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que mi esposo era el padre más emocionado que él había visto, pero a nosotros nos gusta pensar que era verdad.

      Sólo había un problema: mi esposo tenía solamente $163 dólares en su billetera. Cuando regresó al hospital a reclamar a sus dos “chicas” y se paró nervioso frente a la cajera a esperar la factura, procuró pensar lo que le iba a decir para convencerla de que él pagaría la cuenta después. Entonces ella le presentó el gran total: $160 dólares. Le explicó que yo había sido admitida en la hora de cambio de fecha, de modo que nos cobraban un día menos. Con los tres dólares restantes en la mano Kent corrió de la caja a la floristería a comprarle a su esposa un hermoso ramo de flores.

      Estos acontecimientos que acompañaron el nacimiento de nuestra primera hija, son no sólo un hito en la historia de nuestra familia, sino también una insinuación de los temas que discutiremos en este libro. Estos son algunos de ellos:

      • La familia es el objeto del interés especial de Dios. Quizá pudiéramos afirmar que Dios está de lado de la familia en su lucha con las vicisitudes de la vida.

      • Hablando con realismo, en un mundo caído como el nuestro, la familia se encuentra siempre en un estado precario (financieramente y en otros aspectos).

      • Una familia cristiana depende de la gracia y el cuidado providencial de Dios para enfrentar las dificultades que son parte inevitable de la vida. Ninguna familia es lo suficientemente fuerte para manejar sus asuntos aparte de la provisión de Dios.

      • En vista de todo esto, los padres deben acoger los altibajos de la familia como uno de los escenarios principales en los cuales pueden interactuar con Dios y entre sí mismos.

      • Los padres deben organizar conscientemente la historia de la familia como una historia de providencia divina; no deben permitir que los acontecimientos de la vida familiar se pierdan o se olviden.

      • Podemos confiar en que Dios bendice las familias de los creyentes. Con esto no negamos las terribles tragedias que afligen a algunas familias; solamente afirmamos que es parte de la naturaleza de Dios proveer y bendecir a sus hijos.

      El 10 de agosto de 1963 se convirtió en una preciosa fecha de recordación para nosotros dos. Dios suplió milagrosamente nuestras necesidades dándonos a la vez una señal significativa de su sonrisa sobre nuestra familia. Y la durable alegría de esa ocasión se repitió tres veces durante los años siguientes, cada vez de manera más creciente. De hecho el nacimiento de nuestra primera hija fijó el tono de toda la experiencia de criar una familia de cuatro hijos, y de su crecimiento hacia la madurez. Esa experiencia ha sido una celebración continua.

      Todos nuestros cuatro hijos nacieron antes de que Kent terminara los estudios de seminario; de modo que esos primeros años fueron de carestía. Aunque el médico que me atendió en el parto de Holly no cobró sus honorarios, ¡otros proveedores de servicios sí lo hicieron! Pero a través de esos tiempos, duros para nosotros mientras otros disponían de dinero, nos sentíamos felices y nuestra alegría era permanente. Hoy en nuestra madurez, con cuarenta años de matrimonio y dieciocho nietos podemos decir que nuestra familia, a pesar de todos sus altibajos, ha sido una fuente permanente de alegría. Sólo tenemos un motivo de frustración: no haber tenido más hijos.

      Desde luego no todo el mundo siente lo que nosotros sentimos sobre la paternidad. Los personajes públicos de nuestros tiempos, desde Winston Churchill hasta Gloria Steinem, registran la tragedia de quienes tuvieron padres que, por una u otra razón, descuidaron su papel paternal. No es de sorprenderse por qué el padre de Churchill centrado en sí mismo haya sido tan descuidado con su hijo tan patéticamente necesitado, o porque la repulsión de Gloria Steinem hacia la maternidad estuviera relacionada con la condición necesitada de su madre. Dicho descuido es ahora un lugar común en nuestro mundo.

      Lo que sí es sorprendente, sin embargo, es que un mal similar se encuentra a menudo entre los que profesan ser cristianos. Nosotros hemos aconsejado personalmente a hombres y mujeres a quienes sus padres, asistentes a la iglesia y lectores de la Biblia, les dijeron que deseaban no haberlos tenido. Otros han dicho que aunque los padres no se lo dijeron de manera tan directa, hicieron evidente que sus hijos habían frustrado su potencial. Un joven nos dijo una vez que no recordaba un día siquiera en el cual la madre, que había sido misionera, no le hubiera recalcado que ella había sacrificado su potencial misionero por tener una familia. Ella creía que los hijos le impedían volver al campo misionero. Pero lo más frecuente entre padres cristianos es una ambivalencia en el enfoque de lo que es la familia. Externamente elogian el privilegio de ser padres, pero en su interior mantienen la actitud de que la paternidad es una carga que se debe soportar.

      1 TRAS LA CONFUSIÓN

      ¿Cómo es que se anidan en los corazones cristianos tales actitudes? En primer lugar muchas personas están cautivas por una cultura que determina la propia valía y la realización personal por la contribución, el nombre, la educación y el dinero. La sociedad aplaude más a quien diseña un edificio que a quien cuida de la arquitectura del alma de un niño. Nuestra cultura otorga mayor valor a un rostro conocido por el público que al semblante que reflejan los ojos de un niño.

      El mundo da mayor prioridad a la consecución de un título que a educar una vida.Valora más la capacidad de dar cosas que darse a sí mismo. La cultura moderna ha enfatizado tanto este enfoque de la valía personal que éste se ha arraigado en muchos corazones cristianos, de tal modo que no queda espacio para otra persona, aún si ese otro es nuestro propio hijo o hija.

      Otro factor que contribuye regularmente a la actitud de que la paternidad es una carga es la incomodidad que trae consigo el embarazo y la crianza de los hijos. Eric y Yuly habían estado casados durante tres años libres de preocupaciones cuando ella quedó embarazada. Ambos le dieron la bienvenida al hecho y lo anunciaron con orgullo recibiendo las congratulaciones de la familia, los amigos y la iglesia. Sin embargo, el entusiasmo inicial de Yuly pronto fue apagado por los mareos matutinos que para ella se convirtieron en algo permanente. Las náuseas dieron paso a una propensión a comer y comer, lo que hizo que ganara peso excesivo. Estaba embarazada y gorda, y se sentía fea, a pesar de las demostraciones de cariño de su esposo. Ninguno de los dos se sentía feliz. Su vida sexual se había afectado por sus achaques, y ahora, como era de esperar, no pasaba por su mejor momento.

      Eric estaba secretamente resentido y Yuly aburrida y vagamente temerosa. Echaba de menos a sus compañeros de trabajo y cavilaba que también se iba a comportar en el parto. “Esa personita aquí adentro, ¡cómo ha cambiado las cosas!” -pensaba dentro de sí.

      El nacimiento de su bebé, a quien llamaron Caleb, salió razonablemente bien, pero sufría de cólicos y era susceptible a infecciones del oído. Yuly y Eric soportaron durante meses las interrupciones de su sueño nocturno y las tediosas tareas y llegaron a resentirse. Desde luego ambos amaban a Caleb intensamente. Eso nunca cambió.

      Pero Yuly no se consideraba una buena madre y comenzó a sentirse incompetente. De modo que hizo algo natural: minimizar y aún evitar lo que le causaba el sentimiento de incompetencia. Su infelicidad le hizo difícil mantener la dieta, de modo que el sobrepeso se mantuvo. Una mañana mientras abrazaba a Caleb, Yuly le dijo: “Tú me has costado mucho. Perdí mi figura por ti”. Esto fue algo que Caleb tuvo que seguir escuchando una y otra vez. Entre tanto Eric empezó a sentir un poco de celos de Caleb quien estaba recibiendo la atención que antes Yuly le dispensaba sólo a él.

      La incomodidad inevitable que produce el embarazo y las preocupaciones de la crianza de los hijos han envenenado la perspectiva de muchas parejas jóvenes de hoy, aunque son hijos e hijas de la iglesia. No sólo son numerosos los padres que consideran la familia como una carga, sino que muchas parejas jóvenes están retardando el momento de comenzar una familia hasta haber logrado el éxito profesional para minimizar los inconvenientes con su dinero, o limitando la familia a uno o dos hijos.

      Es necesaria una renovación de los principios fundamentales de la familia cristiana; principios sobre los cuales se puedan edificar las disciplinas que le son características. Sin un fundamento sólido estas últimas no florecerán. Y el fundamento correcto está cimentado en la Palabra de Dios.

      LO QUE DICE LA BIBLIA ACERCA DE LA FAMILIA

      Cuando

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