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con la moto de nieve y dio la vuelta para aparcarla frente a la casa.

      —Dijiste que la casa era una cabaña —dijo, acusadora.

      —Nunca dije eso —respondió él—. Habrá sido Karen —señaló, disfrutando con el ligero enfrentamiento—. Yo me referí al «sitio que mi hermano tiene en las Adirondacks» y ella habrá supuesto que era una cabaña, como la mayoría de las que hay por aquí. Espero que no estés desilusionada.

      Allie se quitó la chaqueta. Llevaba pantalones negros metidos por las húmedas botas de cuero y un jersey azul claro de angora que le ajustaba la menuda figura. Era una mujer decidida a pesar de su pequeño tamaño. Si no lo hubiese oído en su voz, se lo habrían revelado la línea de su mandíbula o el relampaguear de su ojos color chocolate, que apreció cuando ella se quitó el sombrero.

      —¿Desilusionada? —dijo acercándose al fuego con un escalofrío. Una súbita sonrisa le iluminó las facciones, eliminando esa tensión que él todavía no lograba comprender—. ¿Estás de broma? ¡Es fabulosa! ¡Y hasta has encendido el fuego!

      —Después de lo que dijiste de la lumbre, la música y el chocolate caliente, ¿cómo no iba a hacerlo?

      Al darse cuenta del pánico que tenía Karen, no había entrado a la casa con Allie cuando la llevó con la niña. No sabía lo que lo había hecho encender el fuego, ya que la calefacción central era muy fuerte. Pero ahora se daba cuenta. Lo que quería era ver cómo se le iluminaba a ella el rostro de alegría, como en ese momento, haciendo que le cambiase toda la personalidad, sugiriendo una calidez, una ternura y un sentido del humor que todavía no se había notado demasiado en esa menuda mujer. Karen había mencionado esas cualidades, pero no iba a darlas por sentado. Le gustaba decidir por sí solo.

      —Pues es maravilloso —le respondió ella—. Gracias. Me he quedado aquí junto al fuego. Ni siquiera he dado una vuelta para mirar la casa o deshacer el equipaje.

      —¿Todavía no te has hecho ese chocolate caliente?

      —No, te decía, me he quedado aquí, calentándome. Y… y Jane.

      Recordó lo que Karen había dicho sobre cuidarla y lo mal que lo había pasado, ¿habría estado enferma quizás?

      —Yo te lo prepararé en cuanto lleve el equipaje a tu habitación.

      —Yo puedo hacerlo. Y también puedo hacer el chocolate, si me dices dónde está la cocina. Y puedo hacer la cena. Karen ha traído un estofado congelado y algunas otras cosas. Mientras tú cuidas de Jane.

      —Como quieras —se encogió de hombros él.

      Era obvio que ella no quería estar con la niña. Sintió cierta desilusión y tuvo que tomarse unos minutos para analizarla.

      Hasta hacía poco, no se había quedado en ningún sitio lo suficiente como para pensar en el matrimonio y por el momento no estaba seguro de hacerlo tampoco. Últimamente se sentía un poco inquieto, inseguro de haber tomado la decisión correcta al asociarse a sus dos hermanos, que tenían una empresa de software. Le seguía faltando algo, algo importante. Quizás la intuición le estaba indicando que tenía que volver a marcharse.

      Sin embargo, le gustaba la familia. Tenía unos padres cariñosos y siete hermanos a quienes quería, dos de los cuales llevaban varios años felizmente casados y le habían dado tres sobrinas. Le gustaban las familias numerosas, adoraba a sus sobrinas y sabía que la familia era la mejor medicina para cuando se sentía un poco deprimido. Y era algo que le recomendaba a todo el mundo.

      A una mujer aparentemente saludable, capaz y decidida como ella tendría que al menos gustarle su sobrina, pensó. ¡Nadie le pedía que la adoptara! ¿Qué le pasaba?

      Afortunadamente, Allie no se había dado cuenta de su expresión de desaprobación. Se encontraba junto a la ventana, mirando la creciente oscuridad, y parecía no notar su curiosidad. ¿Cuánto tiempo se iba a quedar así?

      Jane estaba echada boca abajo en una manta a distancia segura del fuego. La calefacción central y la chimenea contribuían a crear una atmósfera agradable. Jane miraba el fuego y hacía gorgoritos, golpeando un juguete. Sus necesidades estaban totalmente cubiertas, pero nadie le prestaba atención. Allie seguía mirando por la ventana y, por algún motivo, a Connor le inspiraba una pena tremenda.

      Instintivamente, en su afán por comprenderla, se dirigió a ella. Karen le gustaba mucho. Era cariñosa, entusiasta, llena de energía y optimismo… excepto cuando se ponía histérica porque se le atascaba la cámara. ¿Por qué era su hermana tan diferente y distinta?

      Casi había llegado a Allie cuando ella se dio vuelta finalmente.

      —Se está nublando muy deprisa —dijo—. ¿Crees que nevará?

      —Me parece que sí —dijo él—. Le advertí a Karen que se acercaba una tormenta, pero hace media hora no parecía que fuese tan grave, y estaba desesperada por lo de la cámara.

      —Podrá volver, ¿no crees? No cerrarán los caminos. ¡Me garantizó que volvería esta noche! —exclamó, y el miedo que se reflejaba en su rostro lo impresionó.

      —Supongo que hará lo que pueda —respondió, y le pareció poco para calmarla, pero no se le ocurrió nada más que decir.

      Estaba aterrorizada por algo de la situación. ¿Sería él? Creía que no, pero algo había. Ahora comprendía que Karen le pidiese que la cuidara. Karen sabía que Allie se sentiría así. ¿Cómo? ¿Por qué?

      ¿Y por qué tenía esa sensación tan fuerte de que las respuestas a esas preguntas le importaban a él?

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