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Mecánico baja directamente por la escalera.

      Jen acaba de poner la tetera al fuego.

      —¿Qué pasa? —dice.

      —Vamos —le manda el Mecánico—. ¡Rápido!

      Salen al coche. Vuelven a Sutton Road…

      El Escort tampoco está allí.

      Aparcan al final de la calle…

      —Espera aquí —le dice el Mecánico a Jen.

      —¿No irás a entrar otra vez? —pregunta Jen—. Ella podría llegar…

      El Mecánico baja. Cierra la puerta. Avanza por la calle. Llega a la casa.

      Las cortinas están corridas. Hay luces encendidas dentro…

      Joder.

      Recorre el camino de entrada. Se dirige a la parte trasera de la casa. La puerta está abierta de par en par…

      Joder.

      Se asoma dentro.

      —¿Hola? —grita—. ¿Hay alguien en casa?

      No hay respuesta.

      Entra en la casa. Hay platos sucios esparcidos por el suelo de la cocina. Dos bolsos vaciados en el suelo. El teléfono arrancado de la pared.

      Entra en la sala de estar y en el estudio…

      Nadie.

      Sube al piso superior. Falta una de las barandillas del pasamanos.

      Entra en el dormitorio principal…

      Nadie.

      En el cuarto de baño…

      Nadie.

      En el segundo dormitorio…

      Joder…

      Toallas mojadas en el suelo. La cama sin sábanas…

      Sangre y semen en el colchón.

      El Judío no ha pegado ojo desde hace días. Está demasiado excitado. Demasiado ocupado…

      Acaba de visitar la decimotercera planta del edificio de New Scotland Yard…

      El Centro Nacional de Información.

      Neil Fontaine abre la puerta trasera al Judío. El Judío sube.

      —A Downing Street, por favor, Neil.

      —Desde luego, señor.

      El Judío habla a Neil de la actividad ininterrumpida y los montones de teléfonos, las paredes con mapas y las chinchetas de colores…

      —Las guardan en latas de galletas —dice riendo—. ¿Te lo puedes creer? Latas de galletas.

      Neil Fontaine para en un semáforo en rojo. Mira el reloj y a continuación mira el espejo retrovisor…

      El Judío lleva un traje de raya diplomática azul oscuro, una camisa azul claro y una corbata de seda blanca. El Judío tiene otro informe que elaborar; otro discurso que dar…

      —No habrá votación. Eso está claro —dice en voz alta el Judío en la parte trasera—. La estrategia del comité debe basarse en ese hecho. Hay que dejar las leyes sobre el empleo en la reserva. Ni recurrir a votaciones ni recurrir a los tribunales. En el muy improbable caso de que hubiera una votación nacional y, cosa todavía más improbable, se votase a favor de hacer huelga, entonces, y solo entonces, deberían utilizarse las leyes sobre el empleo para proteger las zonas en las que inevitablemente se desobedecerá la votación y se seguirá trabajando…

      El Judío practica otra vez su discurso. El Judío se ha propuesto apretar unas cuantas tuercas…

      Habla consigo mismo en la parte trasera del Mercedes. Habla de la Seguridad Social. Habla del impago de beneficios. De la morosidad. Habla de las compañías eléctricas y de gas. Habla de exigir pagos semanales. De cortar la comunicación a los huelguistas. Habla de los bancos y las sociedades de crédito hipotecario. Habla de hipotecas…

      De expropiación…

      El Judío quiere apretar unas cuantas tuercas. Apretarlas una y otra vez.

      Semana a semana, poco a poco, día a día, pieza a pieza…

      —¡Hacer retroceder para siempre las fronteras del socialismo, Neil!

      Neil Fontaine se detiene en el control situado al final de Downing Street.

      El Judío se pone unas gafas de sol de aviador y su panamá de ala ancha. Respira hondo.

      —Deséame suerte, Neil.

      —Buena suerte, señor.

      Neil Fontaine observa cómo el Judío desaparece en el número 10 de Downing Street.

      Neil Fontaine mira otra vez su reloj. Pone en marcha el Mercedes…

      Él también tiene tuercas que apretar. Distintas tuercas.

      Medianoche del miércoles al jueves. La cara oculta de la luna. Paran enfrente del bungaló de Vince. Las luces están apagadas…

      —Espera aquí —dice el Mecánico a Jen.

      Baja del coche. Recorre el camino de entrada. Llama al timbre. Golpea la puerta.

      —¿Quién es? —grita Vince desde dentro—. ¿Qué quieres?

      —Soy yo —dice el Mecánico—. Quiero hablar.

      Llaves giran. Cadenas caen. Vince Taylor abre la puerta…

      El Mecánico le enfoca la cara de lleno con la linterna. Vince levanta la mano…

      Vince lo sabe.

      —Dave —dice—. Guarda eso.

      —¡Vince! —grita su esposa al fondo del pasillo—. ¿Qué coño pasa?

      —Nada, cielo —contesta él—. Vuelve a dormir.

      El Mecánico baja la linterna.

      Vince se ciñe el cinturón de la bata. Mira por el camino de entrada.

      —¿Quién está en el coche contigo? —pregunta.

      —Jen.

      —Me cago en la puta —exclama Vince.

      El Mecánico asiente con la cabeza.

      —¿Schaub? —inquiere—. ¿Leslie?

      —Solo Leslie —dice Vince.

      —¿Schaub?

      —Quién coño sabe.

      —¿Y dónde está Leslie?

      —Tiene miedo, Dave.

      —Todos tenemos miedo, Vince —le dice el Mecánico—. A ver, ¿dónde está?

      —Dave…

      El Mecánico sacude la cabeza.

      —¿Dónde está? —vuelve a preguntarle.

      —Lo llaman Pequeña América —dice Vince—. Pero, Dave…

      —¿Dónde está eso, Vince?

      —En Atcham, en la carretera de Telford. Es un campo de aviación abandonado.

      —¿Qué hace allí?

      —Está escondido. ¿Qué crees que hace allí?

      El Mecánico consulta su reloj.

      —Ponte algo de ropa, Vince.

      Vince niega con la cabeza.

      —Dave… —dice Vince.

      El Mecánico agarra a Vince Taylor por la bata.

      —Que te pongas algo de ropa, coño

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