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y se deslizó con una gloriosa sensualidad por mis extremidades.

      Tendría que pasar por otro interrogatorio mucho más exhaustivo, pero, de momento, podía quedarme sentada en la ducha. Me incliné hacia delante, apoyé los codos en las rodillas y dejé que el agua me cayera en cascada por la espalda como un masaje de muchos dedos. Fuera del baño, una asistente esperaba para llevarme hasta la cama de agua, donde mis extremidades doloridas descansarían esa noche. Por mucho que quisiera quedarme bajo el agua para siempre, ya habría más duchas. Y baños. Dios, qué ganas tenía de sumergirme en la bañera y flotar en el agua tibia.

      Por el momento, sería un poco desconsiderada con la asistente. Con un suspiro, cerré el agua y presioné el botón de llamada. La puerta se abrió al instante, como si hubiera estado esperando con una mano en el pomo, y…

      Nathaniel estaba en la puerta. Me sonrió y fue como ver salir el sol.

      —¿Necesita ayuda, señora astronauta?

      Extendí el brazo de cuarenta kilos hacia él.

      —Quizá necesite que alguien me ayude a quitarme la toalla.

      —Déjamelo a mí. —Ya descalzo, Nathaniel entró en la ducha, me cogió la mano y se inclinó para besarme. Habíamos hablado por teléfono después de que me sacaran del cohete, pero hasta ese momento mi marido era solo una fantasía hipotética.

      La mano de mi marido era cálida y familiar, desde el callo permanente de sostener el lápiz en el primer nudillo del dedo índice hasta el cosquilleo seco del vello rubio del dorso. Sus labios en los míos eran como un bálsamo, un poco agrietados, pero con un contorno que me era tan conocido que me derretí al sentirlo. Cuando no has visto a la persona a la que amas en tres meses, el primer momento en que volvéis a estar juntos, el roce, el olor, solo la influencia orbital de su presencia te hace sentir que ya no estás perdida en el movimiento sideral.

      Todavía estaba demasiado cansada para sostenerme en pie, pero el mundo volvía a estar en su sitio.

      —Te he echado mucho de menos.

      —Es la primera vez que me ha preocupado de verdad no volver a verte. —Se inclinó hacia delante para coger la toalla de la percha.

      —No he corrido peligro real. —Hice una mueca al recordar—. Aparte de durante la entrada en la atmósfera.

      Abrió la boca con sorpresa.

      —Elma. Seis hombres armados te retuvieron como rehén.

      —Bueno, sí. Pero no iban a dispararme. —Quizá deliraba, pero su enfado nunca había estado dirigido a mí—. Eran un grupo de amigos que estaban de caza, vieron una oportunidad de actuar y la aprovecharon.

      —O sea, que eran impulsivos.

      —Decididos. —Cerré los ojos y recordé los ojos de Roy detrás de la máscara al hablar de su hija—. Tenían familias. Solo querían un mundo mejor para sus hijos.

      Reconozco el silencio de desacuerdo de mi marido. Coge aire como si fuera a hablar y después contiene la respiración un segundo. Nathaniel exhaló y me pasó la toalla por la espalda.

      —En fin, me muero de ganas de llevarte a casa.

      Si estuviésemos en casa, le habría preguntado en qué no estaba de acuerdo, pero me sentía agotada, así que dejé que cambiase de tema.

      —¿Qué novedades hay?

      —He comprado una alfombra. —La toalla bajó por mis caderas hasta mis muslos—. En realidad, Nicole Wargin la eligió, pero la he pagado con el dinero ganado con esfuerzo.

      —¿Se puede ganar dinero sin esfuerzo?

      —Sí. Si te pasas el día tumbado. —La toalla recorría los contornos de mi cuerpo mientras hablaba, como si quisiera asegurarse de que era real.

      —No dejarán que me tumbe mucho rato. —Podría descansar ese día, pero al siguiente el fisioterapeuta empezaría a poner en forma mi aparato vestibular para reaclimatarme a la gravedad de la Tierra. Gracias a Dios, ya no me costaba tanto como las primeras dos veces. El proceso no era agradable, pero habría acabado en una semana—. ¿De qué color es?

      —¿Qué? Ah. La alfombra. Es… ¿rojiza? Estampada. —Se mordió el labio inferior un segundo—. Combina con los cojines del sofá.

      Entrecerré los ojos.

      —En fin, Nicole tiene muy buen gusto. ¿Por qué decidiste comprarla?

      Dobló la toalla.

      —La última vez te costaba andar en suelos lisos. Se me ocurrió que la tracción ayudaría.

      Mi marido era un hombre muy dulce.

      —Podría llevar zapatos en casa.

      —Lo sé, pero te gusta ir descalza. —Colgó la toalla con el ceño ligeramente fruncido de preocupación—. Es una alfombra bonita. De verdad.

      Me reí y me sentó de maravilla. Acababa de sobrevivir a dos situaciones potencialmente mortales, por no mencionar la vida en el espacio, y nos poníamos a hablar de alfombras.

      —Te creo. —Le tomé la mano y miré hacia la puerta—. ¿Me ayudas a llegar a la cama?

      Con mucho cuidado, Nathaniel me levantó. Me agarré a su cuello y me colgué de él. Me rodeó con los brazos, y presionó con delicadeza los puntos doloridos de mi columna. La sensación del calor de su cuerpo contra el mío era maravillosa.

      Me ardían los ojos y tuve que cerrarlos para contener el anhelo. Recorrió la curva de mi columna con la mano, hasta mis nalgas, y subió por mi cintura. Apretó con suavidad y dio un paso atrás, sin soltarme. Suspiré y dejé que me ayudase a ponerme la bata de hospital y a cruzar la corta distancia hasta la cama de agua.

      Los pies me quemaban donde se me habían caído los callos, así que me sentía como la Sirenita caminando sobre cuchillos. Lo gracioso es que tenía callos en el empeine, por los peldaños de anclaje, y en las puntas de los dedos por empujarme en los saltos. Pero ¿los talones? Lisos y delicados como los de un bebé.

      Me tumbé en la cama despacio y dejé que me subiera las piernas. Con un suspiro que sonó como si me desinflase, apoyé la espalda en el soporte. Dios, estaba agotada. La cama de agua ayudó, pero nada en la Tierra era cómodo después de vivir en microgravedad.

      Di unas palmaditas a mi lado y me deslicé para dejarle sitio a Nathaniel al borde de la estrecha cama. Se colocó junto a mí con cuidado para que la superficie no me balancease demasiado y me abrazó. Me acarició la clavícula con los dedos y me provocó una oleada de calor.

      —Myrtle quiere hacer vino con dientes de león. —Un poco de ruido para llenar el espacio entre los dos. Después de pasar tanto tiempo separados, había muchos pensamientos y palabras embotellados y costaba decidir por dónde empezar o recordar lo que le había dicho y lo que no—. Después del experimento de las pasas, estoy bastante segura de que todos…

      —¿Qué experimento?

      —Claro. Lo siento, no podía contártelo sin que el Control de Tierra se enterase. ¿Te acuerdas del cargamento gigantesco de pasas que se envió? Las rehidrató y se las arregló para fermentarlas.

      —¿Hizo vino? —El colchón de agua tembló cuando se rio—. ¿En la Luna?

      —El alcohol es un componente importante de una comunidad funcional.

      Nathaniel me besó la mejilla.

      —Seguro que sí. ¿Qué tal fue?

      —Sabía a jarabe para la tos y trementina.

      Soltó un silbido.

      —Vaya. Sin embargo, el vino lunar se vendería por miles de dólares aquí en la Tierra.

      —Bueno, Henri Lemonte lo destiló y consiguió un brandi bastante respetable. —Arrugué la nariz—. Respetable quiere decir que sabía bien al mezclarlo con zumo,

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