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Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
Читать онлайн.Название Colección de Alejandro Dumas
Год выпуска 0
isbn 9788026835875
Автор произведения Alejandro Dumas
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
D’Artagnan se dio cuenta de la verdad de este reproche.
-Yo amaba a la señora Bonacieux de corazón, mientras que a Milady la amo con la cabeza; al hacerme llevar a su casa, busco sobre todo conocer el papel que juega en la corte.
-¡Diantre, el papel que juega! No es difícil de adivinar después de todo cuanto me habéis dicho. Es un emisario del cardenal: una mujer que os atraerá a una trampa en la que dejaréis sencillamente la cabeza.
-¡Diablos, mi querido Athos! Veis las cosas muy negras, en mi opinión.
-Querido, desconfío de las mujeres, ¿qué queréis? Estoy pagando por ello, y sobre todo de las mujeres rubias. Según me habéis dicho, Milady es rubia.
-Tiene el pelo del rubio más hermoso que se pueda hallar.
-¡Ay, mi pobre D’Artagnan! - exclamó Athos.
-Escuchad, quiero saber; luego, cuando sepa lo que deseo saber me alejaré.
-Ilustraos, pues - dijo flemáticamente Athos.
Lord de Winter llegó a la hora indicada, pero Athos, prevenido a tiempo, pasó a la segunda habitación. Encontró, pues, a D’Artagnao solo, y como eran cerca de las ocho llevó consigo al joven.
Una elegante carroza esperaba abajo, y como estaba enjaezadé con dos excelentes caballos, en un instante estuvieron en la Place Royale.
Milady Clarick recibió graciosamente a D’Artagnan. Su palacete era de una sustuosidad notable; y aunque la mayoría de los ingleses, expulsados por la guerra, abandonaban Francia o estaban a punto de abandonarla, Milady acababa de hacer en su casa nuevos gastos: lo cual probaba que la medida general que despedía a los ingleses no la afectaba.
-Veis aquí - dijo lord de Winter presentando a D’Artagnan a su hermana - a un joven gentilhombre que ha tenido mi vida entre sus manos, y que no ha querido abusar de su ventaja, aunque fuésemos dos veces enemigos, por ser yo quien lo insultó, y por ser inglés. Agradecédselo, pues, señora, si sentís alguna amistad por mí.
Milady frunció ligeramente el entrecejo; una nube apenas visible pasó por su frente, y en sus labios apareció una sonrisa tan extraña que el joven, que vio ese triple matiz, tuvo como un escalofrío.
El hermano no vio nada; se había vuelto para jugar con el mono favorito de Milady, al que había tirado por el jubón.
-Sed bienvenido, señor - dijo Milady con una voz cuya dulzura singular contrastaba con los síntomas de mal humor que acababa de observar D’Artagnan-, hoy habéis adquirido derechos eternos para mi gratitud.
El inglés se volvió entonces y contó el combate sin omitir detalle. Milady escuchó con la mayor atención; sin embargo, se veía fácilmente, por más esfuerzo que hiciese por ocultar sus impresiones, que el relato no le resultaba agradable. La sangre subía a su cabeza, y su pequeño pie se agitaba impacientemente bajo la falda.
Lord de Winter no se dio cuenta de nada. Luego, cuando hubo terminado, se acercó a una mesa donde estaban servidos, sobre una bandeja, una botella de vino español y vasos. Llenó dos vasos y con un gesto invitó a D’Artagnan a beber.
D’Artagnan sabía que era contrariar mucho a un inglés negarse a brindar con él. Se acercó, pues, a la mesa y cogió el segundo vaso. Sin embargo, no había perdido de vista a Milady, y en el cristal vislumbró el cambio que acababa de operarse en su rostro. Ahora que ella no creía ser mirada, un sentimiento que se parecía a la ferocidad animaba su fisonomia. Mordía su pañuelo a dentelladas.
Aquella linda criadita a la que D’Artagnan ya había visto entró entonces; dijo en inglés algunas palabras a lord de Winter, que pidió al punto a D’Artagnan permiso para retirarse, excusándose con la urgencia del asunto que le llamaba, y encargando a su hermana obtener su perdon.
D’Artagnan cambió un apretón de manos con lord de Winter y volvió junto a Milady. El rostro de aquella mujer, con movilidad sorprendente, había recuperado su expresión llena de gracia, y sólo algunas pequeñas manchas rojas sobre su pañuelo indicaban que se había mordido los labios hasta hacerse sangre.
Sus labios eran magníficos, hubiérase dicho de coral.
La conversación tomó un giro jovial. Milady parecía haberse repuesto enteramente. Contó que lord de Winter no era más que su cuñado, y no su hermano: se habia casado con el segundón de la familia, que a había dejado viuda con un hijo. Ese hijo era el único heredero de lord de Winter, si lord de Winter no se casaba. Todo esto dejaba ver a D’Artagnan un velo que envolvía algo, pero no distinguía aún nada bajo ese velo.
Por lo demás, al cabo de media hora de conversación D’Artagnan estaba convencido de que Milady era compatriota suya: hablaba francés con una pureza y una elegancia que no dejaban duda alguna al respecto.
D Artagnan se deshizo en palabras galantes y en protestas de afecto. A todas las sandeces que se le escaparon a nuestro gascón, Milady sonrió con benevolencia. Llegó la hora de retirarse. D’Artagnan se despidió de Milady y salió del salón como el más feliz de los hombres.
En la escalera encontró a la linda doncella, que le rozó suavemente al pasar y, ruborizándose hasta el blanco de los ojos, le pidió perdón por haberle tocado con una voz tan dulce que el perdón le fue concedido al instante.
D’Artagnan volvió al día siguiente y fue recibido mejor aún que la víspera. Lord de Winter no estaba, y fue Milady quien esta vez le hizo todos los honores de la velada. Pareció interesarse mucho por él, le preguntó de dónde era, quiénes eran sus amigos, y si no había pensado alguna vez en vincularse al servicio del señor cardenal.
D’Artagnan que, como sabemos, era muy prudente para un gascón de veinte años, se acordó entonces de sus sospechas sobre Milady; le hizo un gran elogio de Su Eminencia, le dijo que no habría dejado de entrar en los guardias del cardenal en lugar de entrar en los guardias del rey si hubiera conocido al señor de Cavois en lugar de conocer al señor de Tréville.
Milady cambió de conversación sin afectación alguna, y preguntó a D’Artagnan de la forma más descuidada del mundo si había estado alguna vez en Inglaterra.
D’Artagnan respondió que había sido enviado por el señor de Tréville para tratar de una remonta de caballos, y que incluso se había traido cuatro como muestra.
En el curso de esta conversación, Milady se pellizcó dos o tres veces los labios: tenía que vérselas con un gascón que jugaba fuerte.
A la misma hora que la víspera D’Artagnan se retiró. En el corredor volvió a encontrar a la linda Ketty, tal era el nombre de la doncella, Esta lo miró con una expresión de misteriosa benevolencia en la que no podía equivocarse. Pero D’Artagnan estaba tan preocupado por el ama que no se fijaba más que en lo que venía de ella.
D’Artagnan volvió a la casa de Milady al día siguiente, y al siguiente, y cada vez Milady le brindó una acogida más graciosa.
Cada vez también, bien en la antecámara, bien en el corredor, bien en la escalinata, volvía a encontrar a la linda doncella.
Pero como ya hemos dicho, D’Artagnan no prestaba ninguna atención a esta persistencia de la pobre Ketty.
Capítulo 32 Una cena de procurador
Mientras tanto, el duelo en el que Porthos había jugado un papel tan brillante no le había hecho olvidar la cena a la que le había invitado la mujer del procurador. Al día siguiente, hacia la una, se hizo dar la última cepillada por Mosquetón, y se encaminó hacia la calle Aux Ours, con el paso de un hombre que tiene dos veces suerte.
Su corazón palpitaba, pero no era, como