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la limpieza de suelos no entregarán sus armas, y la prisión no les inculcará el amor por la sociedad. El furor por disfrutar de las hordas de jubilados no soportará de rodillas los recortes sombríos en sus rentas mensuales, y sólo puede excitarse aún más ante el rechazo al trabajo de una amplia fracción de la juventud. Por último, ningún ingreso garantizado acordado al día siguiente de un cuasi levantamiento sentará las bases de un New Deal, de un nuevo pacto, de una nueva paz. El sentimiento social ya se ha evaporado demasiado.

      Este libro está firmado con un nombre de colectivo imaginario. Sus redactores no son los autores. Se han contentado con poner un poco de orden en los lugares comunes de la época, en lo que se murmura en las mesas de los bares, detrás de la puerta cerrada de los dormitorios. No han hecho más que fijar las verdades necesarias, aquéllas cuyo rechazo universal llena los hospitales psiquiátricos y las miradas de pena. Se han convertido en los escribas de la situación. Es el privilegio de las circunstancias radicales que la precisión lleva con toda lógica a la revolución. Basta con decir lo que se tiene ante los ojos y no eludir la conclusión.

      4. Chibani: anciano en árabe y, por extensión, anciano árabe en francés.

      5. bac (Brigades anti criminalité): brigadas anticriminales de la policía francesa.

      6. K’1 Fry: grupo de rap francés.

      Primer círculo.

      «I am what i am»

      «I am what i am.» Es la última ofrenda del márketing al mundo, la última etapa de la evolución publicitaria, al frente, tan al frente de todas las exhortaciones a ser diferente, a ser uno mismo y a beber Pepsi. Décadas de conceptos para llegar aquí, a la pura tautología: yo = yo. Él corre en la cinta delante del espejo de su gimnasio. Ella llega de trabajar al volante de su Smart. ¿Se encontrarán?

      «Soy lo que soy.» Mi cuerpo me pertenece. yo soy yo, tú eres tú, y la cosa va mal. Personalización de masa. Individualización de todas las condiciones: de vida, de trabajo, de desdicha. Esquizofrenia difusa. Depresión servil. Atomización en finas partículas paranoicas. Histerización del contacto. Cuanto más quiero ser yo, mayor es mi sensación de vacío. Cuanto más me expreso, más me agoto. Cuanto más me persigo, más cansado estoy. yo tengo, tú tienes, nosotros tenemos nuestro yo como una taquilla fastidiosa. Nos hemos convertido en representantes de nosotros mismos —somos, en este extraño comercio, los garantes de una personalidad que tiene todo el aspecto, al final, de una amputación—. Nos asumimos hasta la ruina con una torpeza más o menos disimulada.

      Mientras tanto, yo controlo. La búsqueda de mí mismo, mi blog, mi piso, las últimas tonterías de moda, las historias de pareja, de ligues… ¡cuántas prótesis se necesitan para ostentar un yo! Si «la sociedad» no se hubiera convertido en esta abstracción definitiva, designaría el conjunto de muletas existenciales que se me tienden para poder arrastrarme aún; el conjunto de dependencias que he contraído en pago por mi identidad. El minusválido es el modelo de la ciudadanía que viene. De forma premonitoria, las asociaciones que lo explotan reivindican actualmente el «subsidio universal» para él.

      La conminación, omnipresente, de ser «alguien» sustenta el estado patológico que hace necesaria a esta sociedad. La conminación a ser fuerte produce la debilidad a través de la cual se mantiene, hasta el punto de que todo parece adquirir un aspecto terapéutico, incluso trabajar, incluso amar. Todos los «¿qué tal?» que se intercambian en un día hacen pensar en otras tantas tomas de temperatura que una sociedad de pacientes se administran unos a otros. La sociabilidad está hecha ahora de mil pequeños nichos, de mil pequeños refugios en los que uno está al calor. Donde siempre se está mejor que en el intenso frío del exterior. Donde todo es falso, pues sólo es un pretexto para calentarse. Donde nada puede suceder porque uno está sordamente ocupado tiritando junto a los demás. Pronto esta sociedad no aguantará más que por la tensión de todos los átomos sociales hacia una ilusoria curación. Es una central que extrae su energía de una gigantesca reserva de lágrimas siempre a punto de desbordarse.

      «I am what i am.» Nunca la dominación había encontrado una consigna menos sospechosa. El mantenimiento del yo en un estado de semirruina permanente, en una seminsuficiencia crónica, es el secreto mejor guardado del orden de cosas actual. El yo débil, deprimido, autocrítico, virtual, es por esencia ese sujeto infinitamente adaptable que requiere una producción fundada en la innovación, la obsolescencia acelerada de las tecnologías, la alteración constante de las normas sociales y la flexibilidad generalizada. Es al mismo tiempo el consumidor más voraz y, paradójicamente, el yo más productivo, aquel que se lanzará con más energía y avidez sobre el menor proyecto, para volver más tarde a su estado larvario original.

      ¿«Wué es lo que soy», entonces? Algo atravesado desde la infancia por flujos de leche, olores, historias, sonidos, canciones infantiles, substancias, gestos, ideas, impresiones, miradas, cantos y comida. ¿Lo que soy? Algo vinculado por doquier a lugares, sufrimientos, antepasados, amigos, amores, acontecimientos, lenguas, recuerdos, a toda clase de cosas que, sin duda alguna, no son yo. Todo lo que me ata al mundo, todos los vínculos que me constituyen, todas las fuerzas que me pueblan no tejen una identidad, como me incitan a proclamar, sino una existencia singular, común, viva y de la que emerge, en algunos puntos, en algunos momentos, este ser que dice «yo». Nuestro sentimiento de inconsistencia no es más que el efecto de esta tonta creencia en la permanencia del yo, y de la escasa atención que prestamos a lo que nos constituye.

      Da vértigo ver reinar en lo alto de un rascacielos de Shangai el «i am what i am» de Reebok. Occidente lanza por todas partes, como su caballo de Troya favorito, esa pesada antinomia entre el yo y el mundo, el individuo y el grupo, entre ataduras y libertad. La libertad no es el gesto de deshacerse de las ataduras, sino la capacidad práctica de operar a través de ellas, de moverse en ellas, de establecerlas o truncarlas. La familia sólo existe como familia, es decir, como infierno, para aquel que ha renunciado a alterar sus mecanismos debilitadores, o no sabe cómo hacerlo. La libertad de desarraigarse ha sido siempre el fantasma de la libertad. No nos liberamos de lo que nos coarta sin perder al mismo tiempo aquello sobre lo que podríamos ejercer nuestras fuerzas.

      «I am what i am» no es por tanto una simple mentira, una simple campaña publicitaria, sino una campaña militar, un grito de guerra dirigido contra todo lo que hay entre los seres, contra todo lo que les

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