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¿En qué punto estamos? La epidemia como política. Giorgio Agamben
Читать онлайн.Название ¿En qué punto estamos? La epidemia como política
Год выпуска 0
isbn 9789878388229
Автор произведения Giorgio Agamben
Жанр Документальная литература
Серия filosofía e historia
Издательство Bookwire
2 Texto solicitado y luego rechazado por Corriere della Sera.
5. Reflexiones sobre la peste
27 de marzo de 2020
Las siguientes reflexiones no se refieren a la epidemia, sino a lo que podemos entender a partir de las reacciones que esta suscita en los seres humanos. Es decir, se trata de reflexionar sobre la facilidad con que toda una sociedad ha aceptado sentirse apestada, aislarse en casa y suspender sus condiciones de vida normales, sus relaciones laborales, la amistad, el amor y hasta las convicciones religiosas y políticas. ¿Por qué no hubo protestas y oposiciones, como ciertamente era posible imaginar y como de ordinario sucede en estos casos? La hipótesis que me gustaría proponer es que de algún modo, aunque no fuese más que de manera inconsciente, la peste ya estaba allí y que, evidentemente, las condiciones de vida de las personas se habían vuelto tales que alcanzó con una señal repentina para que se presentaran como lo que ya eran, es decir, intolerables, precisamente como una peste. Y este, en cierto sentido, es el único dato positivo que puede extraerse de la situación actual: es posible que, más adelante, la gente comience a preguntarse si la forma en que vivía era la correcta.
Otro tema sobre el cual no es menos importante reflexionar es la necesidad de religión que la situación provoca. Indicio de ello es la terminología tomada del vocabulario escatológico, en el pertinaz discurso de los medios de comunicación, que, para describir el fenómeno, recurre obsesivamente, sobre todo en la prensa estadounidense, a la palabra “apocalipsis”, y a menudo evoca de manera explícita el fin del mundo.
Es como si la necesidad religiosa, que la Iglesia ya no es capaz de satisfacer, buscara a tientas otro sitio donde establecerse y lo encontrara en la que de hecho se ha vuelto la religión de nuestro tiempo: la ciencia. Esta, como toda religión, puede producir superstición y miedo o, en cualquier caso, usarse para difundirlos. Nunca antes se había asistido al espectáculo, típico de las religiones en momentos de crisis, de opiniones y prescripciones diferentes y contradictorias, que van desde la posición herética minoritaria (aunque representada por prestigiosos científicos) de quienes niegan la gravedad del fenómeno hasta el discurso ortodoxo dominante que lo afirma y, sin embargo, a menudo diverge radicalmente en cuanto al modo de tratarlo. Y, como siempre en estos casos, algunos expertos o quienes se autodenominan tales logran asegurarse el favor del monarca, quien, como en los tiempos de las disputas religiosas que dividieron al cristianismo, toma partido según sus propios intereses por una u otra corriente e impone sus medidas.
Otro hecho que da que pensar es el evidente colapso de toda convicción y fe comunes. Se diría que los seres humanos ya no creen en nada, excepto en la existencia biológica desnuda que ha de salvarse a toda costa. Mas el miedo a perder la vida sólo puede fundar una tiranía, el monstruoso Leviatán con su espada desenvainada.
Por esta razón –cuando se declare el fin de la emergencia, de la peste, si esto alguna vez llega a hacerse–, no creo que sea posible, al menos para aquellos que han mantenido un mínimo de lucidez, volver a vivir como antes. Y quizás este sea hoy el mayor motivo de desesperación, aunque, como se ha dicho, “sólo se nos ha dado la esperanza por el bien de aquellos que no tienen esperanza”.
6. La epidemia muestra que el estado de excepción se ha vuelto regla
Entrevista realizada por Nicolas Truong, en Le Monde, 28 de marzo de 2020
En un texto publicado por Il Manifesto, usted expresó que la pandemia de Covid-19 era una supuesta epidemia, nada más que una especie de influenza. En vista del número de víctimas y de la rápida propagación del virus, en particular en Italia, ¿se arrepiente de esas afirmaciones?
No soy ni virólogo ni médico, y en el artículo en cuestión me limitaba a citar textualmente lo que entonces (hace casi un mes) era la opinión del Consejo Nacional de Investigación italiano.
Por otra parte, en un video al alcance de todos, Wolfgang Wodarg, quien fue presidente de la Comisión de la Salud del Consejo de Europa, va mucho más allá y afirma que hoy no estamos midiendo la incidencia de la enfermedad causada por el virus, sino la actividad de los especialistas que lo convierten en objeto de sus investigaciones. Pero no es mi intención entrar en el debate entre los científicos sobre la epidemia, me interesan las gravísimas consecuencias éticas y políticas que de ella derivan.
“Parecería que, agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todo límite.” ¿En qué sentido se trata de una invención? El terrorismo, al igual que una epidemia, si bien son reales, ¿pueden acarrear consecuencias políticas inaceptables?
Cuando se habla de invención en un ámbito político, es necesario no olvidar que esto no debe entenderse en un sentido únicamente subjetivo. Los historiadores saben que hay conspiraciones, por así decirlo, objetivas, que parecen funcionar como tales sin ser conducidas por un sujeto identificable. Como mostró Michel Foucault antes que yo, los gobiernos securitarios que se sirven del paradigma de la seguridad no funcionan necesariamente produciendo la situación de excepción, sino explotándola y dirigiéndola una vez que se produce. Por cierto no soy el único en pensar que para un gobierno totalitario como el de China la epidemia ha sido el instrumento ideal para verificar la posibilidad de aislar y controlar una región entera. Y el hecho de que en Europa podamos referirnos a China como modelo muestra sólo el grado de irresponsabilidad política al que nos ha arrojado el miedo. Sería necesario preguntarse si no es bastante extraño que el gobierno de ese país haya declarado que la epidemia ha concluido cuando lo consideró conveniente.
¿Por qué, según usted, el estado de excepción es injustificado, cuando el confinamiento parece ser para los científicos el único medio de detener la propagación del virus?
En nuestra situación de confusión babélica de los lenguajes, cada categoría persigue sus propias razones particulares sin tener en cuenta las razones de los demás. Para el virólogo, el enemigo que se debe combatir es el virus; para el médico, el único objetivo es la curación; para el gobierno, se trata de mantener el control, y es posible que incluso yo haga lo mismo al recordar que el precio que hay que pagar por esto no debe ser demasiado alto. En Europa ha habido epidemias mucho más graves, pero a nadie se le había ocurrido declarar a causa de ello un estado de emergencia como el que, en Italia y Francia, prácticamente nos impide vivir. Teniendo en cuenta que en Italia la enfermedad hasta el presente ha afectado a menos de una de cada mil personas, es válido preguntarse qué se haría si la epidemia de veras empeorara. El miedo es un mal consejero y no creo que transformar el país en un país apestado, donde cada quien mira a sus semejantes como una ocasión para el contagio, sea realmente la solución correcta. La falsa lógica es siempre la misma: así como frente al terrorismo se afirmaba que la libertad debía ser suprimida para defenderla, también ahora se nos dice que es necesario suspender la vida a fin de protegerla.
¿Asistimos acaso a la instauración de un estado de excepción permanente?
Lo que la epidemia muestra con claridad es que el estado de excepción, con el cual los gobiernos nos han familiarizado desde hace tiempo, se ha convertido en la condición normal. Los seres humanos se han acostumbrado hasta tal punto a vivir en un estado de crisis permanente que no parecen percatarse de que su vida se ha reducido a una condición puramente biológica, que ha perdido no sólo su dimensión política sino también cualquier dimensión simplemente humana. Una sociedad que vive en un estado de emergencia permanente no puede ser una sociedad libre. Vivimos hoy en una sociedad que ha sacrificado su libertad en nombre de las así llamadas “razones de seguridad” y, de este modo, se ha condenado a vivir en un estado de miedo e inseguridad permanente.
¿En qué sentido estamos experimentando hoy una crisis “biopolítica”?
La política moderna es de principio a fin una biopolítica, donde la apuesta es a fin de cuentas la vida biológica como tal. El hecho novedoso es que la salud se convierte en una obligación jurídica que debe