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mayor que los encierra, los dinamiza y también los supera. En verdad, como veremos, constituyen el motor secreto de la evolución y de todo movimiento universal. Ambos tienen una raíz común: la interdependencia entre todos los seres. Uno necesita del otro, vive con el otro, a través del otro, para el otro. Todos se complementan. Nadie queda fuera de la red de relaciones incluyentes y envolventes. Nadie existe solo. Todos inter-existen y co-existen.

      Estas oposiciones son lados de una misma realidad, una, diversa, contradictoria, plural. Cuando hablamos de complejidad, queremos expresar esa naturaleza singular de la realidad.

      No existe el ser simple. Todos los seres son complejos; cuanto más relacionados, más complejos. Por tanto, surge la lógica de lo complejo que sobrepasa la lógica lineal de la identidad pura y simple. Es la lógica dialógica que se realiza estableciendo conexiones en todas las direcciones. Las dificultades referentes a la coexistencia de lo dia-bólico con lo sim-bólico se deben al hecho de que se ven separadas y opuestas. No se tiene en cuenta la conexión, no siempre visible y no rara vez misteriosa, existente entre ellos, su mutua pertenencia y complementariedad dentro de un sistema mayor.

      Anticipamos aquí lo que más adelante detallaremos en un capítulo. La lógica del universo y de todos los seres existentes en él es ésta: organización- desorganización- interacciónreestructuración- nueva- organización. No existe un equilibrio estático, sino dinámico y siempre en proceso. Siempre hay eco-evolución. La virtud principal no es la estabilidad, sino la capacidad de crear nuevas estabilidades a partir de inestabilidades. La lógica de la naturaleza no es recuperar el equilibrio anterior, sino gestar nuevas formas de equilibrio abierto. Esta aptitud permite a la vida desarrollarse, producir la diversidad y perpetuarse. La vida inventa incluso la muerte para poder continuar en un nivel superior y más abierto.

      El universo se construyó y se construye a partir y a través de lo dia-bólico, del caos, el big bang primitivo. Lo dia-bólico es generativo, pues favorece nuevas formas de organización. Hace evolucionar el cosmos bajo formas cada vez más sim-bólicas, complejas y ricas.

      Dicho con las palabras de nuestro tema: lo sim-bólico se construye a partir de lo dia-bólico, lo sim-bólico se rehace y se reestructura continuamente en la medida en que confronta, integra y eleva a niveles más altos lo dia-bólico que lleva siempre dentro de sí.

      Un ejemplo sencillo tomado del estómago de una vaca puede ilustrar lo que estamos afirmando. El estómago está habitado por una inmensa colonia de bacterias que se nutren de celulosa. La vaca come el pasto que contiene celulosa, el alimento de las bacterias. Por otra parte, la vaca hace el bolo alimenticio que absorbe trillones y trillones de estas bacterias. Se alimenta de ellas rumiando el bolo alimenticio. La vaca se hace, así, depredadora de bacterias, como las bacterias se hacen depredadoras de celulosa. Las bacterias comen el pasto-celulosa de la vaca y son, a su vez, comidas por la vaca. Sin el pasto-celulosa las bacterias no existirían. Y sin las bacterias las vacas tampoco, porque sin rumiar las bacterias en el bolo alimenticio morirían de inanición y de hambre. Véase aquí la mutua dependencia, la simbiosis, entre las bacterias y la vaca.

      Importa, pues, ver el conjunto, la unidad constituida por los elementos opuestos, lo dia-bólico y lo sim-bólico, bacterias y vaca, que se hacen complementarios. La vaca necesita de las bacterias, y las bacterias necesitan de la vaca. Dicen: tu vida es mi muerte, tu muerte es mi vida. Se complementan.

      La teología cristiana, en su sabiduría antigua, contemplaba esta misma dimensión en la Iglesia de Cristo. Con audacia, la llamaba casta meretrix, casta meretriz. Es casta, se decía, porque vive de la gracia de Cristo. Es meretriz, porque continuamente traiciona al divino Esposo. Como señal de Dios en el mundo (sacramento), participa de la ambigüedad de toda señal: puede ser incomprendida o mal interpretada. Por eso, puede ser un signo y un anti-signo de Dios. Como enseñaban, hace mucho, los teólogos: el sacramento de la Iglesia contiene inevitablemente una dimensión dia-bólica y una dimensión sim-bólica. El esfuerzo no ha de consistir en acabar con esta tensión. Mientras vivamos en la historia, es insuperable. El esfuerzo ha de consistir en no permitir nunca que lo dia-bólico se imponga hegemónicamente, sino lo sim-bólico. Tampoco se ha de intentar erradicar lo dia-bólico, sino se ha de integrar de manera que acabe reforzando y confiriendo dinamismo a lo sim-bólico.

      Volvamos a la situación del ser humano. Es sapiens y demens. ¿Cómo construirlo hoy día, personal y socialmente, si ha mostrado falta de sabiduría e inmensa capacidad de demencia?

      La cuestión es complejísima. Tal vez el camino sea hasta inaccesible para la pura razón analítica. Exige, más bien, una razón práctica y simbólica, sensible a los valores. Efectivamente, la demencia humana implica una dimensión ética. Es decir, supone responsabilidad, culpa, reparación, reversibilidad y evitabilidad. El mal ético en la historia, desde Job, fue y sigue siendo un desafío para toda concepción humanística de la vida.

      El mal existe no para ser comprendido sino combatido. En la medida en que es superado, deja entrever su ordenación a un todo mayor en el que seja de ser absurdo. Se presenta como incentivador en la construcción de nuevos caminos y de estados de conciencia más altos y maduros. A partir de ahí tiene sentido. De lo dia-bólico se gesta lo sim-bólico.

      Importa, por tanto, descongelar el mal y lo dia-bólico, ponerlos en movimiento, como parte de un proceso. Forman parte de la cosmogénesis y de la antropogénesis, condición originaria de la evolución.

      Pero, honestamente, hay que reconocer: no siempre este sentido es perceptible. Exige fe y esperanza. Estas actitudes no son voluntaristas. Están fundadas en el carácter virtual de la misma realidad que lleva en su seno el sentido encubierto. Globalmente, este sentido se revelará con evidencia solamente al final. Hasta entonces, nos cabe esperar y creer pacientemente. Esta actitud exige desprendimiento, serenidad y sabiduría, y es una condición inevitable de nuestro estado de creaturas, limitadas y siempre abiertas.

      Para alcanzar una sabiduría que nos ofrezca alguna luz sobre la conexión dia-bólica y sim-bólica de la realidad, importa:

      En primer lugar, quitar al ser humano de su falso pedestal y sacarlo de la soledad donde se autocolocó: fuera y por encima de la naturaleza. Es su antropocentrismo ancestral y su individualismo visceral. Inter-existe y co-existe con otros seres en el mundo y en el universo. Necesita reconocer ese vínculo de solidaridad cósmica, e insertarse conscientemente en ella. Centralizarse en sí mismo -antropocentrismoes señal de arrogancia y de falsa conciencia. En primera instancia, nosotros somos para la Tierra. Solamente a partir de ahí, la Tierra es para nosotros.

      En segundo lugar, importa devolver el ser humano a la comunidad de los humanos; descubrir a la familia humana, el sentimiento de solaridad, de corresponsabilidad, de familiaridad, de intimidad y de subjetividad. Hoy la planetización se realiza en su edad de hierro, bajo el mercado competitivo y no cooperativo. Por eso causa tantas víctimas. Pero crea las precondiciones materiales para nuevas formas de planetización: la política, la ética, la cultura y otras. Ofrece la base imprescindible para una nueva etapa de la hominización: la etapa planetaria, de la conciencia de la especie y de la única sociedad mundial. A ella se ordena, quiéralo o no.

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