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el remate, la pared, etc. Otros un poco más «evolucionados» dicen que es fundamental tener dos o tres ideas y aplicarlas en función de las situaciones que se presenten. Partiendo de esta visión cerrada y estática de la realidad del juego, no cabe sorprenderse de que los entrenadores que piensan todavía de esta forma vivan como ermitaños utilizando recetas del pasado muertas, manteniéndose «fieles» e inflexibles en sus «ejercicios» medios y métodos de entrenamiento y siendo «entrenadores» de repetición año tras año, independientemente de los jugadores o del equipo, de los vicios malos y buenos del equipo. Ante este panorama, algunos aún se proclaman competentes simplemente por llevar 20 ó 25 años de profesión cuando en la mejor de las hipótesis tienen un año multiplicado por 20 ó 25 veces. Es verdad que para innovarse es preciso leer, reflexionar, investigar, difundir experiencias, intercambiar ideas para que esta especialidad tenga más y mejor público y una implantación en la sociedad, pero esto cuesta tiempo, masa cerebral y una exposición pública y crítica.

      En relación con los médicos, por ejemplo, todos los años tienen un nuevo vademécum que determina que las enfermedades actuales no sean curadas con medicamentos de hace 10 ó 20 años. Los entrenadores mantienen su «vademécum» técnico influidos por los mismos ejercicios sobre que se realiza toda su vida deportiva. ¿Es posible que el conocimiento teórico y práctico de hace 20 ó 30 años pueda responder adecuada y cabalmente a las cuestiones relacionadas con la actividad deportiva de la actualidad? La falta de cultura general, deportiva y de hábitos reflexivos por parte de los entrenadores determina su rechazo para aceptar y entender que existen nuevas condiciones, nuevos cambios en los medios de investigación, en la metodología del entrenamiento y en las diferentes tecnologías pedagógicas, y este desinterés determina un inmovilismo y una repetición ciega del pasado. La mediocridad de gran parte de los que intervienen en el fenómeno deportivo (entrenadores, dirigentes, periodistas, etc.) está basada en una constante necesidad de oscurantismo y en el miedo a perder algún tiempo para estudiar y reflexionar. Algunos piensan que su mediocridad será compensada por la mutación genética de las diferentes generaciones de jugadores que pasaron por sus manos a lo largo de su vida profesional repleta de repeticiones fundadas no en la experiencia o en la competencia, sino en la falta de ambas. Progreso, desarrollo e innovación significan, por encima de todo, una nueva actitud mental sobre el problema, que implica una nueva actitud práctica y una nueva actitud funcional. El entrenador debe abarcar un bagaje de conocimientos suficientes que le posibiliten elaborar situaciones de entrenamiento que permitan verdaderas oportunidades para que los jugadores crezcan, más allá de los recursos físicos, ejerciendo a priori una reflexión crítica y eligiendo dentro de un grupo de opciones las más adecuadas y adaptadas a los problemas que se presenten. En esta línea de pensamiento, no es posible la utilización constante de los mismos «caminos», pues nos transportan a los mismos lugares a partir de los cuales contemplamos las mismas vistas, cambiando solamente el tiempo y las circunstancias de llegada. Esta realidad se constituye así más como un ritual, muchas veces penoso y repetido. El entrenador debe asumir su rol de explorador de nuevos caminos, donde encontrará nuevos conceptos, nuevas metodologías, nuevas teorías, etc., que contribuirán de forma clara a la evolución del juego del fútbol. En efecto, el entrenador tendrá que construir e interpretar nuevos caminos (léase mapas) partiendo de perspectivas diferenciadas en función de nuevos conceptos, del tiempo, del espacio, de las circunstancias, etc., abriendo de esta forma nuevas vías de acceso a la optimización del proceso de entrenamiento por la rentabilización de los medios humanos y materiales que están a su disposición. Al mismo tiempo, hay que eliminar todo aquello que potencialmente pueda disminuir las posibilidades de que los jugadores no alcancen el máximo de sus capacidades. En el entrenamiento se deben conceptualizar situaciones-problemas en las que centrarse más en la producción de acciones motoras, esto es, aquellas que se alteran constantemente en la búsqueda de una adaptación más eficaz, que en las acciones motoras de repetición, en las que se realiza siempre la misma respuesta independientemente de la variabilidad propuesta en la situación. «El acto del entrenador está basado en un saber que, como cualquier otro, se aprende, se renueva y se transforma constantemente» (Lima, 2000).

      LOS JUGADORES SON EL ESPEJO DE AQUELLO QUE ENTRENAN

      Existe en la mente de muchos entrenadores la presunción de que cualquier ejercicio de entrenamiento independientemente de su nivel de especialización (que reproduzca de forma más o menos aproximada la naturaleza-lógica del juego del fútbol) transfiere siempre algo de positivo a la capacidad objetiva del jugador o del equipo. Además, es preciso tener presente que está transferencia, esto es, la influencia de un ejercicio sobre otro que se realiza en un ambiente contextualmente diferente en la adquisición de otro tipo de competencia, no representa un fenómeno positivo por naturaleza: podrá tener un efecto positivo al potenciar esa relación (es el objetivo que hay que alcanzar siempre), un efecto neutro, no existe influencia ni positiva ni negativa, o un efecto negativo al influir negativamente (situación a evitar). Thorndike en 1914 postuló que para que exista una transferencia positiva es necesario tener «elementos idénticos» entre la tarea originalmente aprendida y la nueva que hay que aprender. Más tarde, Osgood (1947) desarrolló un encuadre del tipo estímulo-respuesta en el que precisó, refiriéndose a esta teoría, que la cantidad y la dirección del efecto de la transferencia están relacionadas con las similitudes existentes entre los estímulos y las semejanzas de las respuestas. Esta teoría, vulgarmente conocida como «teoría de los dos factores», refiere que cuando las similitudes decrecen en un cierto porcentaje no sólo no se produce la transferencia positiva, sino que se pasa a una interferencia de carácter negativo, como en el caso de la transferencia entre tareas «con elementos parecidos». Desde esta perspectiva, el entrenamiento, de la misma manera que puede ampliar y optimizar los límites de la capacidad humana, cuando está mal diseñado (léase construido) es un factor limitador de los futuros rendimientos. En este ámbito existe una evidencia que ha sido demostrada a lo largo de los años: sólo se es bueno en aquello que específicamente se practica; además, los procesos de adaptación específica y de aumento del rendimiento especializado se ven perjudicados cuando predominan en el entrenamiento otros actores (léase no específicos) y también cuando éstos ocurren temporalmente, es decir, en un determinado momento de la sesión de entrenamiento o en un período concreto de preparación para la competición. Tomemos en consideración un ejemplo práctico para tomar conciencia de la necesidad de la utilización de ejercicios con un determinado grado de especificidad en el entrenamiento: imaginemos un jugador que inicia el entrenamiento en la especialidad a los ocho años y se mantiene hasta los veinte, es decir, 12 años de práctica ininterrumpida utilizando ejercicios correctos y específicos de fútbol. Efectuará cerca de 2.700-3.000 h de entrenamiento durante las cuales realizará más de 1,5 millones de acciones técnico-tácticas de pase, 100.000 remates y más de tres millones de desplazamientos ofensivos o defensivos durante las fases ofensivas y defensivas del juego. El simple hecho de que otro entrenador para el mismo tiempo total de entrenamiento dedique más de 10-15 min en la ejecución de otro tipo de ejercicio que no sea específico del juego del fútbol hará que otro jugador ejecute cerca de un millón de pases, 80.000 remates y cerca de dos millones de desplazamientos ofensivos y defensivos durante las fases ofensivas y defensivas del juego. Por ello, al final de los 12 años de entrenamiento, el segundo jugador tendrá un «deficit técnico-táctico» en el final de su formación que muy difícilmente recuperará a lo largo del resto de su vida como practicante. Es verdad que la cantidad no determina de inmediato la calidad, pero hay una fuerte relación entre el número de veces que se ejecuta una acción de predominancia técnica o de predominancia técnico-táctica y el nivel de rendimiento conseguido en ella.

      OBJETIVO DEL LIBRO

      El contenido de este libro se centra en la problemática de que la evolución de la praxis del fútbol resulta de la interacción entre el juego (la lógica interna) y el jugador (la lógica de cómo aprende, evoluciona y se perfecciona), y éstos a su vez evidencian el establecimiento de un tercer problema: la lógica del ejercicio de entrenamiento (considerándolos como la hipotética construcción potencialmente capaz de organizar y orientar la actividad del jugador) (ver fig. 1). Por ello, más allá de las cuestiones que se derivan del análisis, de la sistematización y de

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