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ves?

      —Sí. Un poco oscuro, pero te veo. Hola.

      —Hola.

      —¿Me ves ahora?

      —No.

      —Espera, voy a intentarlo otra vez.

      —…

      —…

      ***

      Este es el texto del libro. Yo soy el texto, soy el texto y estoy escribiendo el texto en el libro. Yo no soy el autor del libro. El autor del libro es Eiríkur (podéis llamarle por teléfono para confirmarlo, si hace falta). Todo es como Hitler.

      ***

      —¿Hola?

      —¿Estás ahí? ¡Hola!

      —¡Hola!

      —¿Qué tal andas? ¿Te encuentras bien?

      —Regular. Pero ya estoy en casa. La primera semana fue la peor. Pero ahora, prácticamente se ha pasado.

      —¿Te dieron Tamiflu?

      —No.

      —¿Qué te dieron?

      —Nada. Analgésicos. Hay poco Tamiflu y no te lo dan a menos que estés muriéndote.

      —¿Qué dices? Hay un montón de ruido. No te oigo.

      —Que no te dan Tamiflu a menos que estés a punto de morir.

      —¿Por qué no?

      —El médico dijo que hay muy poco.

      —¿Pero no desapareció la fiebre del pollo hace tiempo?

      —La fiebre porcina.

      —A esa me refiero.

      —Sí. Más o menos. Pero las normas son las normas.

      —Joder.

      Y se cortó.

      ***

      El valor de la exportación de productos del mar es el concepto que ocupa el lugar preeminente en toda la existencia de la nación islandesa durante el siglo xx, y durante los años de la guerra este valor se quintuplicó. Los británicos llegaron a Islandia y construyeron un aeródromo. Los estadounidenses llegaron a Islandia, construyeron otro aeródromo y abrieron carreteras, regalaron pantis y chicle a las chicas y dieron a Islandia nuevos hijos, nuevas hijas —Fulanito Hermannsson y Menganita Hermannsdóttir—. Los estadounidenses trajeron a los islandeses música rock, parties constantes y genes nuevos. Cuando terminó por fin todo el jaleo, y casi 80 millones de personas habían muerto —Dresde y Guernica borrados del mapa, París, Londres, Varsovia, Stalingrado y Berlín sin una casa en pie, por no mencionar Pearl Harbor, Hiroshima y Nagasaki—, los islandeses recibieron compensaciones por el chicle y los pantis, pensiones para los hijos ilegítimos y sobornos para construir un aeropuerto militar en Keflavik. En 1940 había 1700 casas de turba en Islandia. Mil setecientas casas de mierda. Porque no había nada más con que hacerlas. En 1950 no quedaban más que un puñado. En el continente, la gente seguía viviendo como podía en las ruinas de los bombardeos.

      ***

      Rodeado de cajas de cartón, muebles desmontados y planchas de madera pegadas con cinta adhesiva, alfombras y utensilios de cocina, Ómar estaba sentado en el suelo con el portátil sobre las piernas. Había estado conectado un rato a una red del vecindario. Pero había demasiada distancia hasta la casa más cercana que tenía conexión sin seguridad, y no hacía más que cortarse. En estos momentos no tenía conexión.

      Se había mudado a la casa la tarde anterior. Halldór y Dísa lo habían ayudado a llevar las cajas. Pero luego tuvieron que irse. A lo mejor fue porque querían irse. Ómar había exagerado al decir que eran «amigos» suyos. Cuando les telefoneó para pedirles ayuda, ni se acordaban de él, y tuvo que mencionar los estudios de Islandés en la universidad —les había prestado los apuntes de tres asignaturas, y le debían un favor—. Y sí, fueron a ayudarle —pero luego desaparecieron inmediatamente—. Una vez se fueron, Ómar consiguió meter a rastras el colchón de matrimonio de muelles en el dormitorio y abrir la bolsa de plástico negro del edredón. Luego se dejó caer, agotado, y se durmió.

      Y ahora estaba sentado en el suelo de la cocina. Había descansado bastante y se sentía mejor. Pero a lo mejor no lo autorizaban a viajar a Lituania antes de navidades. Ni después de navidades. En cualquier caso, carecía de medios y más valía que se tomara una buena temporada de descanso para recuperar la salud. La gripe porcina había causado algunas muertes. Incluso a personas con mejor salud que Ómar Arnarson.

      ***

      Nadie fue más beneficiado por el Plan Marshall que los islandeses.

      Proporcionalmente.

      Las reglas de proporcionalidad están grabadas en el genoma de este pueblo vikingo y poseen casi el mismo valor que la exportación de productos del mar.

      Proporcionalmente, la literatura islandesa posee categoría universal.

      Proporcionalmente, tienes una polla más grande que todas las masas musculares del mundo juntas.

      Un auténtico pollón de ballena azul.

      ¡Guau!

      ***

      Primero, Ómar encargó una pizza y después se dedicó a las cajas de cartón. Nunca había sido dueño de demasiados trastos y la mayor parte de los que en algún momento habían sido suyos fue desapareciendo en el rastro a lo largo de las últimas semanas. La inmensa mayoría de las cajas contenían cosas de Agnes. No quería reconocerlo más que a media voz, se lo contaba en voz baja al cuello de la camisa entre un sorbo de café y el siguiente, pero era evidente que tenía intención de rebuscar entre las cosas de Agnes aprovechando que ella no lo veía. Quería mirarlo todo, desde la partida de nacimiento al último recibo de su tarjeta de crédito. Naturalmente, se moría de vergüenza por lo que iba a hacer. Sabía que no podía hacerlo. Que un hombre honrado tenía que limitarse a ordenar las cosas de las cajas sin mirarlas, sin abrir las carpetas ni, mucho menos, los diarios. Pero no podía contenerse. La tentación era demasiado fuerte. Desde que se conocieron, había estado todo el tiempo deseando introducirse en ella por completo; quería indagar hasta el último recoveco de su existencia; hacerla suya a ella, y hacerse él suyo. Así era el amor, pensó Ómar. Así quería amar.

      ***

      En su vergüenza proporcional ante las aportaciones económicas estadounidenses, esta nación amante de las patrañas empezó a explicarse cosas a sí misma, cuando la gente se sentaba a la mesa de la cocina, y surgieron unas leyendas de lo más islandesas que a nadie le apeteció desmentir de forma explícita. En esta ocasión, los islandeses se contaron a sí mismos que durante la segunda guerra mundial habían sufrido una extraordinaria mortandad. Proporcionalmente a la población, está claro. Marineros islandeses, en barcos de pesca o de carga, se hundieron en el fondo del mar con tal estruendo que las masacres más espantosas del mundo palidecían en la comparación. Unos vikingos islandeses lograron sacar a sus compatriotas de sus cabañas de tierra, pusieron en peligro sus vidas y navegaron hasta Europa en barcos atiborrados de pescado, para regresar con enormes cargamentos de dinero.

      Proporcionalmente, los islandeses fueron quienes más muertos sufrieron en la guerra. Proporcionalmente.

      ¡Y fueron los nazis quienes los mataron! ¡Ellos mataron a nuestros héroes! ¡A los héroes del mar!

      Ellos dieron sus vidas para que nosotros pudiéramos extraer inmensas cantidades de dinero de las insondables bóvedas de los Estados Unidos de América.

      Pero, claro, todo eso no era más que una burda trola. Y lo sigue siendo.

      ***

      Ómar encontró la partida de nacimiento de Agnes en la primera hora, nada más llegar la pizza. La puso en la mesa de la cocina y siguió comiendo. Allí empezaba a existir Agnes. A partir de ese instante pudo seguir el hilo, y deshizo la red que mantenía todos los acontecimientos

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