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      CAMBIO DE ACTITUD

      La primera vez que me enfrento a un paciente con dolor, con auténtico dolor y en el cual puede verse el sufrimiento marcado en el rostro, al preguntarle: ¿qué tiene o que le pasa a usted? Es frecuente que responda con rabia, en muchas ocasiones sin mirarme a los ojos, ¡que me quiero morir! ¡Ya no aguanto más, estoy cansado de sufrir y solo quiero morirme de una vez!

      ¿Creen ustedes que este enfermo desea verdaderamente morir en ese momento? ¿Dudan ustedes si el grado de sufrimiento es superior al deseo de seguir viviendo? Yo, no. En ningún momento me embarga la duda porque sé que me está diciendo la verdad.

      Continuemos…

      En unas ocasiones con poco esfuerzo, en otras con mucho más y en algunas con auténtica paciencia, no desmerecedora de la de Job, se logra encontrar el resquicio necesario para atravesar la armadura con que se ha blindado el paciente y poder reducir su defensa. Poco a poco se consigue y el esfuerzo comienza a dar sus frutos.

      Creo que le podría quitar un 50—60% del dolor que tiene usted actualmente. Si es así, ¿lo valoraría como algo positivo?

      Mirada esquiva, ojos que viran de la incertidumbre al recelo, pero ya mira casi de frente.

      Si eso fuera cierto “me” daría la vida.

      Creo que puedo hacerlo y también podría ayudarle a conciliar el sueño, por lo menos parcialmente. Como primer paso no puedo comprometerme a mucho más, pero con posterioridad podríamos valorar la posibilidad de ser un poco más agresivos.

      Me da la impresión de estar cambiando la mirada, ahora me parece observar una mezcla de ansiedad y expectación.

      ¿No me engaña?

      ¿Por qué tendría que engañarle? En el mejor de los casos, ¿qué gano con hacerlo?, pero además no me agrada mentir. Comienzo a ver como se derrite el hielo y cómo una atmósfera más cálida envuelve la sala.

      —Si Ud. Consigue lo que me está diciendo, si es verdad y no me engaña yo… yo… yo “le” daría la vida.

      —Está bien, entonces intentémoslo.

      Continuamos con la consulta y al final se le instaura un tratamiento. Puede volver dentro de…

      Seis semanas después esa misma paciente entra a la consulta.

      —¡Hola doctor! Buenos días.

      —¡Hola! Tengo la impresión que hoy viene algo mejor, por lo menos la veo con una cara distinta y no sé por qué me parece que tiene menos ganas de querer morirse, ¿me equivoco? Sonrisa tímida de confabulación.

      —Me encuentro mucho mejor. De verdad, la otra vez estaba desesperada.

      —Entonces, ¿desea todavía morirse?

      —¡Por Dios, tiene usted unas cosas!

      La consulta continua…

      ¿Creen que esta exposición es exagerada?

      También lo he podido comprobar en las embarazadas que en el momento del parto, aunque sea el primero, comentan frecuentemente, el primero y no más, ¡el próximo lo va a tener quien yo sé! Mientras las oigo me sonrío y les comento: es lógico, ¡hasta el año que viene!, acierto en muchas ocasiones y con mucho mérito si tenemos en cuenta la baja tasa de natalidad que, hoy por hoy, asola España.

      Estos y otros hechos por el estilo, me invitan a reflexionar, y aunque la premisa mayor pueda no ser universal concluyo que la angustia, el dolor y el sufrimiento pueden influir en nosotros, en la negación del Yo y de la existencia, porque se mira la vida y la muerte desde una perspectiva mental totalmente opaca. Por el contrario, cómo renace la ilusión por la vida cuando los rayos de sol son capaces de transformar la opacidad y las tinieblas en esperanza, generosidad y alegría de vivir.

      He llegado a pensar que nadie, absolutamente nadie, con un estado de salud bueno, físico y psíquico, desea la muerte. He intentado comparar el dolor del médico con el del enfermo, como ya he dicho en otras ocasiones. Veo al médico sufrir con ellos y cómo después le aborda la necesidad de desconectar de su dolor para que este no le afecte a él de manera irreversible. Es esa conexión—desconexión lo que nos hace cada vez más fuertes y esa fuerza la necesitamos para poder ayudar a nuestros enfermos. De igual manera el sufrimiento y el dolor, bien encauzado, bien dirigido, podría hacerle un bien al enfermo porque desde su dolor puede contemplar la vida con otra perspectiva y hacer que un segundo de felicidad en él sea muy superior al de un año en otras personas. También podría destruirlo, pero su catalizador, su médico, tiene el deber de evitarlo y para conseguirlo cuenta con la fuerza que le ha dado el dolor que le ha contagiado anteriormente su enfermo.

      Un círculo vicioso, ¿verdad?

      Es necesario ayudar en la modulación del sufrimiento para hacer más fuerte al enfermo y así recibirá energía para mirar el dolor y la muerte de frente pero sin desear su autodestrucción.

      Me declaro enemigo de la eutanasia porque la considero una cobardía, una forma de no enfrentarnos al dolor y la muerte.

      Sé, positivamente, que este comentario de opinión, podría desencadenar un aluvión de críticas, pero a pesar de todo, debo decir que me enseñaron, para bien o para mal, a luchar para prolongar la vida, para ayudar en la enfermedad, para consolar en la impotencia, no para Quitar la vida y mucho menos después de ver como los enfermos cambian de actitud ante la vida y la muerte cuando consiguen un poco de confort.

      He tenido ocasión de oír con inusitada frecuencia cómo se defiende la eutanasia pero es curioso, muy curioso, enormemente curioso, ver cómo entre los defensores de la eutanasia no estaban los enfermos y los moribundos…eran, sobre todo, familiares sanos. ¡Qué casualidad! Solucionado el problema, a vivir que son dos días.

      Córdoba, agosto 2.004

      ACEADE

      El día 5 de junio de este año fui invitado a participar en la reunión anual que celebran los enfermos de espondilitis, convivir con ellos y tener la posibilidad de conocer más de cerca su asociación.

      Entre los actos previstos figuraban sendas conferencias sobre el conocimiento del dolor y los aspectos psicológicos del mismo.

      Al término del acto académico disfrutamos de un aperitivo seguido de almuerzo y una larga sobremesa durante la cual fue posible mantener un diálogo de manera larga y distendida con muchos de estos enfermos.

      Debo decir que un acto de convivencia a donde había sido invitado para hablar de dolor y exponer mis criterios sobre el mismo, dicho de otra manera, como profesor, salí como alumno donde los profesores estaban sentados delante de mí y de los cuales aprendí muchas cosas, tantas que algunas de ellas debo expresarlas abiertamente porque considero que la sociedad en general debe conocer este tipo de grupos donde coexisten el dolor con la alegría, la deformación con la esperanza y todo ello con una gran generosidad.

      ¡Permítanme que les cuente alguna de estas experiencias!

      En conversación con uno de estos paciente, deformado y dolorido, y no hablo de cualquier tipo de deformación y/o dolor, sino de muy deformado y muy dolorido, me confesaba que cuando el dolor era tan gran que le daban ganas de gritar se ponía a cantar y de esa manera aprovechaba el tiempo y también cambiaba una cosa desagradable como es el grito por otra más agradable como es el canto y así con su dolor podría ayudar a los demás. Me acordé de Schubert y de algo que leí hace tiempo de él: cuando pretendo cantar al amor, mi canto se transforma en pesar; pero cuando canto sobre mis penas, este canto se transforma en amor. No me cabe la más mínima duda, querido amigo, que tu canto es un canto de amor y aún estoy más seguro de ello cuando recuerdo la sonrisa con que me lo contabas.

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