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disfrutando claramente.

      —¡Está buenísima! —dijo, todavía con la boca llena—. ¿De dónde son?

      —Las he hecho yo —admití, sintiéndome algo avergonzado sin saber muy bien por qué.

      Rubén abrió mucho los ojos con cierta incredulidad.

      —¡Qué dices! ¿En serio? —Asentí con la cabeza mientras las mejillas me ardían cada vez más—. Buah, ¡te han quedado buenísimas! ¿Puedo coger otra?

      Asentí con la cabeza, feliz por su entusiasmo.

      —Claro. Las he traído para los dos.

      Y también las había hecho expresamente para él, aunque eso no se lo dije.

      Volví a ocupar mi asiento y dejé las galletas entre ambos. Rubén cogió una sin mirar, con la otra mano sobre el ratón mientras miraba fijamente a la pantalla. Y, sin decir más, puso el capítulo desde el principio y comenzamos a verlo, engullendo una galleta tras otra hasta que solo quedaron las migas.

      Ese día no avanzamos nada en el trabajo, pero el cosquilleo que sentía en la boca del estómago al estar tan cerca de él era todavía mejor que todas las galletas del mundo.

      Capítulo 5

      Solo tengo que dar clases en el colegio dos días por semana: los martes y los jueves. Y eso significa que voy a tardar cinco días en volver a ver a Rubén. Cinco días que, después del abrazo y la conversación de la última vez, se me están haciendo interminables. Tendría que haberle pedido el teléfono, pero ahora ya es demasiado tarde para arrepentirme. Si lo hubiera hecho, tal vez podríamos hablar un poco este mismo fin de semana. Pero, en lugar de eso, lo único que voy a poder hacer es obsesionarme.

      —¿No lo tienes en Facebook? —me pregunta Álvaro.

      Está pasando el fin de semana en mi casa, tal como suele hacer casi todas las semanas. Ninguno de los dos tenemos demasiados amigos aquí, así que pasamos mucho tiempo juntos. Siempre hacemos como mínimo un plan fuera de casa para obligarnos a salir, ya sea ir al Retiro, a algún museo, al cine o al teatro. Este fin de semana iremos a comprar ropa, aunque eso no será hasta mañana. Hoy tengo trabajo pendiente; necesito terminar dos artículos que tengo que entregar antes del lunes y no quiero dejarlos para el último momento. Por lo demás, nuestros fines de semana suelen consistir en series, películas y videojuegos mientras comemos pizza, burritos y comida china, con algún kebab de vez en cuando. También hay sexo, claro; es algo que no ha cambiado desde el día que nos conocimos. En realidad, la situación con Álvaro es casi como ser pareja, pero sin todos los dolores de cabeza que eso conlleva.

      —Qué va —contesto—. Llevaba más de diez años sin saber nada de él; entonces yo ni siquiera tenía cuenta en Facebook.

      —¿Y tampoco en otras redes sociales?

      —Ninguna. —Sonrío al acordarme de algo—. Lo tenía en el Tuenti, claro, que era lo que lo petaba en esa época… Pero lo cerraron hace ya años.

      Álvaro se echa a reír.

      —Bueno, pero eso no significa que no podamos encontrarlo, y yo soy como Conan, Sherlock Holmes y el detective Pikachu en una sola persona —me asegura, dándose unos golpecitos en la sien con un dedo—. Venga, vamos a empezar por lo obvio. ¿Te acuerdas de sus apellidos?

      Mierda. ¿Cuáles eran sus apellidos? Me esforcé tanto en olvidarme de él que no era capaz de recordarlo. ¿Martínez? ¿Rodríguez? Estaba seguro de que tenía que ser algo parecido, pero no conseguía acordarme.

      —Joder, no me acuerdo. Era algún apellido común, eso fijo.

      —¿García? —sugiere, pero yo niego con la cabeza. Estoy seguro de que ese no era—. ¿Fernández? ¿López?

      —Uf, es que no lo sé. Pero creo que es de los que terminan por Z.

      Álvaro se levanta del sofá y se acerca a la mesa donde estoy trabajando con el ordenador, arrastrando una silla para poder sentarse junto a mí.

      —Vale, pues abre Facebook. Vamos a hacer una búsqueda en Madrid con su nombre y todos los apellidos acabados en Z que se nos ocurran.

      Nos pasamos más de media hora probando todas las combinaciones que se nos ocurren, sin éxito. Pero eso no parece desanimar a Álvaro. Al contrario, parece entusiasmado por el reto.

      —No pasa nada —me asegura con calma absoluta, muy seguro de sí mismo mientras se aparta un mechón de pelo oscuro de la cara—. Todavía nos quedan muchas formas de encontrarlo.

      —¿Vas a tardar mucho? Porque si eso me pongo a hacer un bizcocho o algo.

      —El trabajo de detective lleva su tiempo, mi querido Eric —contesta, dándose unos golpecitos ahora en la nariz—. Si quieres ponte a hacerlo, pero necesito que me abras los perfiles de todos tus amigos que fueran al mismo instituto.

      —Vale, dame un momento. Son pocos.

      En realidad, no utilizo Facebook y solo mantengo abierta la cuenta por la pereza que me da cerrarla y la pena de perder las pocas fotos en las que estoy etiquetado, así que no tengo muchos amigos allí. Y, de esos, menos de una docena son del instituto, y solo porque me dio reparo rechazar sus invitaciones cuando las recibí en su día. La única con la que mantengo un contacto constante es Natalia, y no precisamente a través de una red social.

      Dejo a Álvaro con el ordenador y me dirijo hacia la cocina. La repostería siempre me ayuda a distraerme cuando prefiero no pensar, lo cual siempre viene bien, y poder comerme después lo que hago es todavía mejor. Suelo hacer algo todos los fines de semana, y en esta ocasión me he decidido por un bizcocho de yogur y naranja. Es sencillo pero delicioso, y su preparación debería darme el tiempo suficiente para que Álvaro acabe con su investigación.

      Sin embargo, hoy la técnica de distracción no funciona tan bien como en otras ocasiones. Mientras mido la harina, el azúcar y el aceite con los vasos de yogur me acuerdo de lo goloso que era Rubén y de lo mucho que le gustaban mis galletas. Me pregunto qué pasaría si le hiciera galletas algún día de estos para llevárselas al colegio. Me salen mucho mejor ahora que cuando tenía quince años, eso seguro.

      Acabo de meter el bizcocho en el horno cuando Álvaro me llama desde el salón-dormitorio de mi estudio. Me apresuro a salir de la cocina mientras me limpio las manos en el delantal, sin poder evitar sentirme emocionado ante la perspectiva de poder hablar con Álvaro.

      —¿Lo has encontrado?

      —Yo creo que sí, pero eso vas a tener que decírmelo tú.

      —Vamos a ver…

      Me siento junto a él, un tanto nervioso de repente. Tiene cerrada la pantalla del portátil y una sonrisita de suficiencia en la cara.

      —Te voy a enseñar tres perfiles. Estoy casi seguro de que es el tercero, pero quiero descartar los otros dos primero.

      —¡Venga ya, que me tienes histérico!

      Abre el portátil y lo gira hacia mí para enseñarme el primer perfil. No es él. Es un chico rubio y con barba, de ojos azules y la piel de un moreno intenso; no podría alejarse más de lo que es Rubén. Niego con la cabeza y entonces Álvaro cierra la pestaña, sonriendo como si ya se lo esperara, y me muestra el siguiente perfil. Esta vez se trata de un chico musculoso, de ojos y pelo castaños como Rubén, pero tampoco es él. Vuelvo a negar con la cabeza.

      —Lo que me imaginaba —dice sin el menor atisbo de sorpresa—. Es el tercero, entonces.

      —Venga ya, ¿cómo puedes estar tan seguro? —pregunto entre risas—. Enséñamelo ya, que el chasco va a ser peor si no es él.

      —Te prometo que es él. ¿Qué te juegas?

      —No lo sé —contesto—. Lo que quieras.

      —Vale. Pues si tengo yo razón, me dejas hacer de activo.

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