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imposible para moverlo a como diera lugar? ¿Buscarías otra forma de continuar caminando? ¿Seguirías golpeándolo hasta que se fuera?

      La historia de los cuatro viajeros y el elefante no es muy ajena a la nuestra. Ellos ya tenían claro el destino, pero todo cambió repentinamente.

      Así funciona esto que llamamos vida. A veces, cuando uno está disfrutando del paisaje o en la travesía hacia determinado sitio, un elefante llega y todo se vuelve diferente. Nos cambia los planes, las prioridades; nos sacude, nos hace replantear objetivos.

      Todos atravesamos por nuestros propios serenguetis. Son momentos de frustración, coraje, desánimo, miedo, resignación. La vida se transforma.

      La hazaña de estos hombres parecía sencilla. La verdad es que lo único que había que hacer era quitar al elefante del camino en el menor tiempo posible para poder continuar el recorrido. Pero ¿cuáles eran los miedos que los bloqueaban? ¿Cuáles eran los costos que tenían que pagar? Probablemente, el elefante no se movería. O, por el contrario, en un descuido arremetería contra ellos para aplastarlos. No sabían a ciencia cierta qué estaba sucediendo.

      Así llegan a nuestra vida los grandes elefantes: sin anunciarse, sin pedir permiso. Si no estamos preparados, nos toman por sorpresa. Son animales enormes a los que muchos les profesan respeto. Con decir que algunos hasta los consideran sagrados…

      La primera vez que escuché referencias de los elefantes fue en mi niñez. Recuerdo una clase de la primaria en donde nos explicaron lo maravilloso de estos animales, la lentitud de sus movimientos en contraste con la fuerza de sus pasos. Pero ninguna explicación se acerca a lo que viví cuando realmente tuve uno enfrente; quedé sorprendido.

      Algo que me llamó poderosamente la atención fue su gran tamaño y que en estado de furia sean capaces de destruir comunidades enteras. Pero en su estado normal es todo un deleite observarlos, ya que su forma de conducirse en su hábitat y la manera en que se comunican entre ellos son muy interesantes. Todo depende del momento en que se los encuentre y a través de cuál cristal se los observe.

      Entonces, ¿qué representa el elefante?

      ¡El elefante simboliza tu crisis, problema o adversidad!

      Es todo cambio crítico o complicado que no te deja avanzar, que no te deja crecer; esa situación difícil, ese momento inesperado, el fallecimiento de un ser querido, una enfermedad, una separación, una pérdida, pocas ventas, baja autoestima, rechazo, miedo, traición, despido; eso que nos quita la tranquilidad y genera angustia, depresión o inseguridad.

      Pueden existir elefantes en cada área de nuestra vida: hay emocionales, financieros, físicos, mentales y hasta sociales. Unos son muy claros y concretos, y otros se camuflan entre la vegetación de la vida diaria.

      Cuando las cosas ya no son como antes o como nos gustaría que fueran, es necesario detenerse a observar si hay algunos elefantes estorbando en el camino.

      La buena noticia es que el elefante puede traer grandes enseñanzas a tu vida.

      Un elefante, ¿enseñarme a mí?, te preguntarás.

      ¡Claro! Te lo explico con este caso real:

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      La vida que llevaba Julieta no era la que había soñado; sin embargo, no quería cambiar. Su mal carácter, su rencor y su baúl de prejuicios le impidieron atraer a una pareja o amigos verdaderos. Solía echarles la culpa al pasado, a que así la habían educado, y pensaba que no había posibilidad alguna de que las cosas fueran diferentes. Su economía no era la mejor, pero, como maestra, tenía lo suficiente para sobrevivir.

      Julieta estuvo amenazando en diversas ocasiones con quitarse la vida hasta que una tarde de octubre, cuando sintió que ya no podía más, cumplió su promesa; murió en completa soledad y con muchos nudos por deshacer, círculos por cerrar y puertas por abrir. Fue una vida desperdiciada a causa de los desacuerdos y desencuentros de su mente con los demás, con el mundo; a causa de todos esos elefantes que se atravesaron en su camino. image

      Conozco muchas julietas que tomaron la misma decisión cuando se toparon con un animal de estos. Algunas optaron por golpearlo, gritarle, quejarse de y con Dios. Después decidieron callar, reprimir lo que sentían y esperar a que se moviera. Fue en vano: el elefante siempre siguió allí.

image Cuando las cosas ya no son como antes o como nos gustaría que fueran, es necesario detenerse a observar si hay algunos elefantes estorbando en el camino.

      He visto caer a personas con valiosos proyectos por un simple elefante. He visto carreras devastadas por no poder superar o manejar uno de estos encuentros.

      Por otra parte, he entrevistado a múltiples hombres y mujeres que han obtenido importantes logros en distintas áreas de su vida. En todos ellos detecté un factor común que determinó su éxito: supieron lidiar con sus elefantes en vez de quejarse amargamente de ellos.

      Todo elefante puede llegar a ser positivo si así lo deseamos, pero sobre todo, si nos hacemos responsables de él.

      No es muy sensato echarle la culpa a Dios cuando parece que la felicidad olvidó tocar nuestra puerta. No es una buena medida atribuir la falta de logros a que el país está en crisis, a que no recibimos suficiente apoyo o a que no hay demanda de nuestros productos o servicios. No se puede justificar el fracaso de una familia con el argumento de que las parejas ya no son como antes.

      Todos esos aparentes resultados negativos provienen de un mal manejo de los elefantes. Algunos de ellos existen, pero otros solo están en el inconsciente. Lo cierto es que ambos son dañinos y estorban.

      En otros casos he comprobado que no es que las personas ignoren cómo moverlos, sino que los perciben tan inmensos que, de entrada, se dejan apantallar y, por lo tanto, se paralizan, como si de pronto se desconectaran del instinto de supervivencia que puede ponerlos a salvo.

      Esa es la reacción de mucha gente frente a algo que no puede resolver. Muchos pierden más tiempo y energía por esa actitud que por la misma crisis.

      Estoy convencido de que hay momentos en la vida en donde decir «Ya basta» o «Ya fue suficiente» y tomar decisiones al respecto hace toda la diferencia.

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      Recuerdo la historia de Arturo, alguien que asistió a uno de mis seminarios. Para él todo marchaba aparentemente bien. Trabajaba en una compañía de seguros donde, entre sueldo y comisiones, su ingreso era más o menos considerable. Sus hijos estudiaban en universidades de prestigio; se consideraba un buen padre y mantenía una relación cálida con Rocío, su esposa, a quien amaba profundamente. De pronto, en un chequeo médico de rutina, a ella le detectaron cáncer, y todo se vino abajo.

      La enfermedad fue un proceso doloroso; el final, aún más. Rocío falleció seis meses después del diagnóstico. Y aunque Dios le concedió a Arturo la gracia de pasar tiempo de calidad con ella y su familia, no se perdonaba no haber podido hacer nada para salvarla. Se peleaba contra todo y todos. De pronto el culpable era el doctor; luego, Dios; después, el destino.

      Cuando entró a ese círculo vicioso, todo empezó a bloquearse y a salir mal: lo despidieron de la compañía, se refugió en el alcohol, sus hijos le hablaban cada vez menos… En una noche de soledad, se puso a llorar amargamente, harto y desesperado por no encontrar la salida de ese momento oscuro.

      No nada más se sentía solo, sino traicionado por el mundo. No dejaba de preguntarse ¿Por qué a mí?

      Después de unos años, con esfuerzo, voluntad y terapia, salió adelante y resurgió. Una vez, platicando con él,

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