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no se hubiese dado cuenta del peligro que estaba corriendo al citarse con un desconocido. Las palabras de ese muchacho le habían adormilado la conciencia. Yo estaba convencido de que ella no era ninguna tonta. Siempre había demostrado sagacidad e inteligencia. ¿Qué le había ocurrido para dejarse engañar de esa manera?

      Es claro que a los jóvenes solo les interesa agrandar su círculo de amistades para que crezca su popularidad y no se preocupan por la procedencia de sus amigos. Mi hermana andaba en ese plan y por eso la amistad de Houston le cayó como anillo al dedo. Tobías era el supuesto amigo de la prima de una amiga. Ni siquiera el amigo directo de su amiga Andrea o de alguna otra de Las Comadres. Andrea lo había agregado a Loslocosdelsalón por petición de su prima. Vaya uno a saber cómo fue que la prima lo conoció. Pero Houston le había dado el “visto bueno” y, por lo visto, confiaba más en ella que en cualquier otra persona sobre esta Tierra.

      Para consolarme, pensé que al menos había un rostro, una voz y muchas pistas en ese celular. Allí estaba Tobías y todo indicaba que era un muchacho real. Cuando papá regresó a la estación de policía, ya tenía un relato concreto y una denuncia de mucho peso. ¿Aprovecharía la Policía los datos que le estábamos entregando?

      Lo que yo descubrí en menos de una hora, ellos se tardaron varios días en corroborarlo. En ese entonces la UIT estaba en pañales y los investigadores no tenían mucha experiencia. Y antes que ellos entregaran resultados concretos, apareció mi hermana.

      Un cortero de caña la encontró de puro milagro en un cañaduzal en la vía que de Cali conduce a Candelaria. El hombre creyó que mi hermana estaba muerta, pero cuando sus compañeros se acercaron observaron que aún respiraba. Pidieron ayuda y la condujeron al hospital departamental. Los médicos determinaron que había sido violada, torturada y que, finalmente, producto de una terrible golpiza, había quedado en estado de coma.

      A mis papás les quedó, al menos, la ilusión de que Inés se recuperara algún día y eso les dio fuerza para seguir adelante. Fueron días muy difíciles para todos. No me gusta pensar en eso porque me revuelve el estómago y se me hace un nudo en la garganta. Para mí, hubiera sido mejor encontrarla muerta que en ese estado… Si hubiera tenido los conocimientos que tengo hoy, seguro habría dado con los responsables de ese crimen, pero apenas era un aficionado a los videojuegos…

      La Policía logró establecer que Tobías fue el anzuelo que le pusieron a mi hermana dos sujetos conocidos como Parkis y Rigo. Ellos utilizaron a Tobías para seducir a mi hermana. Al salir de casa para verse con él, cayó en las redes de los bandidos. Fue atacada en el parque El Ingenio y después conducida a un lugar de la ciudad donde fue sometida a toda clase de vejámenes sexuales. Al cabo de cinco días —tal vez porque la dieron por muerta— sus verdugos la abandonaron en el cañaduzal.

      A los dos días de aparecer mi hermana, fue encontrado el cadáver de Tobías —que en realidad no se llamaba Tobías sino Joansen Aparicio— en un potrero cerca de Jamundí. Ese hecho, en vez de acelerar la investigación, la atascó. Lo único que se pudo establecer con total certeza, por los mensajes que recibió en su celular, fue el vínculo que tenía Joansen con Parkis y Rigo, pero estos eran nombres falsos y nunca se pudo dar con su paradero.

      Hay algo de todo esto que no saben mis padres, Protón ni nadie. Dos años después de la tragedia, cuando ya estaba estudiando en la Univalle y hacía un trabajo de investigación sobre la red oscura, encontré por pura casualidad un video que circulaba en un chat. De inmediato, sin que la primera imagen lo mostrara, supe que allí había algo que me incumbía. Fue como una corazonada. En efecto, en el video aparecía mi hermana siendo violada y torturada por un par de encapuchados.

      Fue entonces cuando comprendí que los hombres que destruyeron la vida de mi hermana tenían como objetivo principal vender esas imágenes en la red a los usuarios que las pedían desde cualquier lugar del mundo. Esas imágenes acabaron con la poca paz que me quedaba.

      A pesar del tiempo transcurrido, todavía no he superado el impacto que me produjo ese video. Guardé silencio por respeto a mi hermana y por temor a que las imágenes recibieran más difusión de la que tenía en la red oscura. Pero empecé a trabajar de inmediato con la convicción de que algún día descubriría a los culpables.

      Me pasé noches enteras tratando de descifrar la ruta del video, pero este ya llevaba mucho tiempo circulando y fue imposible rastrear el origen. Además, era una tarea que tenía que hacer yo solo, sin ayuda de nadie, y no tenía los conocimientos suficientes para semejante empresa. Lo que sí logré fue desaparecerlo, impedir que siguiera circulando. Sé que aún puede estar guardado en algún computador, pero yo estoy listo para atacar a quien se atreva a publicarlo.

      Mi hermana ha permanecido todos estos años en recuperación. A los veinte días despertó del estado de coma, sin daños cerebrales aparentes, pero con un trauma sicológico que la ha dejado irreconocible. No regresó al colegio, casi siempre habla en monosílabos o articula frases cortas, se queda horas enteras mirando por la ventana, no llora ni ríe. Me da mucho dolor verla así, cuando era tan activa, tan conversadora, tan amiguera. Y no es que hablara mucho conmigo, pero su sola presencia le daba alegría a la casa. Mis padres se pasan la vida cuidándola y aunque se han envejecido más de la cuenta esto los mantiene vivos. No pierden la esperanza de que Inés vuelva un día a ser la misma de antes. Quién sabe. A lo mejor se quede así para siempre… Como ida de este mundo.

      Cuando Protón escuchó parte de este relato, clavó los ojos en la mesa como un niño que recibe un regaño por haber actuado tontamente. Después levantó la mirada y extendió el brazo hasta alcanzar mi hombro.

      —Cuenta conmigo —dijo—. Te agradezco por contármelo. Y te admiro por hacer las cosas como las haces. Yo, en tu caso, no sé cómo hubiera reaccionado.

      —No deseo venganza, como debería —dije—, pero no pierdo la esperanza de encontrar alguna pista que me lleve hasta las autores de ese crimen, aunque este trabajo no haya dado fruto hasta el momento.

      —Te entiendo —respondió—, yo también me siento impotente frente al sistema. Pero creo que tenemos un buen campo de acción y, con lo que me dices, ya somos dos los que estamos tras esa escoria humana.

      —Al menos los dos somos pacientes —agregué—. En este trabajo hay que actuar con la paciencia del pescador que lanza el anzuelo en aguas poco tranquilas. Se requiere una buena carnada y mucha suerte para dar con una buena presa.

      —¡En eso eres un experto! —dijo sonriendo—. Que lo diga Euclides Torres. O nuestro amigo Richard…

      Protón apuró el jugo de mora que se estaba tomando y yo terminé mi tercer tinto del día. Después salimos a la calle. Hacía mucho calor y parecía que las palmas afuera del edificio estuvieran bailando salsa al ritmo de la suave brisa de la tarde. Respiré profundo y quise creer que me despojaba de todas mis angustias. En ese momento me dieron ganas de estar en otro lugar, en la cima de una montaña tal vez, donde no tuviera que preocuparme por las atrocidades del mundo.

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      Arriba, en la oficina, nos esperaba mucho trabajo. Richard había entrado en acción esa misma mañana en Bogotá. Richard era el personaje ficticio que yo había creado y que estaba siendo interpretado por Tadeo35, un agente de la UIT que fue compañero mío en la universidad. Llevábamos bastante tiempo trabajando en llave y eran muchas las investigaciones que habíamos compartido desde nuestras respectivas ciudades. Él se hacía pasar por Richard de acuerdo con el libreto que yo le había diseñado y tenía la misión de evitar que los usuarios sospecharan que se trataba de una operación policial.

      Según lo que Tadeo35 informó aquella tarde, ya se habían hecho tres ofrecimientos por los hijos de Euclides. La subasta iba para largo porque lo que necesitábamos era tiempo, mucho tiempo para identificar a los verdaderos implicados en la muerte de Beto. Era como esperar en un parque a que se prendiera una luz en el apartamento X de una torre gigantesca. Si esa luz se prendía con cierta periodicidad y en el momento indicado, podríamos deducir que el inquilino estaba en contacto con Richard. Pero en la red oscura era muy difícil llegar al parque, encontrar el edificio y, mucho más,

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