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que ir al baño. El de mujeres es la primera puerta al fondo del pasillo. El agua sale tan fría del grifo que me extraña que las cañerías no se hayan congelado.

      De vuelta a la sala, Brent ha traído una bolsa grande de patatas fritas. Tomo un puñado.

      Señalo la chaqueta de Brent:

      —¿Burton todavía te regala cosas o has tenido que comprártela?

      Mastica las patatas.

      —Me hacen descuento.

      —Qué suerte. Yo he tenido que comprarme todo el equipo de nuevo para este viaje. —Me chupo la sal de los dedos. Le di todas mis prendas y el equipamiento de snowboard a una chica francesa que vivía al otro lado de la calle. Se lo merecía más que yo.

      Curtis ha terminado su llamada y vuelve a instalarse junto a la ventana, de espaldas a nosotros. ¿Qué mira? No hay nada que ver.

      Dale entra con más cervezas. Brent y yo tomamos una cada uno.

      —¿Listos para jugar? —dice Heather.

      —Un segundo —se excusa Curtis, y sale otra vez.

      Diría que Heather está a punto de explotar. Disimulo una sonrisa. Es como si Curtis quisiera enfurecerla a propósito.

      —¿Has visto a alguien del personal? —pregunto a Dale.

      —No —responde—. Creo que estamos solos.

      —Eso parece —interviene Brent.

      —Pero había comida caliente en la cocina —les recuerdo.

      —Sí, lo he visto —comenta Dale—. Supongo que han pensado que podemos servirnos nosotros solos. Quizá mandarán a alguien mañana por la mañana, con el ascensor burbuja, para preparar el desayuno.

      —¿Un grupo de invitados sin nadie que los sirva? Me sorprendería que lo permitieran —admito.

      —Es más barato —señala Dale.

      Brent asiente.

      —Un sitio tan pequeño lo tendrá crudo frente a estaciones de esquí más grandes, como la de Trois Vallées.

      —¿Qué hay del juego? —pregunto—. ¿También lo han dejado preparado?

      No saben qué responder. Y por cómo me miran, siguen pensando que tengo algo que ver.

      —¿Hago los honores? —se ofrece Heather en cuanto Curtis regresa. Sin esperar respuesta, abre la tapa de la caja, se pelea para sacar el primer sobre y lo abre.

      El resto nos sentamos en sillones. ¿Por qué está tan animada? ¿Qué cree que dirán las tarjetas?

      —Voy a leerlas todas en voz alta y, luego, adivinamos quién ha escrito qué, ¿de acuerdo?

      Está nerviosa, y no es por la bebida. Creo que se ha tomado algo más. Pero Curtis parece igual de inquieto: está sentado muy tieso y observa la estancia sin bajar la guardia.

      No me siento los dedos. Me acomodo sobre mis manos, pero el asiento de mi sillón forrado de satén está tan frío como el resto de los objetos del salón.

      Heather lee la tarjeta y sus mejillas se ruborizan: «Me acosté con Brent».

      Lanza una mirada ansiosa a su marido como si temiera que fuera una confesión, pero él me mira a mí, igual que Brent y Curtis.

      —No lo he escrito yo —replica Curtis.

      Todos nos reímos.

      Todos excepto Heather.

      —Dijimos que los leeríamos todos de golpe antes de intentar adivinar de quién son.

      Trata de darle órdenes a Curtis. Buena suerte.

      —Yo tampoco lo he escrito —confieso.

      Los chicos se ríen más. Heather me mira enfadada.

      Dale levanta las manos.

      —A mí no me miréis.

      Más risas.

      Uno de ellos debe de haberlo escrito para hacer una broma. Seguro que ha sido Curtis.

      Heather procede a abrir el siguiente sobre. Me asombra la prisa que tiene. ¿Hubo algo entre Brent y ella? Incluso si así fuera, dudo que lo anunciara con tanta tranquilidad. Ella y Dale empezaron a salir al principio de aquel invierno.

      Se aclara la garganta:

      —«Me acosté con Brent».

      Su voz suena demasiado alegre.

      Más risas, más fuertes esta vez; todos nos reímos, Brent, Curtis y yo. Excepto Dale, que no sonríe.

      Curtis le da una palmada a Brent en el hombro.

      —No me extraña que no llegaras a los Juegos Olímpicos. No dormías lo suficiente.

      Me alegra ver a Curtis contento. Su juego para romper el hielo resulta efectivo. Nos está relajando, ya sea porque nos divertimos o porque nos avergonzamos un poco, a pesar de la fría temperatura ambiente. Y a mí me gusta ver a Heather incómoda. Por la expresión en el rostro de Dale, si su esposa y Brent tuvieron algo, es la primera vez que oye hablar de ello.

      Brent y Heather cruzan una mirada. El ceño de Brent está ligeramente fruncido, como si le preguntara: «¿a qué juegas?». ¡Brent cree que ha sido Heather quien ha escrito las tarjetas! Heather responde con una leve sacudida de la cabeza. ¿Qué quiere decir? ¿Ahora no? ¿O que no las ha escrito ella?

      Mi cerebro piensa a toda velocidad. Si Brent cree que Heather ha escrito una de las notas, ¿quiere eso decir que sí se acostó con ella?

      Estiro el cuello para ver la letra de la nota. No porque sea capaz de reconocerla, ya que no escribimos demasiado aquel invierno, pero la tarjeta de Heather está en mayúsculas claras y limpias, es decir, tal y como uno escribiría si quisiera ocultar su caligrafía. Es una broma. Debe de serlo. Una broma ideada por Curtis y Brent para crear confusión. Ellos nunca se llevaron del todo bien, pero la sorpresa de Brent parece auténtica.

      Podría intervenir e insistir en que no he escrito ninguna de las dos notas, pero creo que esperaré a ver qué dice la siguiente.

      Heather abre la tercera tarjeta. Mira el texto y contiene la respiración.

      —«Me acosté con Saskia».

      Esta vez nadie se ríe. Acabamos de cruzar una línea.

      A pesar de nuestras diferencias, no se me ocurre ningún motivo por el que alguien escribiría algo así. Hasta donde yo sé, solo una persona de los aquí presentes se acostó con Saskia, y no creía que nadie más lo supiera. Me cuido de no mirar a Brent, ni tampoco a Curtis.

      Heather observa a su marido, preguntándose claramente si la ha escrito él. Si llevo razón en mi sospecha de que Curtis y Brent son los autores de las dos primeras notas, entonces Dale debe de haber escrito esta. Pero ¿por qué demonios haría algo así?

      Heather abre la siguiente tarjeta. Pensará que no puede ser peor que la anterior.

      Pero, al parecer, sí que es posible, porque parpadea y nos mira atónita.

      —«Sé dónde está Saskia».

      Curtis le arranca la tarjeta de la mano y la estudia con expresión impenetrable.

      —¿Es una broma?

      Nadie responde.

      —¿Alguien de aquí ha escrito estas notas?

      Nos miramos. Negamos con la cabeza.

      Estoy inquieta. Miro hacia la ventana, a la absoluta y total oscuridad que hay afuera y que me recuerda lo solos que estamos. Nosotros cinco, nadie más. Ni un alma en varios kilómetros a la redonda. Necesito saber si Curtis ha organizado la reunión. Porque si no ha sido él…

      Miro

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