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Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
Читать онлайн.Название Colección de Alejandro Dumas
Год выпуска 0
isbn 9788026835875
Автор произведения Alejandro Dumas
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
Decidme repuso , ¿no tenía ese gentilhombre una ligera cicatriz en la sien?
Sí, como lo haría la rozadura de una bala.
¿No era un hombre de buen aspecto?
Sí.
¿Y de gran estatura?
Sí.
¿Pálido de tez y moreno de pelo?
Sí, sí, eso es. ¿Cómo es, señor, que conocéis a ese hombre? ¡Ah, si alguna vez lo encuentro, y os juro que lo encontraré, aunque sea en el infierno… !
¿Esperaba a una mujer? prosiguió Tréville.
Al menos se marchó tras haber hablado un instante con aquella a la que esperaba.
¿No sabéis cuál era el tema de su conversación?
El le entregaba una caja, le decía que aquella caja contenía sus instrucciones, y le recomendaba no abrirla hasta Londres.
¿Era inglesa esa mujer?
La llamaba Milady.
¡El es! murmuró Tréville . ¡El es! Y yo le creía aún en Bruselas.
Señor, sabéis quién es ese hombre exclamó D’Artagnan . Indicadme quién es y dónde está, y os libero de todo, incluso de vuestra promesa de hacerme ingresar en los mosqueteros; porque antes que cualquier otra cosa quiero vengarme.
Guardaos de ello, joven exclamó Tréville ; antes bien, si lo veis venir por un lado de la calle, pasad al otro. No os enfrentéis a semejante roca: os rompería como a un vaso.
Eso no impide dijo D’Artagnan que si alguna vez lo encuentro…
Mientras tanto prosiguió Tréville , no lo busquéis, si tengo algún consejo que daros.
De pronto Tréville se detuvo, impresionado por una sospecha súbita. Aquel gran odio que manifestaba tan altivamente el joven viajero por aquel hombre que, cosa bastante poco verosímil, le había robado la carta de su padre, aquel odio ¿no ocultaba alguna perfidia? ¿No le habría sido enviado aquel joven por Su Eminencia? ¿No vendría para tenderle alguna trampa? Ese presunto D’Artagnan ¿no sería un emisario del cardenal que trataba de introducirse en su casa, y que le habían puesto al lado para sorprender su confianza y para perderlo más tarde, como mil veces se había hecho? Miró a D’Artagnan más fijamente aún que la vez primera. Sólo se tranquilizó a medias por el aspecto de aquellá fisonomía chispeante de ingenio astuto y de humildad afectada.
«Sé de sobra que es gascón pensó . Pero puede serlo tanto para el cardenal como para mí. Veamos, probémosle.»
Amigo mío le dijo lentamente quiero, como a hijo de mi viejo amigo (porque tengo por verdadera la historia de esa carta perdida), quiero dijo , para reparar la frialdad que habéis notado ante todo en mi recibimiento, descubriros los secretos de nuestra política. El rey y el cardenal son los mejores amigos del mundo: sus aparentes altercados no son más que para engañar a los imbéciles. No pretendo que un compatriota, un buen caballero, un muchacho valiente, hecho para avanzar, sea víctima de todos esos fingimientos y caiga como un necio en la trampa, al modo de tantos otros que se han perdido por ello. Pensad que yo soy adicto a estos dos amos todopoderosos, y que nunca mis diligencias serias tendrán otro fin que el servicio del rey y del señor cardenal, uno de los más ilustres genios que Francia ha producido. Ahora, joven, regulad vuestra conducta sobre esto, y si tenéis, bien por familia, bien por amigos, bien por propio instinto, alguna de esas enemistades contra el cardenal semejante a las que vemos manifestarse en los gentiles hombres, decidme adiós y despidámonos. Os ayudaré en mil circunstancias, pero sin relacionaros con mi persona. Espero que mi franqueza, en cualquier caso, os hará amigo mío; porque sois, hasta el presente, el único joven al que he hablado como lo hago.
Tréville se decía aparte para sí:
«Si el cardenal me ha despachado a este joven zorro, a buen seguro, él, que sabe hasta qué punto lo execro, no habrá dejado de decir a su espía que el mejor medio de hacerme la corte es echar pestes de él; así, pese a mis protestas, el astuto compadre va a responderme con toda seguridad que siente horror por Su Eminencia.»
Ocurrió de muy otra forma a como esperaba Tréville; D’Artagnan respondió con la mayor simplicidad:
Señor, llego a París con intenciones completamente idénticas. Mi padre me ha recomendado no aguantar nada salvo del rey, del señor cardenal y de vos, a quienes tiene por los tres primeros de Francia.
D’Artagnan añadía el señor de Tréville a los otros dos, como podemos darnos cuenta; pero pensaba que este añadido no tenía por qué estropear nada. Tengo, pues, la mayor veneración por el señor cardenal continuó , y el más profundo respeto por sus actos. Tanto mejor para mí, señor, si me habláis, como decís, con franqueza; porque entonces me haréis el honor de estimar este parecido de gustos; mas si habéis tenido alguna desconfianza, muy natural por otra parte, siento que me pierdo diciendo la verdad; pero, tanto peor; así no dejaréis de estimarme, y es lo que quiero más que cualquier otra cosa en el mundo.
El señor de Tréville quedó sorprendido hasta el extremo. Tanta penetración, tanta franqueza, en fin, le causaba admiración, pero no disipaba enteramente sus dudas; cuanto más superior fuera este joven a los demás, tanto más era de temer si se engañaba. Sin embargo, apretó la mano de D’Artagnan, y le dijo:
Sois un joven honesto, pero en este momento no puedo hacer nada por vos más que lo que os he ofrecido hace un instante. Mi palacio estará siempre abierto para vos. Más tarde, al poder requerirme a todas horas y por tanto aprovechar todas las ocasiones, obtendréis probablemente lo que deseáis obtener.
Eso quiere decir, señor prosiguió D’Artagnan , que esperáis a que vuelva digno de ello. Pues bien, estad tranquilo, añadió con la familiaridad del gascón , no esperaréis mucho tiempo.
Y saludó para retirarse como si el resto corriese en adelante de su cuenta.
Pero esperad dijo el señor de Tréville deteniéndolo , os he prometido una carta para el director de la Academia. ¿Sois demasiado orgulloso para aceptarla, mi joven gentilhombre?
No, señor dijo D’Artagnan ; os respondo que no ocurrirá con esta como con la otra. La guardaré tan bien que os juro que llegará a su destino, y ¡ay de quien intente robármela!
El señor de Tréville sonrió ante esa fanfarronada y, dejando a su joven compatriota en el vano de la ventana, donde se encontraba y donde habían hablado juntos, fue a sentarse a una mesa y se puso a escribir la carta de recomendación prometida. Durante ese tiempo, D’Artagnan, que no tenía nada mejor que hacer, se puso a batir una marcha contra los cristales, mirando a los mosqueteros que se iban uno tras otro, y siguiéndolos con la mirada hasta que desaparecían al volver la calle.
El señor de Tréville, después de haber escrito la carta, la selló y, levantándose, se acercó al joven para dársela; pero en el momento mismo en que D’Artagnan extendía la mano para recibirla, el señor de Tréville quedó completamante estupefacto al ver a su protegido dar un salto, enrojecer de cólera y lanzarse fuera del gabinete gritando:
¡Ah, maldita sea! Esta vez no se me escapará.
¿Pero quién? preguntó el señor de Tréville.
¡El, mi ladrón! respondió D’Artagnan . ¡Ah, traidor!
Y desapareció.
¡Diablo de loco! murmuró el señor de Tréville . A menos añadió una manera astuta de zafarse, al ver que ha marrado su golpe.
Capítulo 4 El hombro de Athos, el tahalí de Porthos y el pañuelo de Aramis
D’Artagnan,