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agradecería que no hablaras así de mi madre, Troy –declaró Carol, aún atónita por la magnitud de su herencia y de las responsabilidades que aquello conllevaba.

      –¿Quieres saber la verdad? –gritó Troy.

      –Troy, será mejor que te sientes. Usted también, señora Chancellor –dijo Damon en tono de autoridad–. Durante los últimos años, Selwyn Chancellor estaba muy preocupado por cómo se había tratado a su nieta. Sin entrar en el hecho en sí, tras la muerte del padre de Carol, el señor Chancellor manifestó su voluntad de hacerse con la custodia de Carol, pero nosotros le hicimos ver que ningún tribunal le daría a él preferencia sobre la madre.

      –¡No tenía ni idea de eso! –declaró Maurice–. Todos sabemos el papel que mi cuñada jugó en la muerte de mi hermano.

      Damon notó la mueca de Carol.

      –Señor Chancellor, debo recordarle que el juez declaró el fallecimiento de su hermano como muerte accidental.

      –¡Querrá decir que no lograron demostrar que fue ella! –gritó Dallas, que sentía una envidia enfermiza por su cuñada.

      –La difamación es un delito, señora Chancellor –le recordó Damon–. Se aceptó la versión de los hechos de Roxanne Chancellor. Los accidentes de barco son algo corriente.

      –Mi marido tiene razón –dijo Dallas con malicia–, Roxanne nunca ha sido de fiar.

      Troy se dejó caer en su asiento, se le veía perplejo. Aunque no iba a pasar apuros económicos de ningún tipo, el asunto se le antojaba injusto. Sospechaba que su padre aceptaría la nueva situación con relativa facilidad; en realidad, la única ambición de su padre era escribir un libro. Llevaba años queriendo hacerlo. Quería escribir ficción y obtener éxito y reconocimiento internacional. Lo único que no iba a perdonar era perder Beaumont, siempre había considerado aquella casa su hogar.

      También se vieron beneficiadas en el testamento algunas organizaciones dedicadas a la defensa de los animales, investigaciones médicas, las artes, museos y universidades. Selwyn Chancellor también había testado en favor de la Asociación de Productores de Lácteos.

      –¡Eso, viva las vacas! –gritó Troy–. Deben estar encantadas.

      –¿Cuánto tiempo tenemos para abandonar la casa? –preguntó Dallas apenas conteniendo la ira.

      Caro tardó unos segundos en contestar:

      –No hay prisa. Tengo intención de terminar mis estudios universitarios, y eso será a finales del año que viene. La casa es lo suficientemente grande para que podamos estar todos… si es que yo decidiera pasar algún tiempo aquí, cosa más que probable. Supongo que vendré a pasar algunos fines de semana, vacaciones y esas cosas. Y antes de que me lo preguntéis, también podéis seguir utilizando la casa de Point Piper hasta que la venda.

      –¿Que la vas a vender? –dijo Dallas con incredulidad–. ¡Qué valor tienes! ¿Es que no respetas nada?

      Troy lanzó una maldición.

      –Sí, eso es lo que pretendo hacer –continuó Carol con calma.

      –Carol no está aquí para responder vuestras preguntas –declaró Damon en tono de advertencia.

      –¡Esto es una pesadilla! –repitió Dallas–. ¿Qué voy a decirles a mis amigas?

      –¿Qué amigas, mamá? –preguntó Troy con malicia.

      –Troy, no le hables así a tu madre –interpuso Maurice, que estaba harto tanto de su mujer como de su hijo. Ninguno de los dos le respetaba ni le tenía afecto.

      Damon comenzó a guardar los papeles de testamentaría en la cartera.

      –No serviría de nada que trataran de impugnar el testamento –dijo él con voz queda–. Mi cliente es la nieta de Selwyn Chancellor, la hija de su hijo mayor, el heredero.

      Damon se interrumpió unos segundos y, tras pasear la mirada por todos los presentes, añadió:

      –Gracias por el café, pero ahora Carol y yo tenemos que irnos. Cualquier duda que tengan o consulta que quieran hacerme durante los próximos días, les aseguró que haré lo posible por contestarles. El sepelio va a tener lugar el viernes a las dos de la tarde, solo la familia y unos amigos íntimos asistirán. Ya se les ha avisado. La misa de difuntos tendrá lugar el miércoles de la semana que viene en Sídney, en la catedral de Santa María, como ya saben. Una empresa de catering se va a encargar de la pequeña recepción después del entierro. Mi cliente, el señor Selwyn, quería librar a la familia de las molestias de la preparación de la recepción.

      Los ojos grises de Dallas echaron chispas. Pero antes de que pudiera abrir la boca, Maurice dijo:

      –Os acompañaré a la puerta.

      –Gracias, tío Maurice –repuso Carol.

      Capítulo 3

      PARA Carol, el funeral fue una experiencia dolorosa. Revivió momentos del pasado, momentos felices con su abuelo. Rememoró escenas recogiendo flores con él o dando paseos con su tierna abuela.

      Damon le había dado una fotografía de ella misma con el uniforme del colegio. Le habían sacado la foto a las puertas de la escuela. Debía haber sido su abuelo quien había tomado la foto, ¿quién si no? Era la fotografía que Damon había recogido de debajo del escritorio de la biblioteca tras la lectura del testamento. Damon había estado en lo cierto al pensar que a ella le gustaría tener esa foto. Quizá hubiera más. Iba a ponerse a buscar.

      «Que sepas que te quería, abuelo. Y a ti también, abuela. Y a ti, papá».

      Su madre y su esposo, Jeff, también estaban allí, a pesar de no haber sido invitados. Jeff, elegantemente vestido, le dio un abrazo excesivamente íntimo, aplastándola contra sí. ¿Qué era lo que Jeff sentía por ella?

      –Suéltame, Jeff –dijo Carol, que quería darle una patada en la espinilla.

      –Cielo, es que tenía muchas ganas de verte. Nunca vienes a vernos y tampoco nos llamas.

      –¿Te extraña?

      Fue entonces cuando su madre, siempre considerándose una incomprendida, decidió intervenir.

      –Tu padre era mi marido, Carol –lo que explicaba, según ella, su presencia allí.

      –Marido número uno –contestó Carol.

      –¿Por qué siempre tienes que darme malas contestaciones? –dijo Roxanne malhumorada–. Tenía que venir, Carol. Soy tu madre.

      Con un esfuerzo, Carol mantuvo la calma. Había demasiadas personas observándoles. Para empezar, la mujer de Marcus Bradfield. Valerie Bradfield parecía muy atenta en ellos. Carol sabía de buena fuente que Valerie detestaba a su madre.

      –En ese caso, ¿te parece bien que te llame mamá?

      Roxanne no estaba dispuesta a aceptar eso.

      –No te mereces que sea tu madre –declaró Roxanne–. ¡No te mereces nada de esto!

      Tras esas palabras, Roxanne hizo un gesto expansivo con los brazos.

      –Cuidado, mamá –dijo Carol en tono de advertencia–. Puede que rompas otro jarrón chino y te advierto que, a partir de este momento, lo que rompas lo pagas.

      –¡Déjate de bromas! No es el día más adecuado para ello.

      –Como sigas molestándome, mamá, haré que alguien os acompañe a ti y a Jeff a la puerta –declaró Carol con voz queda.

      –Vaya, aprendes rápido, ¿eh? –dijo Roxanne con amargura–. Eres igual que…

      –Cállate, mamá. Damon Hunter se está acercando.

      Roxanne paseó la mirada por el salón y no le resultó difícil

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