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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2000 Peggy A. Hoffmann

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Bajo el disfraz, n.º 1342- noviembre 2020

      Título original: Undercover Elf

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-865-3

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      VENGO a solicitar el puesto de paje de Santa Claus.

      Diez palabras que Claudia Moore jamás habría esperado decir en su vida. Ni esas palabras ni: «Sí, por favor, hágame una endodoncia» o «Jo, tengo que engordar un poco» o «Sé exactamente qué le pasa a mi coche».

      Dejó la solicitud sobre la mesa de la secretaria y sonrió, aparentemente esperanzada. Aquel era el momento más bajo de su carrera como periodista. Tantos años estudiando para acabar intentando convencer al jefe de personal de los almacenes Dalton de que ella sería el paje perfecto para Santa Claus.

      Claudia casi deseó que le negaran el puesto por falta de experiencia, aunque esa sería la peor humillación de todas.

      La secretaria de pelo gris miró la solicitud un momento y después levantó los ojos.

      —El señor Robbins llegará enseguida. Siéntese un momento; voy a decirle que está aquí.

      Claudia obedeció, manteniendo la espalda bien recta. Al menos debía aparentar que quería dar una buena impresión, que ser uno de los pajes de Santa Claus era el sueño de su vida. Recordó entonces el currículum que había inventado para solicitar el puesto. Intentó imaginar qué clase de pasado debía poseer el ayudante de tan importante personaje y esperó que sus referencias fueran tan vagas y antiguas que el jefe de personal no se molestase en comprobarlas: tutora de niños, ayudante de clínica, salvavidas en una piscina… Si hubiera tenido los veranos libres en la universidad podría haber hecho todos esos trabajos.

      Aunque inventarse aquello era un problema para su integridad periodística, no creía que unas mentirijillas como esas tuvieran demasiada importancia. Después de todo estaba en una encrucijada en su carrera. Harta de vivir como en la universidad, con el dinero justo para llegar a fin de mes, Claudia Moore había decidido dar un paso adelante.

      Desde que editó su primer periódico a los ocho años El Crónica de la calle Maple supo que estaba destinada a ser periodista. Hija única de una pareja infeliz que nunca ganó suficiente dinero, Claudia estaba destinada a vivir la vida que su madre había deseado: graduarse en el instituto, casarse con un chico de buena posición y tener una gran familia.

      Pero dejó la vida social en el instituto para trabajar en el Buffalo Beacon, cambiando los partidos de fútbol y las discotecas por el olor de la tinta y el sonido de las prensas.

      Se fue de casa a los diecisiete años y ella misma se pagó la carrera de periodismo haciendo todo tipo de trabajo y vendiendo algún artículo de vez en cuando. Y desde la universidad había trabajado como corresponsal freelance para la mayoría de los periódicos de Nueva York.

      Pero encontrar trabajo empezaba a ser cada vez más difícil. Los propietarios de los periódicos habían dejado de ser personas de carne y hueso y eran, en su mayoría, grandes empresas con una relación de veteranos en su nómina.

      Pero Claudia tenía valor y tenacidad y no se detenía ante nada para conseguir lo que quería. Algunos podrían llamarla testaruda, pero ella consideraba eso una cualidad para ser una buena periodista de investigación… si algún día volvía a encontrar una historia decente.

      Solían darle artículos difíciles de corrupción política, vertidos químicos, fraudes empresariales… Pero últimamente se había visto obligada a aceptar cualquier encargo, por ejemplo: «Cómo divorciarte de tu peluquero» o «Guarderías para perros».

      A pesar de todo, Claudia era una mujer de recursos, una mujer que podía oler una historia donde no la había, una mujer que podía convertir limones en limonada. Una auténtica Woodward y Bernstein.

      —Sí, como que esta historia es tan importante como el Watergate —murmuró para sí misma, irónica—. La llamaré «SantaGate».

      La idea había llegado del Saratoga Springs Chronicle, una historia de buen corazón que mezclaba cierto misterio con el altruismo y la alegría de la Navidad.

      El artículo, titulado Un Santa Claus que convierte los sueños en realidad, contaba la historia de un niño que le había pedido al Santa Claus de los almacenes Dalton en Schuyler Falls un regalo especial para Navidad: una nueva silla de ruedas para su hermana. Además de la silla, una reluciente furgoneta apareció frente a la casa el día de Navidad. Nadie sabía de dónde había salido y el director de los almacenes se negaba a decir una palabra.

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