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y agonizante y necesitado de la ayuda de sus semejantes. Él siguió de largo, persuadiéndose a sí mismo de que eso no le incumbía y que no necesitaba preocuparse por el caso. Pretendiendo ser un expositor de la ley, un ministro de las cosas sagradas, sin embargo, se fue por el otro lado.

      Oculto en la columna de la nube, el Señor Jesús había dado dirección especial en cuanto a la ejecución de los actos de misericordia hacia el hombre y la bestia. Al paso que la ley de Dios requiere supremo amor a Dios y desinteresado amor para con nuestros semejantes, sus requerimientos más abarcantes también atañen a los animales que no pueden expresar con palabras sus necesidades y sufrimientos. “Si vieres el asno de tu hermano, o su buey, caído en el camino, no te apartarás de él; le ayudarás a levantarlo” [Deut. 22:4]. El que ama a Dios no solamente amará a sus prójimos, sino que mirará con tierna compasión a las criaturas que Dios ha hecho. Cuando el Espíritu de Dios está en el hombre, él lo dirige para que alivie a toda criatura que sufre (RH, 1-1-1895).

      Fueron olvidados los principios de la ley de Dios. El sacerdote y el levita no tenían excusa para su indiferente frialdad de corazón. La ley de misericordia y bondad estaba claramente establecida en las escrituras del Antiguo Testamento. Precisamente, les incumbía atender casos como el de aquel que ellos fríamente habían pasado por alto. Si ellos hubieran obedecido la ley que pretendían respetar, no habrían pasado por alto al hombre sin prestarle su ayuda. Pero habían olvidado los principios de la ley que Cristo, oculto desde la columna de la nube, había dado a sus padres cuando él los guiaba a través del desierto...

      ¿Quién es mi prójimo? Esta es una pregunta que todas nuestras iglesias necesitan comprender. Si el sacerdote y el levita hubieran leído de una manera inteligente el código hebreo, su actitud hacia el hombre herido habría sido muy diferente (Manuscrito 117, 1903).

       Condiciones para heredar la vida eterna. Las condiciones para heredar la vida eterna son claramente establecidas por nuestro Salvador de la manera más simple. El hombre que estaba herido y despojado representa a quienes son el objeto de nuestro interés, simpatía y caridad. Si descuidamos los casos de los necesitados e infortunados que nos son dados a conocer, no importa quiénes puedan ser, no tenemos seguridad de la vida eterna, ya que no hemos contestado las demandas que Dios ha puesto sobre nosotros. No nos compadecemos ni apiadamos de la humanidad porque ellos sean parientes o amigos nuestros. Seremos hallados transgresores del segundo gran mandamiento, del cual dependen los otros seis últimos mandamientos [del Decálogo]. Cualquiera que ofendiere en un punto, es culpado de todos. Quienes no abren sus corazones a las necesidades y los sufrimientos de la humanidad, no abrirán sus corazones a las demandas de Dios que están establecidas en los primeros cuatro preceptos del Decálogo. Los ídolos reclaman el corazón y los afectos, y Dios no es honrado y no reina supremo (T 3:524).

      Vuestra oportunidad y la mía. Hoy día Dios da a los hombres la oportunidad de mostrar si aman a sus prójimos. El que verdaderamente ama a Dios y a su prójimo es aquel que manifiesta misericordia hacia los desheredados, los dolientes, los heridos, los que se están muriendo. Dios insta a cada hombre a empeñarse en realizar la obra que ha descuidado, a que restaure la imagen moral del Creador en la humanidad (Carta 113, 1901).

       Cómo podemos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Podremos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos solamente cuando amemos a Dios por sobre todo. El amor de Dios traerá frutos de amor hacia nuestros prójimos. Muchos piensan que es imposible amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos, pero únicamente ése es el fruto genuino del cristianismo. Amar a otros es levantar en alto a nuestro Señor Jesucristo; es caminar y trabajar teniendo en vista un mundo invisible. De esta manera hemos de contemplar a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe [Heb. 12:2] (RH, 26-6-1894).

      LA NORMA DEL NUEVO TESTAMENTO

      Pensamiento áureo

       Los seguidores de Cristo han sido redimidos para servir. Nuestro Señor enseña que el verdadero objeto de la vida es el ministerio. Cristo mismo fue obrero, y a todos sus seguidores les presenta la ley del servicio, el servicio a Dios y a sus semejantes.

       Aquí Cristo presenta al mundo un concepto más elevado acerca de la vida de lo que jamás ellos habían conocido. Mediante una vida de servicio en favor de otros, el hombre se pone en íntima relación con Cristo. La ley del servicio viene a ser el eslabón que nos une a Dios y a nuestros semejantes.

       Cristo confía “sus bienes” a sus siervos: algo que puedan usar para él. Da “a cada uno conforme a su capacidad” [Mat. 25:14, 15]. Cada uno tiene su lugar en el plan eterno del cielo. Cada uno ha de trabajar en cooperación con Cristo para la salvación de las almas. Tan ciertamente como hay un lugar preparado para nosotros en las mansiones celestiales, hay un lugar designado en la tierra donde hemos de trabajar para Dios (PVGM 262).

      CAPÍTULO

      Nuestro Ejemplo en la obra de asistencia social

      “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mar. 10:45).

      Cristo está delante de nosotros como el gran Modelo. Hagan de la obra de Cristo su ejemplo. Él iba haciendo el bien constantemente: alimentando al hambriento y curando al enfermo. Ninguno que se allegó a él en busca de simpatía se sintió chasqueado. El Príncipe de las cortes celestiales se hizo carne y habitó entre nosotros, y su vida de trabajo es un ejemplo de la obra que nosotros debemos realizar. Su tierno, misericordioso amor censura nuestro egoísmo e indiferencia (Manuscrito 55, 1901).

      Cristo se colocó a la cabeza de la humanidad con el ropaje de la humanidad. Su actitud era tan llena de simpatía y amor, que hasta el más pobre no temía aproximársele. Era bondadoso para con todos y fácilmente accesible para los más humildes. Iba de casa en casa, sanando a los enfermos, alimentando a los hambrientos, consolando a los dolientes, aliviando a los afligidos, hablando paz a los acongojados. Estaba dispuesto a humillarse a sí mismo, negarse a sí mismo. No procuraba destacar su persona. Era el siervo de todos. Su comida y su bebida eran el ser un alivio y un consuelo para otros, alegrar a los tristes y cargados con quienes diariamente se relacionaba.

      Cristo está delante de nosotros como un Hombre modelo, el gran Médico misionero; un ejemplo para todos los que vendrían después. Su amor, puro y santo, bendecía a todos los que llegaban dentro de la esfera de su influencia. Su carácter fue absolutamente perfecto, libre de la más leve mancha de pecado. Él vino como una expresión del perfecto amor de Dios, no para aplastar, no para juzgar y condenar, sino para sanar todo débil, defectuoso carácter, para salvar a hombres y a mujeres del poder de Satanás. Él es el Creador, Redentor y Sustentador de la raza humana. Da a todos la invitación: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” [Mat. 11:28, 29].

      Entonces, ¿cuál es el ejemplo que nosotros debemos presentar al mundo? Hemos de hacer la misma obra que el gran Médico misionero emprendió en nuestro beneficio. Hemos de seguir el sendero del sacrificio desinteresado que Cristo transitó (SpT “B”, Nº 8, pp. 31, 32).

       Cristo fue movido por la compasión. Cuando Cristo vio las multitudes que se habían reunido alrededor de él, “tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” [Mat. 9:36]. Cristo vio la enfermedad, la tristeza, la necesidad y la degradación de las multitudes que se agolpaban a su paso. Le fueron presentadas las necesidades y desgracias de la humanidad de todo el mundo. En los encumbrados y los humildes, en los más honrados y los más degradados, veía a almas que anhelaban las mismas bendiciones que él había venido a traer...

      Hoy existe la misma necesidad. Hacen falta en el mundo obreros que trabajen como Cristo trabajó por los dolientes y pecaminosos. Hay, a la verdad, una multitud que alcanzar. El mundo está lleno de enfermedad, sufrimiento, angustia y pecado. Está lleno de personas que necesitan que se las atienda: los débiles, impotentes, ignorantes, degradados (JT 2:492).

       El Modelo que debemos copiar. El verdadero espíritu

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