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que se le pusiese el vello de punta–. Siempre he pensado que lo mejor era decidir lo que quería e ir a por ello.

      A Alexa no le cabía la menor duda.

      Aunque ella, desde la muerte de su hermano, se había quedado prácticamente sin decisiones en la vida, por lo que no solía decidir qué era lo que quería ni iba a por ello.

      El príncipe la hizo girar y añadió:

      –Por el momento no me ha fallado –le dijo, con sonrisa lupina–. Y espero que no me falle esta vez.

      –¿Me está haciendo una proposición?

      Lo dijo sin pensarlo y se arrepintió. Sin duda, ninguna de las sofisticadas mujeres con las que se le solía fotografiar habría hecho una pregunta tan torpe.

      Él sonrió divertido.

      –Eso parece.

      –Pero si ni siquiera me conoce.

      –No necesito conocerla para saber que la deseo –ronroneó él en tono sensual–, pero si se siente más cómoda así, le diré que soy el príncipe Rafaele al-Hadrid. Rafe para los amigos, Rafa para mi familia.

      –Ya sé quién es –le dijo ella–. Y también conozco su reputación.

      Él sonrió todavía más.

      –¿Cuál de ellas?

      Alexa no supo cómo responderle y decidió intentar sacarle información.

      –La de que no está hecho para el compromiso.

      –Cierto –le respondió él–. Se me dan bien muchas cosas, pero la de ser marido no es una de ellas.

      –¿Y por qué no sería un buen marido?

      –Según muchas de las mujeres con las que he estado, estoy emocionalmente atrofiado, no sé lo que es el cariño de verdad, me da miedo la intimidad y soy muy egoísta –enumeró divertido–. No estoy de acuerdo con lo del cariño, porque da la casualidad de que soy muy cariñoso.

      –Seguro que sí, están equivocadas.

      –Me alegro de que estemos de acuerdo, pero todavía no me ha dicho su nombre.

      –No.

      Él arqueó las cejas y la miró con interés.

      –Ni va a hacerlo –continuó–. ¿Quiere que lo adivine?

      Estudió su rostro y añadió:

      –Me resulta vagamente familiar. ¿Debería saber su nombre?

      –Eso diría yo.

      –¿Ya nos conocíamos…?

      –No –respondió ella enseguida, entendiendo por dónde iba la pregunta.

      Él volvió a apretarla contra su cuerpo y Alexa sintió calor.

      Él sonrió sensualmente, como si pensase que la tenía donde la quería tener.

      «Peligro», le dijo a Alexa su cerebro una vez más, con más firmeza, añadiendo la orden de que se retirase. No obstante, Alexa no se podía retirar porque no podía recordar el motivo. No con aquellos ojos clavados en sus labios.

      La canción que habían estado bailando terminó y alguien anunció por un micrófono que iba a empezar la subasta silenciosa.

      Grupos de invitados empezaron a dirigirse hacia una de las antesalas y Alexa se dio cuenta, sorprendida, de que ella seguía entre los brazos del príncipe. Intentó hacer que su cerebro se pusiese a funcionar y tardó un momento en darse cuenta de que este había tomado su mano y la estaba llevando en dirección contraria a donde iba todo el mundo.

      –¿Adónde me lleva? –le preguntó.

      –A algún lugar en el que podamos hablar –respondió él–. He prometido que esta noche no causaría ningún escándalo y estoy a punto de romper mi promesa.

      La hizo atravesar unas puertas y salieron a un pasillo.

      –Espere.

      Él se detuvo al instante y la miró.

      Alexa parpadeó e intentó ordenar sus pensamientos y calmar su respiración. Antes o después tendría que hablar con él a solas para hacerle su propuesta, pero su cuerpo estaba enviando mensajes confusos a su cerebro y sabía que no era el momento adecuado. Además, él no la estaba llevando a ningún sitio a hablar. Tal vez tuviese poca experiencia con los hombres, pero sabía lo poco escrupulosos que podían llegar a ser para conseguir sus objetivos.

      –No le voy a besar –le dijo directamente a pesar de que jamás se había sentido más tentada a hacer todo lo contrario de lo que acababa de decir.

      Él sonrió con malicia y Alexa se ruborizó.

      –¿No le gustan los besos?

      No demasiado, pero aquella no era la cuestión.

      –No me beso con extraños.

      –Aquí la única que no ha dicho su nombre es usted –le recordó él–. Y, por suerte, yo no tengo tantas reservas.

      Su tono era jocoso, pero Alexa sintió que la deseaba por la tensión de su cuerpo y el calor que irradiaba. Había entre ambos algo excitante y perversamente tentador.

      –Ven conmigo –la invitó el príncipe con voz ronca–. Tengo la sensación de que a tu vida le vendría bien algo de emoción.

      Alexa quiso negarlo, pero aquello era tan cierto que no fue capaz. Pasaba prácticamente todo el día haciendo trabajo de oficina o en reuniones y no solía hacer ninguna actividad que la divirtiese. Una carcajada de otro invitado la sacó de sus pensamientos y volvió a dudar de si debía llevar a cabo su plan.

      El príncipe Rafaele era mucho más masculino y carismático de lo que ella había anticipado, y la miraba de un modo tan seductor que despertaba todos sus sentidos.

      –Ven –insistió este, alargando la mano hacia ella–. Dame la mano.

      Fue más una orden que una invitación y a Alexa se le olvidó que su futuro pendía de un hilo aquel fin de semana. Se olvidó de lo mucho que había en juego.

      Cedió a la tentación y le dio la mano, permitió que la llevase hasta una puerta, a una sala de lectura. Alexa miró a su alrededor y comprobó que estaba vacía, los muebles y las pesadas cortinas daban una extraña sensación de intimidad que aumentó cuando la puerta se cerraba tras de ellos.

      –No estoy segura de que esto esté bien –comentó, sabiendo a ciencia cierta que no lo estaba.

      Él sonrió con malicia.

      –Probablemente, no.

      Se acercó a ella con movimientos fluidos y cuando Alexa quiso darse cuenta había invadido su espacio personal. Ella retrocedió y chocó con la mesa baja que tenía justo detrás.

      Por suerte, el príncipe la agarró por la cintura.

      –¡Alteza! –exclamó ella, casi sin aliento–. Le he dicho que no…

      –Me va a besar, ya lo sé –le dijo él, acercando los labios a la línea de su mandíbula y respirando profundamente para aspirar su olor.

      Alexa se estremeció de deseo y sintió que se le doblaban las rodillas. Apoyó las manos en sus fuertes pectorales y pensó que el corazón se le iba a salir del pecho.

      A pesar de los altos tacones, el príncipe seguía siendo mucho más alto que ella y los ojos de Alexa quedaban justo a la altura de sus labios, de los que no era capaz de apartar la mirada.

      –Tienes exactamente tres segundos para apartarte antes de que te bese –le dijo él en voz baja.

      Alexa se ruborizó y, sin querer, su cuerpo se inclinó hacia él.

      –Estoy casi seguro de que ya han pasado cinco –murmuró el

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