998 documenta este fenómeno a escala mundial.

      En Colombia 7’816.500 de personas han huido de la violencia. Supera a República Democrática del Congo, Somalia, Etiopía, Nigeria y Yemen. Durante el 2018, según el documento, 118.200 colombianos abandonaron sus hogares huyendo de la guerra.

      Estas cifras aterradoras no incluyen a los cerca de dos millones de migrantes y refugiados venezolanos que, ‘según datos de las autoridades nacionales de inmigración y otras fuentes’ que recogen la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), han llegado al país. Esa cifra sigue aumentando y no es fácil saber con exactitud hoy cuantos son.

      A esto se sumaban otras tensiones nacionales e internacionales, y otros dramas internos, como los asesinatos sistemáticos de líderes sociales, en distintas regiones de Colombia.

      Cuando a finales de marzo de 2020 escribía la segunda versión de este Prólogo dinámico, no habían transcurrido todavía 3 meses desde cuando recogía esos y otros datos validados para caracterizar ese panorama desolador. En esos menos de 90 días, ya la Tierra se había convertido en un planeta diferente. Y hoy, a casi un mes de ese momento, el mundo está mucho más lleno de procesos amenazantes en cuanto a nuestra especie humana hace referencia.

      Aparece un nuevo actor

      El 11 de marzo de 2020, “la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente el Coronavirus como una Pandemia”3. En ese momento, dijeron las noticias, ya se había detectado una enfermedad llamada COVID-19 en 114 países del mundo, donde por esa causa ya habían muerto 4000 personas; 14 días después, el 25 de marzo, según datos del Gobierno colombiano, ya se registraban 186 países afectados por la enfermedad, 416.916 casos confirmados en el mundo y 18.565 personas muertas. En Colombia había 470 personas contagiadas, 4 personas muertas y 8 recuperadas.

      Hoy, 24 de abril, cuando retomo la escritura del Prólogo dinámico, se han registrado en el mundo 2.588.068 personas contagiadas, de las cuales han fallecido 182.8084.

      Según datos oficiales, en Colombia se han registrado hasta ahora 4561 casos, 927 personas recuperadas y 250 fallecidas.

      Cuando acabo de transcribir estas cifras —y, por supuesto, para cuando el libro esté disponible en su versión virtual—, ya estarán desactualizadas, porque aumentan cada segundo con la velocidad de un taxímetro adulterado. Y porque presentan variaciones de una fuente a otra, o se ajustan a medida que se van volviendo más eficaces los sistemas de detección y de registro.

      Mientras tanto, la crisis climática se sigue consolidando, con todas las consecuencias que ello implica para los ecosistemas y los procesos que hacen posible la vida en la Tierra, a pesar de que hoy existen indicios de que algunas de las causas estructurales de esa crisis —como las emisiones de gases de efecto invernadero por el consumo de combustibles fósiles— se pueden estar reduciendo como consecuencia del “encierro obligado” de la especie humana con motivo del coronavirus (sobre esto volveremos más adelante); sin embargo, es tal la acumulación de esos gases en la atmósfera que aunque las emisiones llegaran a cesar totalmente, las que ya están allí seguirán produciendo sus efectos —en el mejor de los casos— durante, mínimo, 100 años más.

      En Colombia siguen los incendios forestales. De acuerdo con información publicada el 26 de marzo por la revista Semana Sostenible, a esa fecha

      Un total de 11 incendios se encuentran activos en este momento en el territorio nacional, de acuerdo con el último reporte de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres.

      Según se dio a conocer, las conflagraciones se registran en los municipios de Pailitas, Valledupar y La Jagua de Ibirico, en el departamento del Cesar; Riosucio, en Chocó; Puerto Gaitán y Vistahermosa en el Meta; Ciénaga y El Banco en Magdalena; Contratación y Rionegro en Santander y Tolú Viejo, en Sucre. De acuerdo con la entidad, entre el primero de enero de este año y el 25 de marzo se han registrado un total 1.033 conflagraciones, de las cuales 1.019 ya se encuentran totalmente liquidadas y tres más están controladas. Estas últimas en los municipios de Barrancas, Guajira y Pueblo Bello y El Copey en el departamento de Cesar.5

      Otro proceso de necrodiversidad que no se detiene es el de los asesinatos de líderes sociales. De acuerdo con el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ), entre el 2 de enero y el 10 de marzo de 2020, en Colombia fueron asesinados 57 líderes sociales, y entre el 1 de enero y el 15 de febrero, corrieron igual suerte 10 excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que se habían acogido plenamente al acuerdo de paz. Desgraciadamente, esas cifras también se desactualizan con trágica rapidez6.

      Todos estos procesos se entrelazan, entonces, con los efectos del coronavirus, ese nuevo actor que ha irrumpido en el panorama mundial, y que tiene total y literalmente sitiada a la especie humana… a la que se suele llamar la civilización humana, y ello confirma lo que desde hace años ya se veía venir como una crisis civilizatoria, aunque sin sospecharse que podría ser disparada por un virus.

      Esa crisis fractal nos afecta desde el ámbito planetario a los 7800 millones de seres humanos que formamos parte de la Tierra, hasta lo más íntimo de la vida personal de cada cual. Ni siquiera se han salvado algunas de esas cerca de 100 comunidades indígenas del mundo que han intentado mantenerse —en ejercicio de lo que reclaman como un derecho—

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