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otro tipo de fuentes –ciertos aspectos de la vida cotidiana, de las dinámicas y subjetividades colectivas y de la conflictividad social–, siempre teniendo en cuenta los resguardos metodológicos específicos.7

      En el segundo caso, las memorias fueron utilizadas como fenómenos históricos en sí mismas, fuente de representaciones y significados sobre el pasado y el presente a partir de los cuales, como señala Ludmila da Silva Catela (2011), se puede explorar la génesis social del recuerdo como problema, y pensarlas como instrumentos de reconstrucción de identidad. En este sentido, las memorias constituyeron una fuente crucial aun en sus alteraciones, desplazamientos y negaciones. Fueron justamente muchas de esas tergiversaciones y omisiones las que abrieron la puerta a algunos de los planteamientos más fértiles de esta producción.

      En este caso, las memorias no se construyen solamente –ni son analizadas exclusivamente– en las relaciones que se establecen entre los sujetos locales, sino que se entraman con la de antiguos trabajadores que ya no viven en Pueblo Liebig, poniendo en tensión la relación entre territorialidad y experiencia vivida. Así, la misma comunidad se transforma en pregunta de investigación: no se la considera un espacio preexistente, sino que se define con relación a los sentidos que le otorgan en el presente los actores sociales. La construcción de comunidad, como señalan Ponciano del Pino y Elizabeth Jelin (2003), está sujeta a intereses locales y de poder que se imbrican con las jerarquías establecidas en las memorias acerca de quién es quién; de ahí la necesidad de indagar qué es lo que unifica y diferencia “dentro” de la comunidad, así como las formas de articulación que se generan.

      La indagación atiende al carácter plural de las memorias, a sus cambios a lo largo del tiempo, a sus diversos “usos” y a los conflictos que generan por lograr la visibilización en el espacio público y la legitimidad de una cierta versión del pasado. Memorias de las que forman parte tanto los recuerdos como los olvidos y los silencios, que se activan en contextos específicos y que se encuadran a través de la interacción y la acción de “emprendedores”. Memorias que se vehiculizan a través de diversos soportes y disparan sentidos disímiles en distintos momentos; que se cristalizan en determinadas situaciones, se transforman, unas en hegemónicas y otras se vuelven subterráneas. En consecuencia, las estrategias de análisis incluyeron el abordaje de los procesos de memoria en escenarios de lucha acerca de los sentidos del pasado, y la reposición de su historicidad.

      El examen del pasado como construcción cultural sujeta a los intereses del presente en que las memorias se expresan llevó a considerar las formas en que distintas temporalidades convergen en la restructuración de las memorias. Como sostiene Jelin (2002), aunque el sentido común propone que al pasar el tiempo lo que está más lejano en términos cronológicos tiende a olvidarse, no siempre ocurre así. En determinadas coyunturas, especialmente las de crisis, los actores sociales persisten en insistir en la presencia del pasado. En esos contextos se hace necesario replantear las maneras de interpretarlo, con lo que se confirma que el pasado no es estático y nunca está cerrado.

      Como señala Sergio Visacovsky (2011: 282), las segmentaciones temporales deben ser comprendidas en función de sus usos específicos en cada contexto social: aquello que es tipificado como “reciente” por la historiografía puede ser experimentado indistintamente como “actual” o “antiguo” por quienes han sido sus protagonistas.

      Por otro lado, dar cuenta del pasado (y entender el presente) de aquellos que vivieron “aislados” en una localidad dentro del territorio nacional, pero al mismo tiempo atravesados por fuerzas y circunstancias globales (tener o no tener trabajo dependía de la paz o la guerra en la lejana Europa, en la desconocida África, o de las cambiantes alianzas políticas de la vieja Inglaterra), supone analizar las distintas escalas que desde lo local se articulan con lo transnacional en la dinámica que estructura las memorias y las prácticas sociales.

      En segundo término, reconociendo las mutaciones de la memoria en el tiempo, la historia proporcionó el contexto para interpretar los motivos de sus transformaciones y posibilitó reconocer etapas de reconfiguración y cristalización.

      Así, en el conjunto de este estudio se entrelazan la historia, la memoria de la historia y la historia de la memoria.

      4. Estudios sobre patrimonio

      La primera de ellas, fijada durante el Romanticismo, establece como criterios de legitimación patrimonial referentes simbólicos que están más allá del orden social y de sus leyes: la naturaleza (por oposición al espacio de la cultura), el pasado (por oposición al tiempo percibido como presente) o la genialidad excepcional (por fuera de los límites de la condición humana culturalmente establecidos). Son estos criterios, entonces, los que determinaron los límites de lo “patrimoniable”. A partir de ellos se produce, siguiendo a Prats, una segunda construcción social que este autor denomina “activación”. Ningún bien constituye por sí mismo –por sus características inherentes– parte del patrimonio cultural si no es legitimado socialmente. Los bienes culturales

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