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Incluso los sueños tienen su propia entidad. Están ahí, te afectan, y cuando algo te afecta, se convierte en realidad.

      Tienes hambre, por ejemplo, y no has podido comer nada en todo el día, estás cansado y te duermes. El cuerpo está hambriento y quiere comer. La mente fabrica un maravilloso sueño donde te han invitado a un gran festín. La mente está a tu servicio, porque si no soñaras con comida no podrías dormir tranquilo. Tienes hambre y estás buscando la forma de engañarte para creer que no la tienes. Eso te permite dormir tranquilo. El sueño ha provocado algo real.

      ¿Cómo puede provocarte algo real si es irreal? Es imposible, lo que ocurre es que el sueño tiene su propia entidad. Obviamente, no es la de una piedra, pero la entidad de una rosa tampoco es la de una piedra. El sueño difiere más aún y, pese a todo, te afecta, influye en tu vida, influye en tu forma de vivir, y provoca cambios reales.

      Por lo tanto, debes tener en cuenta que en esta vida hay placeres momentáneos, experiencias fugaces de felicidad, explosiones repentinas de alegría, que no se pueden atrapar. No puedes guardarlas en una caja fuerte. No son permanentes. Las religiones se aprovechan de ti por tu imposibilidad de hacer que sean permanentes. Es una estrategia muy astuta. Te gustaría que lo fueran porque tu mayor deseo es ser feliz para siempre, y no conocer el sufrimiento, ni la tristeza, ni la angustia. Vivir en el paraíso…, eso es lo que deseas.

      Las religiones se aprovechan de esto, diciendo: «Ese lugar existe, pero tendrás que pagar para conseguirlo». Es una lógica matemática, económica. Las religiones te enseñan que tienes que sacrificar esta vida para alcanzar el mundo permanente del paraíso que está más allá de la muerte. Y no es tan caro, solo tienes que sacrificar lo momentáneo, alguna experiencia fugaz que solo sucede de vez en cuando.

      Si reúnes todos los instantes de felicidad que has tenido en el transcurso de setenta años en tu vida, es probable que no puedas asegurar que hayas tenido siete instantes de éxtasis en tu vida.

      ¿En setenta años de vida ni siquiera siete instantes? Entonces, ¿qué has estado haciendo aquí, torturarte y torturar a los demás? Es verdad, no puedes encontrar ni siete instantes de felicidad, porque su naturaleza es tal que, cuando ocurren, te embargan totalmente, te poseen —sí, la palabra correcta es esta—, te poseen por completo. Luego, cuando se acaban, te desposeen en el mismo grado que te habían poseído, y solo te queda el recuerdo. ¿Cuánto tiempo se puede vivir del recuerdo de algo tan engañoso?

      A los pocos días empiezas a dudar si realmente ha ocurrido: «¿Me lo habré imaginado?». Si lo comparas con el resto de tu vida, ese instante es una contradicción, porque pasan los años y, de repente, tienes un instante…, pero ni siquiera está en tus manos. No puedes decidir ni dónde ni cuándo va a suceder. Muchos años de tedio y, de repente tienes un instante de felicidad del que solo te queda un recuerdo… Y ese vago recuerdo se esfuma lentamente.

      Si se lo preguntas a una persona de setenta años, no podrá decirte que haya tenido ni siete instantes. A medida que te vas haciendo mayor, tienes menos posibilidades de que te ocurra, porque cada vez estás más desilusionado y decepcionado. Solo ves muerte y desolación en el futuro, y el pasado ha sido un engaño.

      Las religiones han descubierto el mejor negocio que existe: venderte el paraíso a cambio de casi nada. Lo único que te piden es «renunciar a esta vida momentánea a cambio de una vida eterna de éxtasis».

      Las religiones han encontrado el hueco perfecto para engañarte, y les ha ido muy bien en todo el mundo. Han descubierto el mejor negocio que existe desde hace miles de años: venderte el paraíso a cambio de casi nada. Lo único que te piden es «renunciar a esta vida momentánea a cambio de una vida eterna de éxtasis». Por eso, la renuncia se ha convertido en la creencia principal, y cuanto más renuncies, más mérito tendrás y más seguridad de estar cerca de esa vida eterna de éxtasis. Así que la gente ha intentado renunciar a todo.

      Mahavira iba a ser coronado rey. Su padre era muy anciano y siempre le repetía: «Me quiero retirar. Estoy cansado y tú ya estás listo, eres joven, tienes una buena educación y estoy muy satisfecho contigo. ¿Dónde voy a encontrar a un hijo mejor que tú? Prepárate para relevarme». Pero Mahavira tenía otros planes. Los sacerdotes y los monjes que le educaron le habían lavado el cerebro diciéndole que, si renunciaba a su reino, «el reino de Dios sería suyo». Por supuesto, a cuantas más cosas renuncies, mayor será la recompensa. Esta es la razón por la que los veinticuatro grandes maestros de los jainistas eran reyes.

      Yo le pregunté a los monjes jainistas si esto ocurría por algún motivo o si había algún secreto. «¿Por qué solo los reyes? ¿Acaso no ha habido nadie más en todo el país que pudiera llegar a ser un gran maestro: algún guerrero, algún brahmín, algún erudito o alguna otra persona? —Pero no supieron contestarme—. No quiero una respuesta —les dije—, porque ya la sé, solo os lo pregunto para que penséis en ello.»

      La respuesta es muy sencilla y es que la recompensa es más grande si renuncian a su reino. Un pobre puede renunciar a todo lo que tiene, pero ¿qué tiene? No puede convertirse en un tirthankara, en un maestro supremo. Aunque vaya al paraíso, vivirá en un suburbio. No le dejarán entrar porque le preguntarán: «¿A qué has renunciado? ¿Tienes algo a lo que puedas renunciar?». Por eso los reyes siempre están más cerca del palacio de Dios, y a continuación están los más ricos, las personas que tienen mucho dinero, después están los de clase media, luego los de la clase humilde y, por último, los que no pueden renunciar a nada porque no tienen nada. En realidad, ellos son los que deberían estar junto a Dios, porque no tienen nada. Sin embargo, se quedarán en los límites externos del paraíso y no pueden demostrar que tienen saldo en su cuenta en el otro mundo.

      Todos los avatares hinduistas fueron reyes: Rama, Krishna…, hasta el Buda era rey. Es curioso que este tipo de personas solo surjan entre los reyes, aunque luego, cuando te das cuenta de cómo funciona el sistema y de las artimañas del sacerdote, lo entiendes, porque resulta que ellos han renunciado a más cosas y naturalmente les prometen más cosas. Nadie sabe si han recibido algo al morir, pero esta idea se ha quedado muy arraigada por el simple hecho de que contiene un grano de verdad, y es que todo es momentáneo en esta vida.

      No creo que esté mal que sea momentáneo. De hecho, contribuye a que todo sea mucho más emocionante y extático. Si fuera permanente estaría muerto. La rosa se abre por la mañana, es nueva, y en los pétalos todavía hay gotas frescas de rocío, está llena de fragancia. No te imaginas que por la noche esos pétalos se vayan a caer al suelo y desaparezca la rosa. Te gustaría que fuera eterna, pero tendría que ser de plástico para que tal cosa ocurriera, no podría ser una flor de verdad.

      Una flor de verdad tiene que ser momentánea. Si es de verdad, solo puede ser momentánea, porque para que fuera permanente tendría que ser de plástico.

      El plástico es un descubrimiento reciente. En los tiempos del Buda, Mahavira, Mahoma o Jesús, no se conocía, por eso digo que el paraíso debe ser de plástico. El paraíso, en el caso de que exista, solo puede ser de plástico, porque la característica del plástico es que no muere, es inmortal. Actualmente, los científicos están muy preocupados, sobre todo los ecologistas, porque, debido a su bajo coste, todas las cosas de plástico se desechan. El vidrio no era tan económico y por eso se guardaban las botellas y se devolvían para recuperar el dinero del depósito. El plástico es tan barato que todo lo que se fabrica en plástico es desechable, se usa una vez y después se tira sin que sepamos a dónde va. Se va acumulando en los océanos, en los lechos de los ríos y en los lagos debajo de la tierra, pero la naturaleza no puede desintegrarlo porque no está preparada para ello, no está diseñada para disolver el plástico.

      Si Dios ha creado el mundo, evidentemente no es omnisciente. Al menos debería haber sabido que iba a aparecer el plástico algún día. En la naturaleza no ha previsto nada que sirva para desintegrarlo, no hay ninguna sustancia química que lo haga. Por eso se va acumulando. Dentro de poco habrá tanto plástico que acabará destruyendo la fertilidad del suelo y contaminando las aguas. Nada podrá destruirlo y el plástico lo destruirá todo.

      En el paraíso hinduista, las apsaras… ¿Cómo se podría traducir la palabra apsara?

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