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muy deseable y, aunque lo intentara, no podría resistirme.

      Antes de que Laura pudiera hacer nada para impedirlo, Fabian le dio un besó que anuló cualquier vestigio de resistencia. Un instante después estaba desnuda entre sus brazos, con la sábana amontonada a sus pies.

      Las descripciones de Roma como ciudad ruidosa, maravillosa y vibrante eran legendarias, y también era una de las ciudades favoritas de Fabian. Tenía un apartamento en la Piazza Navona desde el que se veía la impresionante fuente de Neptuno. Decorada a la moda, pero conservando también su antiguo esplendor, era un lugar que no había tenido nada que ver con su padre. Cuando Fabian dejó la Toscana para estudiar arte en la universidad, fue a Roma. Allí saboreó sus primeros aires de libertad, y la ciudad ocupaba desde entonces un lugar especial en su corazón. Y ahora quería enseñársela a Laura, la mujer que se había convertido en su esposa. Mientras se alejaban paseando por una de las callejuelas que llevaban a ésta, recordó que aún no la había interrogado adecuadamente sobre el accidente que había sufrido ni sobre el marido que había perdido. Ahora que se había convertido en su esposa se sentía aún menos inclinado a abordar aquellos temas, aunque sabía que no iba a poder evitarlos siempre. Se dijo que era natural que se sintiera un poco posesivo y que quisiera alejar de su mente todo lo que pudiera enturbiar el placer de aquel día. Pero también quería conocer mejor a Laura y, antes o después, tendría que averiguar los detalles de lo que le había sucedido. Tenía intención de ser el mejor marido posible en su matrimonio. Y si el futuro les deparaba dificultades y contratiempos, estaba convencido de que podrían superarlos gracias a la profunda conexión sensual que existía entre ellos.

      –Es como imaginaba que sería.

      –¿Sí?

      Fabian tomó a Laura de la mano y sonrió. Estaba preciosa con aquel vestido blanco de mangas abiertas, su pelo rubio destellando al sol y sus extraordinarios ojos tan excitados como los de un niño.

      –Bulliciosa, deslumbrante… ¡y en cada rincón algo precioso y fascinante que mirar!

      –Eso no puedo negarlo –Fabian estaba mirando a su esposa con sincero aprecio masculino, y ella le devolvió la mirada con una mezcla de sorpresa y timidez.

      Entonces sonrió y lo golpeó juguetonamente en el hombro.

      –¡Ya sabes a qué me refiero!

      –Sí, pero apenas hemos empezado nuestro paseo de descubrimiento. Hay muchas cosas asombrosas que ver en Roma. Primero quiero llevarte a una cafetería en la que preparan el mejor exprés de Italia.

      –Ya que últimamente me he aficionado a tu querido exprés, adelante.

      Una vez en el café, con su despliegue de fotos de músicos de jazz de los años cuarenta y cincuenta, sus funcionales mesas de madera y robustas sillas, Fabian eligió dos asientos junto a la ventana para que Laura pudiera sentarse y «ver pasar el mundo», como tan encantadoramente había expresado.

      Aquel día parecía una niña excitada, y su entusiasmo por estar en Roma despertaba en Fabian un sentido de satisfacción y placer que lo tenían sorprendido. También estaba teniendo que hacer verdaderos esfuerzos para contener una repentina necesidad de tocarla y tomarla de la mano, y achacaba la calidez que sentía cada vez que sus miradas se encontraban a la excitación y el placer del momento, a nada más significativo. Ya se había engañado a sí mismo lo suficiente con Domenica, que lo había desenmascarado como el idiota ingenuo que había sido, demasiado ciego y enamorado como para enterarse de que su esposa lo estaba engañando.

      Fabian apartó el amargo recuerdo y señaló con la cabeza la plaza en que se encontraba la cafetería.

      –Solía reunirme aquí a menudo con mis amigos de la universidad a tomar un café y a arreglar el mundo.

      –¿Qué estudiabas? –preguntó Laura con sincero interés.

      –Historia del Arte, por supuesto –Fabian sonrió y alzó filosóficamente una ceja–. ¿Qué otra cosa va a estudiar uno en Roma?

      –Debió de ser maravilloso.

      –Lo fue.

      –¿Y fue aquí donde conociste a tu ex mujer?

      –No. Conocí a Domenica en la Toscana. Su padre era amigo del mío.

      –¿Domenica? Es un nombre precioso.

      –Era una chica preciosa… pero, desafortunadamente, su corazón no lo era.

      –¿Estuviste…?

      –Preferiría hablar de otra cosa. Hoy no quiero pensar en el pasado, sólo en el futuro –dijo Fabian con firmeza.

      –¿Y qué me dices del presente? El tiempo pasa muy rápido, y a veces no nos damos cuenta de que se nos escapa de las manos porque no prestamos la suficiente atención.

      –Es evidente que has pasado mucho tiempo pensando en ese tipo de cosas.

      –Después del accidente, mientras estaba en el hospital, lo único que tenía era tiempo para pensar en la vida. Aquí en occidente damos demasiado por sentado. Yo pienso que no tiene mucho sentido recibir el regalo de la vida si nunca nos detenemos a reflexionar sobre su significado y propósito.

      –No todo el mundo aprecia ese regalo como tú, mi dulce Laura. La mayoría nos comportamos como si fuéramos a estar aquí siempre.

      –A veces hacen falta accidentes o enfermedades para despertar a la gente. ¿No crees que sería mejor que despertaran antes?

      –¡Empiezo a pensar que me he casado como una psicoterapeuta en ciernes!

      Laura se ruborizó.

      –Lo siento. Tiendo a dejarme llevar por la pasión cuando habló de estas cosas.

      –No te disculpes. No hay por qué avergonzarse de la pasión y el entusiasmo –Fabian tomó una mano de Laura y acarició su piel de porcelana–. Me gusta que sientas las cosas con tanta pasión.

      –¿De verdad? Creía que pensabas que no había que fiarse de los sentimientos.

      Pasaron unos incómodos segundos mientras Fabian se esforzaba por contener sus traidores sentimientos bajo control. Con una mueca, alzó su taza de café en señal de brindis.

      –Me temo que me has arrinconado… touché.

      –Bueno… –la mano de Laura tembló ligeramente cuando se la pasó por el pelo, y Fabian notó que estaba avergonzada además de un poco disgustada.

      Despreció en silencio su incapacidad para establecer la clase de conexión real que secretamente anhelaba con ella. Pero un segundo después se dijo que lo superaría. Estaba reaccionando así porque por primera vez en varios meses empezaba a relajarse. Se encontraba en su ciudad favorita con la bonita y vivaz mujer que iba a darle lo que más deseaba: una familia. No era de extrañar que no se sintiera él mismo.

      –¡No puedo creer que hayamos volado hasta aquí en helicóptero desde la Toscana! –dijo Laura.

      –Sin el helicóptero no podría asistir a la mitad de las reuniones que tengo en Italia –replicó Fabian, que agradeció el cambio de tema.

      –Llevas una vida muy distinta a la que yo llevaba en Inglaterra.

      –¿Y crees que llegará a gustarte?

      –Eso espero.

      –Pareces tener dudas –dijo Fabian, preocupado.

      –Tendré que adaptarme, eso es todo. ¡Siento que llevo una temporada sin poner los pies en la tierra! Pero empiezo a preguntarme qué ha podido ver en mí un hombre como tú, que probablemente podría tener lo que quisiera en el mundo… incluyendo a las mujeres más bellas.

      Al ver que Laura se llevaba la mano al flequillo mientras hablaba de aquello, Fabian frunció el ceño.

      –Si la cicatriz te molesta tanto, podría pedirte una cita con un cirujano plástico. No quiero que te sientas mal por tenerla.

      –En

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