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conocida y está fijada, mientras que la vía que parte de W … a… es desconocida y aún debe ser descubierta. Dado que en realidad nuestro yo siempre alimenta catexis intencionales -a menudo hasta muchas al mismo tiempo-, podemos comprender ahora la dificultad de llevar a cabo un pensamiento puramente cognoscitivo, así como la posibilidad de alcanzar en el curso del pensamiento práctico las vías más dispares, en distintos momentos, bajo distintas circunstancias y por distintas personas.

      El pensamiento práctico también nos permite apreciar en su justo valor las dificultades del pensamiento en general, que ya conocemos por propia experiencia. Retomemos nuestro ejemplo anterior, en el que la corriente Qj fluiría naturalmente [siguiendo las facilitaciones] hacia b y c, mientras que d sobresale por su estrecha conexión con la catexis intencional o con la idea derivada de ella. Puede ocurrir entonces que la influencia de la facilitación a favor de b…c sea tan considerable, que supere ampliamente la atracción hacia d… + V. A fin de que, no obstante, el decurso [de asociación] se dirija hacia + V, sería necesario que la catexis de + V y de sus ideas derivadas fuese intensificada aún más; quizá sería necesario también que la atención hacia W fuese modificada en el sentido de alcanzar un mayor o menor grado de «ligadura» y un nivel de corriente que sea más favorable a la vía d… + V. Tal gasto requerido para superar buenas facilitaciones con el objeto de atraer la cantidad (Q) hacia vías menos facilitadas, pero más próximas a la catexis intencional, corresponde plenamente a la dificultad del pensamiento.

      El papel desempeñado por los signos de cualidad en el pensamiento práctico apenas difiere del que tienen en el pensamiento cognoscitivo. Los signos cualitativos aseguran y fijan el decurso [asociativo]; pero no son absolutamente indispensables para el mismo. Si reemplazamos las neuronas y las ideas individuales, respectivamente, por complejos de neuronas y de ideas, nos topamos con una complejidad del pensamiento práctico que se sustrae a toda posibilidad de descripción, aunque comprendemos que precisamente en estos casos sería conveniente llegar a conclusiones rápidas [véase parágrafo 4 de esta tercera parte]. En el curso del pensamiento práctico, empero, los signos cualitativos no suelen ser plenamente suscitados, y es precisamente su completo desarrollo el que sirve para amortiguar y complicar el decurso asociativo. Cuando dicho curso desde una percepción particular a determinadas y particulares catexis intencionales haya sido seguido repetidamente y se encuentre estereotipado por facilitaciones mnemónicas, generalmente no existiría ya motivo alguno para la suscitación de los signos de cualidad.

      El fin del pensamiento práctico es [el establecimiento de] la identidad, es decir, el desemboque de la catexis Qj, desplazada, en la catexis desiderativa, que en el ínterin habrá sido firmemente retenida. Como consecuencia puramente biológica, cesa con ello toda necesidad de pensar y se posibilita, en cambio, la plena y total inervación de las imágenes motrices que hayan sido tocadas durante el pasaje [de cantidad], imágenes que en tales circunstancias constituyen un elemento accesorio permisible de la acción específica. Dado que durante el pasaje [de cantidad] la catexis de estas imágenes motrices sólo era de carácter «ligado», y dado que el proceso cogitativo partió de una percepción (W) que únicamente fue perseguida en calidad de imagen mnemónica, todo el proceso cogitativo puede independizarse tanto del proceso expectacional como de la realidad, progresando hacia la identidad sin experimentar modificación alguna. Así [el proceso cogitativo] parte de una mera representación [idea], y ni siquiera lleva a la acción una vez que ha concluido, pero [en el ínterin] habrá producido un conocimiento práctico que, dada una oportunidad real, podrá ser utilizado. La experiencia demuestra, en efecto, que conviene tener preparado el proceso cogitativo práctico cuando se lo necesite en virtud de las condiciones de la realidad, y no tener que improvisarlo en tal ocasión.

      Ha llegado el momento de restringir una afirmación establecida anteriormente: la de que la memoria de los procesos cogitativos sólo es posible gracias a los signos de cualidad, ya que en otro caso no se podrían diferenciar sus trazas de las que dejan las facilitaciones perceptivas. Podemos atenernos a que un recuerdo real no debería modificarse, normalmente, al reflexionar sobre el mismo; pero, por otra parte, es innegable que el pensar sobre un tema deja trazas extraordinariamente importantes para una próxima reflexión al respecto, y es muy dudoso si tal resultado surge exclusivamente de un pensar acompañado de signos cualitativos y de consciencia. Deben existir, pues, facilitaciones cogitativas [facilitaciones del pensamiento], pero sin que obliteren las vías asociativas originales. Como únicamente puede haber, empero, facilitaciones de una sola clase, se podría pensar que estas dos conclusiones serían incompatibles. No obstante, debe ser posible encontrar una manera de conciliarlas y de explicarlas en el hecho de que todas las facilitaciones cogitativas sólo se originaron una vez alcanzado un alto nivel [de catexis], y que probablemente también se hagan sentir sólo en presencia de un alto nivel, mientras que las facilitaciones asociativas, originadas en pasajes [de cantidad] totales o primarios, vuelven a exteriorizarse cuando se dan las condiciones de un decurso libre [de cantidad]. Con todo esto no se pretende negar, sin embargo, todo posible efecto de las facilitaciones cogitativas sobre las asociativas.

      Hemos logrado así la siguiente caracterización adicional del movimiento neuronal, todavía desconocido. La memoria consiste en facilitaciones. Las facilitaciones no son modificadas por un aumento del nivel [de catexis]; pero existen facilitaciones que sólo funcionan en un nivel particular. La dirección adoptada por el pasaje [de cantidad] no es alterada, en un principio, por el cambio de nivel; pero sí lo es por la cantidad de la corriente y por las catexis colaterales. Cuando el nivel es alto, las cantidades pequeñas (Q) son las más fácilmente desplazables.

      Junto al pensamiento cognoscitivo y al pensamiento práctico, debemos diferenciar un pensamiento reproductivo o recordante, que en parte coincide con el práctico, pero que no lo cubre totalmente. Este recordar es la condición previa de todo examen realizado por el pensamiento crítico; persigue un determinado proceso cogitativo en sentido retrógrado, retrocediendo posiblemente hasta una percepción, y al hacerlo procede, una vez más, sin un fin dado (en contraste con el pensamiento práctico) y recurriendo copiosamente a los signos de cualidad. En este curso retrógrado el proceso se encuentra con eslabones intermedios que hasta entonces permanecieron inconscientes y que no dejaron tras de si ningún signo de cualidad, pero cuyos signos cualitativos emergerán posteriormente [ex post facto. I.]. De esto se desprende que el decurso cogitativo puede dejar trazas por si mismos, sin necesidad de signos cualitativos. Claro está que en algunos casos parecería que ciertos trechos [de un tren de ideas] sólo pueden ser conjeturados porque sus puntos inicial y terminal están dados por signos de cualidad.

      La reproductibilidad de los procesos cogitativos sobrepasa ampliamente, en todo caso, la de sus signos de cualidad; pueden ser conscienciados a posteriori, aunque el resultado de un decurso cogitativo quizá deje trazas con mayor frecuencia que sus estadios intermedios.

      En el decurso del pensamiento, sea éste cognoscitivo, crítico o práctico, pueden ocurrir múltiples y variados sucesos que merecen una descripción. El pensamiento puede conducir al displacer o puede llevar a la contradicción.

      Examinemos el caso de que el pensamiento práctico, acompañado por catexis intencionales, lleve a un desencadenamiento de displacer. La experiencia cotidiana nos enseña que semejante suceso actúa como obstáculo para el proceso cogitativo. ¿Cómo es posible entonces que ocurra siquiera? Si un recuerdo genera displacer al ser catectizado, ello se debe, en términos muy generales, al hecho de que en su oportunidad, cuando acaeció, la percepción correspondiente generó displacer, o sea, que formó parte de una vivencia de dolor. La experiencia demuestra también que las percepciones de esta clase atraen un alto grado de atención, pero que no suscitan tanto sus propios signos de cualidad, sino más bien los de la reacción que dichas percepciones desencadenan; por tanto, están asociadas con sus propias manifestaciones de afecto y de defensa. Si perseguimos las visicitudes de tales percepciones una vez que se han convertido en imágenes mnemónicas, comprobamos que sus primeras repeticiones todavía despiertan afecto, tanto como displacer, pero que con el correr del tiempo pierden esta capacidad. Simultáneamente experimentan otra transformación. Al principio conservan el carácter de las cualidades sensoriales; pero cuando dejan de ser capaces de suscitar afectos pierden también dichas cualidades sensoriales y se asemejan progresivamente a otras imágenes- mnemónicas. Si un tren de ideas se topa con aquel tipo de imagen mnemónica

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