ТОП просматриваемых книг сайта:
La Orden de Caín. Lena Valenti
Читать онлайн.Название La Orden de Caín
Год выпуска 0
isbn 9788417932190
Автор произведения Lena Valenti
Жанр Языкознание
Серия La Orden de Caín
Издательство Bookwire
Blodox escuchó el frágil y desesperado latido del corazón de la presa que había caído en manos de esos verdugos.
Se acercó lentamente a ella. Se había asegurado de que no había nadie más en las proximidades de aquellos derruidos muros. Desde que en Dubrovnik sintió el círculo de éter romperse, se había sentido impelido a perseguir el origen de la fuga. Llegó a Istria y la energía lo llevó hasta Kanfanar, donde los bomberos apagaban el fuego provocado por una explosión en la estación y las ambulancias socorrían a los heridos. Pero no pudo quedarse a investigar porque no podía dejar de oler la persistente e incómoda fragancia a mercaptano que dejaba la presencia del mal.
Si eso era obra de ellos, no debían estar muy lejos. El hedor lo llevó hasta las ruinas de Dvigrad y allí no pudo llegar a tiempo para evitar que esa mujer fuese salvajemente apuñalada hasta casi su muerte, pero le evitó la estocada definitiva.
Ellos creyeron que ella había roto el cerco, por eso la debían eliminar. Porque la temían y porque no debía existir nadie vivo con la capacidad de poner en peligro sus leyes. Porque la existencia de una mujer así podía cambiar las reglas del juego. Lo cambiaba todo para Viggo y los suyos. Pero debía entender por qué y cómo había llegado a parar a ese lugar. ¿Con qué objetivo?
El olor de la deliciosa sangre de esa hembra lo golpeó con tanta fuerza que tuvo que detenerse unos segundos antes de alcanzar la piedra ritual en la que ella seguía desangrándose y cuyo líquido rubí salpicaba el suelo y chorreaba desde la plataforma superior de un modo obsceno.
Al final, se mantuvo fuerte y consiguió colocarse a su lado. Tenía los ojos abiertos y el cuerpo aún estaba caliente. Ella respiraba con pequeños espasmos, su caja torácica con profundas incisiones sangrantes subía y bajaba, señal de que luchaba por agarrarse a la vida, pero se le estaba escapando de entre los dedos.
Erin se sujetaba a la brizna de vida que aún le quedaba, a sabiendas de que era frágil y de que se podía romper en cualquier parpadeo que le hiciera cerrar los ojos para siempre.
Sentía tanto dolor que ya no lo sentía. Su cuerpo era una cuna de laceraciones y cortes, órganos triturados y deshechos y músculos desgarrados, de los cuales solo emanaba sangre y también mucha rabia y frustración. Y lloraba incluso sin pretenderlo, no por el dolor, sino por darse cuenta de que respirar y pedir a su corazón que siguiese bombeando en esas condiciones era una quimera. Le quedaba poco en esta vida. Se reuniría con su madre, tal vez. Aunque prefería quedarse en este plano para vengar su muerte y asegurarse de que sus hermanas estaban bien.
¿Y qué importaba lo que ella quisiera? Ya estaba hecho. Era el fin. La lluvia limpiaba su rostro lleno de su propia sangre y se llevaba sus lágrimas. Las gotas le entraban en la boca, pero no conseguía tragar. Ya no podía. Se estaba ahogando con sus propios fluidos.
Qué lamentable era morir así. No solo por la terrible tortura de su cuerpo. Era triste porque estaba sola, sin su familia. Como su madre Olga, que había muerto en un incendio aunque iba acompañada de su amiga. Pero murió lejos de ellas.
La agonía abrazaba sus pulmones y tensaba sus músculos, y la muerte empezaba a mecerla, arrancándole el poco control que ella creía tener sobre la vida. Y de repente, en el ocaso ya de su existencia, su cuerpo se reveló y luchó como un pez fuera del agua para robar aire. Eran sus últimos coletazos.
Fue en aquel instante cuando dejó de mirar el cielo y la lluvia caer sobre ella, porque un rostro salido del más allá ocupaba toda su visión.
Era irreal. Ni siquiera tenía facciones típicas de galanes de novela romántica, era el colmo de la gallardía y también de la exuberancia y rara belleza que solo algunos podían poseer sin parecer afeminados o retocados por bisturí.
Y pensó que no estaba tan mal morir frente a un ángel de ojos de color rosado, pelo blanco y grisáceo, largo y húmedo por la lluvia, y un mentón que podía encajar cualquier golpe. Morir frente a un ejemplar masculino así era mejor que hacerlo frente a los asesinos que habían usado su cuerpo para afilar la hoja de una daga. Y olía a algo que no sabía definir, porque se mezclaba con el olor de su propia sangre y todo la confundía. Pero su aroma estaba ahí.
Él la miraba como un animal que estudiaba el tipo de especie que se debía comer, para averiguar si era comestible o no, básicamente. Esa era la impresión que le daba.
Y porque Erin sabía que nada sería peor que lo que ya le habían hecho esperó que él, fuera quien fuese, tuviera clemencia.
—A... ayú... ayúdame —dijo con el gorgoteo de la sangre emanar de su garganta.
Blodox no era un hombre inseguro ni dubitativo. Hacía lo que se tenía que hacer, comportase lo que comportase. Sin embargo, la presencia moribunda de esa chica lo aturdía.
Era la aguja en el pajar y la manzana del Edén. Todo en uno. Ella era la única excepción y advertencia que tuvieron en su transformación. Y estaba ahí, ante él.
Su cuerpo era hermoso, de formas curvas, y montes y huecos donde debía haberlos. Tenía un pelo largo y abundante del color de la noche, y aquellos ojos podían deshacer glaciares. Y poseía una cara hermosa y evocadora, aunque ahora estuviera manchada de sangre y de lágrimas. Su corazón seguía bombeando.
Erin expulsó sangre por la boca y entonces como si reaccionase al encontrarse aún con vida lo miró. Tenía fuerzas suficientes como para hacerlo. Su fuerza le asombró.
—A… ayú… ayúdame —lo miró implorante. Sin miedo.
Viggo tragó saliva pero su expresión permaneció impertérrita. Su voz se coló por debajo de la piel y erizó su vello. Sus ojos de ese color tan especial y luminoso se clavaron en los de ella. La chica hablaba la lengua de los conquistadores. Y él las sabía hablar todas.
Observó las tremendas heridas de su cuerpo y escuchó a sus órganos malheridos. Así que procedió a ayudarla como mejor sabía. La colocó de lado y posó su mano abierta sobre su espalda. Tenía los pulmones completamente encharcados y se estaba ahogando. Presionó la mano entre sus omóplatos y Erin vomitó sangre por el impulso de Viggo, ni siquiera fue por el movimiento de sus propios músculos, algunos sementados por las puñaladas. Su corazón continuaba bombeando, aunque lo hacía muy lentamente y las hemorragias seguían ahí.
Solo podía detenerlas de una manera.
—Vivirás —le dijo él hablando en español sin problemas.
Erin parpadeó una última vez, asombrada por respirar un poco mejor, aunque ya notaba cómo se volvían a encharcar sus alveólos. Cerró los ojos porque ya no podía lidiar con el sufrimiento.
Viggo la tomó por la nuca y la incorporó un poco para darle el único elixir que podía ofrecerle para que no muriese y se recuperase de esas heridas mortales provocadas por dagas santas. Él pasó el pulgar por la comisura de sus ojos y recogió una lágrima perlada con sangre. La observó con extrañeza. De manera inconsciente se la llevó a la boca y el sabor explotó en sus papilas gustativas y lo dejó medio noqueado y sediento de más. Sin embargo, la sangre no le iba a hacer perder la cabeza. Llevaba mucho sabiendo controlarse. Aún embriagado y saboreando a Erin, Viggo dijo:
—No sé quién eres. No sé por qué estás aquí ni lo que esto puede suponer para mí y los míos, pero como quiero descubrirlo, vivirás —repitió.
Viggo se acercó la muñeca a la boca y sus colmillos se alargaron un centímetro más de lo habitual. Los clavó en su propia carne y acercó sus heridas a la boca de ella, que estaba entreabierta.
—Bebe —le ordenó, impeliendo a sus músculos de deglución a que se movieran.
La obligó a beber y esperó a que su sangre le llenase el esófago y cayese en su estómago. Desde ahí trabajaría para mantenerla estable. La mantuvo así durante largos minutos en los que Viggo no pudo apartar sus ojos ni un segundo de ella. Era un ser magnético y misterioso para él.
Cuando