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albergar al mesmerismo, la frenología y el espiritismo. Asimismo, los vertiginosos avances científicos y tecnológicos provocaron una transformación de la realidad no disimilar a la que enfrentamos nosotros en estos tiempos cada vez más parecidos a lo que solemos llamar ciencia ficción. La curiosidad de Latimer y su amigo médico Charles Meunier es un retrato certero de la atmósfera de la época.

      La curiosidad científica de la misma Eliot, investigadora escrupulosa, era acusada y compartida por su círculo. Lewes, para no ir más lejos, además de filósofo y crítico literario era un fisiólogo amateur, y se relacionaba con los científicos más eminentes. Eliot, que había trasladado su fe al altar de la razón y la virtud, era una atenta seguidora de Darwin, y en El velo alzado no pierde la oportunidad de burlarse de las insensateces de la frenología.

      Mientras que la clarividencia de Latimer es descrita con efectivos recursos poéticos, la escena de la transfusión que constituye el clímax del relato, mediante la cual la señora Archer regresa de la muerte por unos instantes, se sitúa con cierta torpeza entre la verosimilitud científica y lo sobrenatural. En Frankenstein, Mary Shelley no enfrenta este problema. Si bien los experimentos de Víctor Frankenstein son una inequívoca advertencia sobre los riesgos de nuestra arrogancia en la carrera del progreso, la historia se extrapola al ámbito de la imaginación, y se rige por sus reglas. Lo mismo podemos decir de La verdad sobre el caso del señor Valdemar, de Edgar Allan Poe, con el que El velo alzado ha sido comparado. La verosimilitud de los cuentos de Poe, autor de literatura de terror y de misterio, es otorgada por su marco imaginativo, al igual que los excesos exigidos a nuestra credulidad en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson, publicado casi treinta años después.

      La investigación de Eliot había sido típicamente meticulosa. Lewes había estudiado el proceso de la transfusión de sangre, incorporándolo en sus tratados de fisiología, y como apunta Helen Small en su excelente introducción a The Lifted Veil and Brother Jacob para Oxford World’s Classics, Eliot estaba además familiarizada con los experimentos de Charles-Edouard Brown-Séquard, que logró revivir a un perro que padecía de peritonitis (enfermedad de la que muere la señora Archer en El velo alzado). No obstante, la escena de esta resurrección, aunque indispensable para transmitir el mensaje tan caro a Eliot, nos deja con la sensación de que se ha forzado un elemento “objetivo” para representar un drama que, en última instancia, sucede en el ámbito del espíritu. Henry James, más joven que Eliot y un ferviente admirador, también encontraba la escena problemática. (Bram Stoker, autor de virtudes mucho menores a las de Eliot, logra sin embargo en Drácula un manejo más interesante del tema.)

      Si la transfusión en El velo alzado escandalizó a la sociedad victoriana como un ejemplo de pseudociencia, o un atrevimiento de pésimo gusto, la crítica del siglo xx trasladó su disgusto hacia el protagonista, que ha sido vilipendiado con sorprendente saña.

      No contamos con espacio suficiente para un recuento de los estudios tardíos acerca de este relato, que quizás arrojan más luz sobre las tendencias de la época en lo que hace a la crítica literaria que sobre la obra en sí. Señalo sólo mi sorpresa ante la descalificación recurrente del protagonista por motivos ajenos a la obra. Es cierto que Latimer no es precisamente un héroe. Es proclive a la autocompasión, y la pasividad con que vive su sufrimiento lo confina a una estéril carencia de conexión humana. Sin embargo, las causas de su patología son descritas por Eliot con suficiente elocuencia, y no hay motivo para dudar de que su necesidad de compasión era sinceramente sentida por la autora. Resultan entonces desconcertantes las meta-lecturas que intentan convencernos de que lo que Eliot nos cuenta, y quiso contarnos, no es lo que sucede en la historia. Particularmente desde la perspectiva feminista, Latimer no es dueño de poder alguno de clarividencia, y lo inventa todo para culpar a una Bertha inocente que, en efecto, como lo afirma la sociedad que rodea a la pareja, tuvo la desgracia de casarse con semejante energúmeno. Se ha tratado también de demostrar que Latimer es un retrato del filósofo Herbert Spencer, y que El velo alzado es la venganza de Eliot, alguna vez rechazada por Spencer, para decirle al mundo que el filósofo era epiléptico e incapaz de establecer relaciones sentimentales.

      Estas interpretaciones olvidan la función de los personajes femeninos como Bertha Grant en la obra de Eliot. Peor aún, quieren forzarnos a leer algo que no está ahí, sacrificando lo que la autora nos cuenta con su esmero y puntualidad característicos. La más sobria interpretación de Frederick Karl en su biografía de Eliot, partiendo de la evidencia de sus diarios y sus cartas, es un camino más fiable para entender la singularidad de esta obra.

      Una virtud de El velo alzado es que ahí Eliot da rienda suelta a los elementos oscuros sin mayor intervención del análisis moral y racional que pesan tan a menudo en sus mejores y más famosas obras. Latimer, en su patética indefensión ante el mundo, su alienación y diferencia, es el médium ideal para una postura existencial genuinamente sombría, en su convencimiento de que la comunión humana no es posible, de que el egoísmo triunfa sobre nuestras mejores intenciones, y de que no hay lugar en una sociedad despiadada para quien es distinto. Acepta además lúcidamente su destino, sabiendo que es consecuencia de la ciega obediencia a sus deseos.

      Por otra parte, cuando Latimer es arrebatado por lo que hay en él de genio poético, se entrega sin reparos. La exaltación de sus paseos en bote por un lago en Suiza es igualada en los pasajes sobre la infancia de Maggie y Tom Tulliver en El molino junto al Floss, o el paseo de Daniel Deronda por el Támesis, pero no en mucho más de la obra de Eliot. En los episodios de clarividencia, la belleza se encuentra en la expresión misma del misterio. Eliot era perfectamente capaz de abandonarse a la exquisitez de lo inefable. Pienso también en las magníficas imágenes de pesadilla en la conciencia agobiada de Gwendolen, durante su viaje por el Mediterráneo con su siniestro marido en Daniel Deronda. Ese abandono recorre El velo alzado, y hace de esta curiosidad gótica una joya en la obra de la autora.

      En Hieroglyphics, una declaración de sus principios literarios, Arthur Machen se mete con Jane Austen. Censurando el realismo de la célebre autora, la destierra del reino de la verdadera literatura por la ausencia de éxtasis en su obra. Confieso que no soy una lectora de Austen (la advertencia de Machen ha influido no poco en ello). Sin embargo, aún frente a la obra de George Eliot, sin duda portentosa, me veo tentada a repetir el cargo. Obligada, como todos sus contemporáneos, a repensar el mundo entre la confusión y ambivalencia que definieron al siglo xix europeo, Eliot se aferró a su nueva fe: ante la omnipresencia del sufrimiento humano y la deserción de todos los dioses, que se llevaron con ellos la esperanza de la inmortalidad, lo único que nos queda es la razón, la compasión y la virtud. Era férrea su disciplina para retratar al mundo “tal y como es”. Pero ¿qué es el realismo en la literatura? Eliot no escapa a la alteración de la “realidad” que retrata merced a la introducción en la narrativa de su propia ideología, apuntalada por el discurso intelectual, el retrato y comentario social. Su denodado esfuerzo es un escudo contra el éxtasis que a Machen le era tan preciado. Hay momentos en El molino junto al Floss, Silas Marner, Middlemarch o Daniel Deronda en que el lirismo levanta el vuelo, o en que el misterio de una atmósfera o un personaje propicia una nueva dimensión en la lectura, pero dicho discurso los vuelve fragmentarios.

      Eliot conocía la soledad profunda, probable causa de la depresión que la aquejó intermitentemente durante toda su vida, aun cuando se había convertido en la autora más célebre (y rica) de la Inglaterra victoriana, superada en popularidad sólo por Dickens. En El velo alzado es totalmente sincera, no intelectual (y es que la honestidad intelectual nos tiende trampas) sino imaginativamente. Los andamios del gótico le permitieron esta libertad, como se la permitieron a los autores del género que fueron más allá de la moda sensacionalista. La visión que tiene Latimer de Praga es una hermosa muestra de los alcances poéticos del género.

      Hacia el final del relato Latimer, perdido el acceso a todo elemento personal en él mismo o sus semejantes, erra como el Melmoth de Maturin, “ahuyentado por el terror de la aproximación de mi antigua clarividencia —ahuyentado para vivir continuamente ante la única Presencia Desconocida revelada y sin embargo oculta por la cortina en movimiento de la tierra y el cielo.”

      Este pasaje magnífico encierra el meollo del relato. Hay diversas indicaciones a lo largo del texto de cuál es el velo al que alude el título: el que se alza para revelar la conciencia

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