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conocimiento secular del liderazgo, pero Croft está preocupado por la tendencia de la iglesia a responder a la última novedad o moda. Sugiere que la verdad raramente se encuentra ahí, sino más bien en una reflexión teológica seria. Como la iglesia busca maneras tanto de hacer crecer la fe de los que son ya cristianos (profundizando sus “raíces” en Jesús) así como de ayudar a aquellos fuera de la fe a venir a conocer a Cristo (a través de una variedad de “caminos” hacia Él), es muy fácil abandonar lo que la tradición cristiana tiene para ofrecer sobre el liderazgo y aceptar la última “cosa nueva” sin un análisis crítico de lo que es apropiado y lo que no lo es.

      1. Se funda en la relación con Dios como Trinidad

      El liderazgo cristiano depende de la relación de Dios como Trinidad (ver Jn 15). Sin esta relación fundamental no es un liderazgo cristiano, aunque es fácil perder esta relación con el ajetreo y las presiones del liderazgo. Exploraremos más esta pérdida de relación en el capítulo 3. El liderazgo cristiano se ejerce por la abundancia de esa relación como una expresión de la gracia de Jesús, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo.

      Es un resultado de la gracia: el llamado divino de Jesús a nuestras vidas para seguirlo y liderar a otros. No somos dueños del llamado; no controlamos hacia dónde nos lidera Jesús, no nos ganamos su bendición. Él llama generosamente por amor a las personas y con ansias de lograr su propósito en su mundo.

      Está moldeado por el amor de Dios: radical, arriesgado, autosacrificado, costoso y perdonador. Su amor por nosotros genera en nosotros amor por Él y por las personas (1Jn 4.7–12). Éste es un amor que va más allá, recibe la cachetada en la mejilla y cede a otro una prenda de vestir (Mt 5.38–42). Está preparado para escuchar a la persona número mil que no es todavía cristiana y que presenta su argumento en contra del cristianismo, un argumento que hemos escuchado con anterioridad tantas veces que en realidad lo conocemos más de lo que ella misma lo conoce. Además, es el que ama y se involucra genuinamente con esta persona como si fuera la primera que hace esta pregunta. Este amor recibe críticas injustas o maltrato injustificado pero no toma represalias. Da y continúa dando, sin pedir nada a cambio. Este amor nos acerca a la persona joven que acaba de arruinar completamente algo más que el temor de dar una mala imagen.

      El liderazgo cristiano depende del Espíritu Santo —que da poder y prepara a los individuos para jugar su parte en el cuerpo de Cristo (Ef 4:11–13)—. Aquí, ningún individuo tiene todo lo que es necesario para que el cuerpo funcione, pero cada persona tiene una parte que jugar, y es una parte del cuerpo valiosa y vital. Somos todos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios (1P 2.9). Es el Espíritu Santo el que toma nuestras fortalezas y debilidades y las transforma, utilizándolas para los propósitos de Dios y su gloria.

      2. Está arraigado en la Biblia y dirigido por el Espíritu

      Los líderes cristianos buscan ser fieles a la Biblia en todo lo que hacen porque ella es la Palabra de Dios, útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra (2Ti 3.16–17). Los líderes cristianos buscan estar abiertos al Espíritu porque el Espíritu de Jesús en su interior guía a toda la verdad (Jn 16.13–15). Fidelidad a la Biblia y apertura al Espíritu de Dios son como dos reflectores en el teatro. Cuando se unen en un punto, concentran una iluminación brillante.

      La Biblia y el Espíritu colocan una disposición para seguir en el centro del liderazgo cristiano, ya que la prioridad del líder cristiano es servir al Rey. El discipulado es su travesía constante. Todos los líderes deben ser aprendices, y estar entregados para servir al Rey, encaminados a cualquier lugar a donde los quiera guiar. La lealtad de un líder cristiano no puede darse el lujo de echarse en ningún otro lado. Esto es un desafío, ya que la enseñanza de Jesús no nos permite retraernos en donde estamos cómodos y quedarnos ahí. El enfoque de su evangelio constantemente nos llama a una práctica diaria de arrepentimiento y fe, a una preocupación por aquellos que no conocen a Cristo, y al lugar donde morimos a nosotros mismos y tomamos cada día nuestra cruz (Mr 8.34–38).

      La Biblia y el Espíritu también nos ayudan a tomar seriamente la soberanía divina y la responsabilidad humana. No nos sorprenderemos por el desorden constante que hay en el mundo y la rebeldía de la gente o, si somos honestos, por la tendencia a ser rebeldes. Puesto que nos enfrentamos diariamente a las realidades de un mundo caído, nos colocamos en las manos de un Dios soberano, quien ofrece perdón y la posibilidad de cambio.

      3. Está marcado por la servidumbre

      El servicio se halla destinado a ser una parte normal del discipulado cristiano. Jesús espera que aquellos que dirigen continúen sirviendo como una parte normal del liderazgo cristiano. Esto significó un desafío a todos los modelos aceptados de liderazgo en los días de Jesús. Fue totalmente revolucionario, y quiero considerar esta característica particular con mayores detalles.

      En Lucas 22, Jesús comparte la última cena con sus amigos más cercanos. Menciona su anhelo de pasar estas últimas horas con ellos antes de sufrir (v. 15), y luego rompe el pan y comparte el vino (vv. 19 y 20). Habla honestamente de la inminente traición de uno de los más cercanos a Él (v. 22). En este momento de intenso significado y vulnerabilidad personal, los discípulos comienzan a discutir acerca de quién de ellos es el más importante. Es difícil imaginarse cómo se habrá sentido Jesús, pero su respuesta expresa lo más valioso que Él quiere que asuman: Los reyes de las naciones oprimen a sus súbditos, y los que ejercen autoridad sobre ellos se llaman a sí mismos benefactores. No sea así entre ustedes. Al contrario, el mayor debe comportarse como el menor, y el que manda como el que sirve (vv. 25 y 26).