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gloria inusual o hermosura en Su apariencia como hombre. Su rostro y Su apariencia fueron desfiguradas más que la de los hijos de los hombres (Isaías 52:14 y 53:2). Tampoco se podía ver en este mundo la plena manifestación de la gloria de Su naturaleza divina. Entonces ¿Cómo pudieron ver los apóstoles Su gloria? La vieron por medio del entendimiento espiritual de la fe. Al verlo como lleno de gracia y de verdad, y al ver lo que hizo y lo que habló, “le recibieron y creyeron en su nombre” (John 1:12). Aquellos que no poseían esta fe no vieron ninguna gloria en Cristo.

      2. La gloria de Cristo está mucho más allá del alcance de nuestro presente entendimiento humano. No podemos mirar directamente al sol sin quedar ciegos y no podemos con nuestros ojos naturales tener ninguna visión verdadera de Cristo en el cielo; esa gloria sólo puede ser conocida por medio de la fe. Aquellos que hablan o escriben acerca de la inmortalidad del alma pero que no tienen ningún conocimiento de la vida de fe, en realidad no saben de lo que están hablando. Hay aquellos también que usan imágenes, crucifijos, ídolos y música, en un vano intento por adorar algo que se imaginan como la gloria de Dios, debido a que no tienen ningún entendimiento espiritual de la verdadera gloria de Cristo. Solamente el entendimiento por medio de la fe nos dará una idea verdadera de la gloria de Cristo y creará en nosotros el deseo por disfrutarla plenamente en el cielo.

      3. Por lo tanto, si quisiéramos tener una fe más activa y un amor más grande por Cristo (lo cual daría descanso y satisfacción a nuestras almas), deberíamos buscar con un deseo más grande una mirada de la gloria de Cristo en esta vida. Esto resultará en que las cosas de este mundo se vuelvan cada vez menos atractivas, hasta que lleguen a ser muertas e indeseables. No deberíamos esperar una experiencia distinta en el cielo de lo que hemos estado buscado en este mundo; es decir, no podemos esperar disfrutar de la gloria de Cristo en el cielo si no ha sido nuestro afán en la tierra. Si estuviésemos más persuadidos de esto, pensaríamos más en las cosas celestiales de lo que normalmente lo hacemos.

      Antes de proceder con un intento de guiar a los creyentes en una experiencia más profunda de fe, amor y meditación espiritual, deseo mencionar algunas de las ventajas que surgen del continuo pensar en la gloria de Cristo:

      1. Al pensar en la gloria de Cristo, seremos hechos más aptos para el cielo. Muchos se consideran como ya suficientemente preparados para la gloria, si sólo pudieran alcanzarla. Pero ni siquiera saben qué es esa gloria. No hay ningún placer en la música para aquellos que son sordos, ni los colores más bellos para los ciegos. Del mismo modo, el cielo no daría ningún placer a las personas que no fueron preparadas para él en ésta vida por el Espíritu. El apóstol da “gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Colosenses 1:12). Es la voluntad de Dios que conozcamos el comienzo de la gloria ahora, y en el futuro Su plenitud. Pero somos capacitados para recibir el conocimiento de esta gloria por medio del ejercicio espiritual de nuestra fe. Nuestro conocimiento presente de la gloria de Cristo es nuestra preparación para la gloria futura.

      2. El conocimiento de la gloria verdadera de Cristo tiene poder para transformarnos hasta que seamos semejantes a Cristo (vea 2 Corintios 3:18).

      3. Una meditación habitual en la gloria de Cristo traerá descanso y satisfacción a nuestras almas. Traerá paz a nuestras mentes que tan frecuentemente se llenan de temor y de preocupaciones. “Pero el ocuparse del espíritu es vida y paz.”(Romanos 8:6) Las cosas de esta vida, en comparación con el gran valor y la hermosura de Cristo, son menos que nada, como Pablo dijo: “Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:8).

      4. El conocimiento de la gloria de Cristo es la fuente de la bienaventuranza eterna. Al verle como El es, seremos hechos semejantes a El. (1 Tesalonicenses 4:17; Juan 17:24; 1 Juan 3:2)

      Dios es tan grande que no podemos verle con nuestros ojos naturales y aún en el cielo no podremos entender todo acerca de El, porque El es infinito. La bienaventurada visión de Dios que tendremos allá siempre será “en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6) y esto será suficiente para llenarnos de paz, descanso y gloria.

      Aún en esta vida, los verdaderos creyentes experimentan algo del placer que resulta de conocer a Cristo. Por medio de las Escrituras y el Espíritu Santo, los creyentes reciben un conocimiento de la gloria de Dios que resplandece en Cristo, de tal manera que un gozo inefable y paz llenan sus almas. Tales experiencias no son frecuentes, pero debido a nuestra flojera y a nuestra falta de luz espiritual. La gloria amanecería más frecuentemente en nuestras almas si fuéramos más diligentes en nuestro deber de conocer y meditar en la gloria de Cristo.

      En los siguientes capítulos (1 al 10 ), trataré de contestar la pregunta: ¿Cuál es la gloria de Cristo que podemos ver por medio de la fe, y cómo podemos verla? Y en los siguientes (11 a 13) explicaré cómo este conocimiento de fe es distinto de la visión directa de Cristo que tendremos en el cielo. Y al final hay unas aplicaciones.

      La Gloria de Cristo como la Única

      Manifestación de Dios

      para los Creyentes

      La gloria de Dios surge de Su naturaleza santa y de las cosas excelentes que El hace. Pero sólo podemos ver esta gloria por medio de mirar a Cristo Jesús (2 Corintios 4:6). Cristo es “El resplandor de su gloria” y “El es la imagen del Dios invisible” (Hebreos 1:3, Colosenses 1:15). El nos muestra la naturaleza gloriosa de Dios y nos revela Su voluntad para nosotros. Sin Cristo nunca podríamos ver a Dios, ni ahora, ni en el futuro (vea John 1:18). Cristo y el Padre son uno. Cuando Cristo se hizo hombre, manifestó la gloria de Su Padre. Solamente Cristo da a conocer a los hombres y a los ángeles la gloria del Dios invisible. Esta revelación es el fundamento sobre el cual la Iglesia se edifica y la base de todas nuestras esperanzas de salvación y vida eterna.

      Aquellos que no pueden ver esta gloria de Cristo por falta de fe, no conocen a Dios. Son como aquellos judíos y gentiles incrédulos del tiempo antiguo: “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero y para los gentiles locura; mas a los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios.” (1 Corintios 1:22-24).

      Desde que la predicación del evangelio comenzó, el gran propósito del diablo ha sido cegar los ojos de los hombres para que no vieran la gloria de Cristo. “Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.” (2 Corintios 4:3-4) Esta ceguera y tinieblas se quitan por el poder omnipotente de Dios dando iluminación para conocerle por medio de Cristo. “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2 Corintios 4:6)

      Una gran parte de la miseria y el castigo contra la humanidad a causa de la caída de Adán ha sido las densas tinieblas y la ignorancia con las cuales la mente humana ha sido cubierta desde ese entonces. Los hombres y las mujeres se han jactado de ser sabios, pero su sabiduría no les ha conducido hacia Dios (vea 1 Corintios 1:21 y Romanos 1:21). Los razonamientos de “los filósofos” y “los entendidos”, desconociendo las cosas invisibles más allá del entendimiento humano, no han salvado a la humanidad de la idolatría y de la práctica de toda clase de pecados. Satanás, el príncipe de las tinieblas, ha impuesto su reino de tinieblas en la mente de los hombres, manteniéndolos en ignorancia de Dios. Toda iniquidad y confusión entre los seres humanos procede de estas tinieblas y de la ignorancia de Dios. Dios nos pudiera haber dejado perecer en la ceguera y la ignorancia de nuestros antepasados, pero nos ha traído “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). La gloria especial y los privilegios de Israel consistieron en poseer la revelación de Dios en Su Palabra. “Ha manifestado sus palabras a Jacob, sus estatutos y sus juicios a Israel. No ha hecho así con ninguna otra de las naciones.” (Salmo 147:19-20) No obstante, Dios les habló desde las densas nubes, pues no podían

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