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ofendido” (Mt 6, 12) y tener la humildad de pedir perdón a quienes pudimos haber llegado a ofender.

      Claro está que existe una doble dimensión siempre que hablamos del perdón. Una es pedir y otra es otorgar. Un acto impulsivo de cualquiera de ambas dimensiones sería un gesto de inmadurez. Y, el perdón no es solo un gesto sino sostuvimos una actitud.

      Todo lo que hacemos los hombres, tanto lo extrínseco como lo intrínseco, debe ser hecho en dos categorías metafísicas primordiales que son “espacio y tiempo”.

      El espacio en muchos será definitivamente el Sacramento del perdón si entendemos la necesidad de la sacramentalidad del mismo. También podrá ser como nos enseñan San Clemente de Alejandría y Orígenes una oración (Salmo 50 – Miserere), la oración en comunidad, una obra de caridad, en la que damos hasta que duela, como nos enseña Santa Teresa de Calcuta. Estamos refiriéndonos a un ofrecimiento. La ofrenda es un término de la Espiritualidad que sustancialmente es muy significativo ya que con esfuerzo donamos a Dios amor y entrega. Sin embargo, el primer espacio consiste en “escuchar la voz de Dios” (Gaudium et Spes 16) que es, en verdad, nuestra conciencia religiosa, un encuentro de desnudez interior frente al Padre de Misericordia cuya imagen la vemos claramente en Cristo el Señor. Él es el ícono de la Misericordia del Padre. Como nos enseña San Pablo: “Tengamos entrañas de Misericordia…”.

      El espacio interior es fundamental. Dios se manifiesta en la Carpa del Encuentro, esto es, cuando el hombre percibe la invitación de Dios a la reflexión y al Silencio de Dios.

      El tiempo obedece a la esencia existencial de cada uno. Nuestra historicidad pasa por la experiencia de sucesos que indican éxito, fracaso, logros, frustraciones, gozo interior, tinieblas, vacíos, oscuridades. A la vez “ser de Dios” implica experiencias de paz y bienestar en nuestra historia, a pesar de no tener alegría por momentos breves o prolongados. No obstante, la “paz y el bienestar” aseguran la Presencia de la Trinidad en el alma. La paz nos da estabilidad emocional. El bienestar nos otorga un equilibrio en nuestro ánimo.

      Cuando estos “residuos” de no poder perdonar como tampoco tener la sabiduría de pedir perdón en cada caso aún permanecen, la paz y el bienestar no logran establecerse en el alma.

      Aún pedir u otorgar el perdón a personas que ya han hecho su Pascua al Padre es posible por medio del estado de Gracia que nos produce la Alianza con Dios. Más aún, entiendo y acepto que éticamente es meritorio hacerlo por la fe en Cristo; cuánto más si buscamos andar en el Camino de la virtud. Todas las virtudes se cultivan en las actitudes. Desde el plano actitudinal, lograremos una óptima actitud humana. Desde el prisma de la virtud, estaremos hablando del plano de la fe: la santidad. Ambos planos se unifican en el Evangelio. No hay uno sin otro.

      Si auténticamente aceptamos que la Misericordia de Dios es Eterna (Sal 117), no perdamos un solo momento sin buscar vivir reconciliadamente.

      Pastoralmente identifiquemos con claridad que una cosa es el perdón y otra la reconciliación. La diferencia radica en que el primero es unilateral mientras que el segundo es bilateral.

      Puede ocurrir que las personas puedan negarnos el perdón. No así Dios. Dios siempre perdona. Como enseña el Apóstol: “Dios no se desdice a sí mismo”; y el perdón de Dios es para siempre: “No me acordaré de tus pecados” (Is 43, 25).

      Deseo que todos los elementos que aporto en mi libro sean un servicio concreto para sanar a muchos que conociendo el Amor de Dios se sienten impelidos a proceder con humildad, sumisión y obediencia a las enseñanzas del Maestro.

      Agradezco de corazón al Señor por poder ser un instrumento útil. A nuestra Madre Santísima la Virgen, Estrella de la Evangelización. por acompañarme a través de treinta y tres años de predicar retiros mensualmente a sacerdotes, religiosas, religiosos, monjes y monjas y tantos laicos de la Iglesia.

      A todos mis hermanos de nuestra Casa de Formación y Oración “La Divina Misericordia” y a tantos oyentes de radio que en estos veintitrés años ininterrumpidos en la conducción de programas de radio en dieciocho radios Amplitud y Frecuencia moduladas han sido y son consecuentes en la búsqueda sincera de Dios.

      Les expreso mi afecto sincero y gratitud por tantos gestos de amor auténtico.

      Claudio Rizzo.

      1ª Predicación

       “El perdón y el amor (1)”

       “La Misericordia de Dios y nuestras actitudes”

      “Perdona nuestras ofensas,

      como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”.

      Mateo 6, 12

      Entiendo que dada la prisa con que se vive, sobre todo en una cosmópolis como Buenos Aires, es tan importante reunirnos para hablar de Dios y de su relación con nosotros. En esta posmodernidad, todo tiene un entorno tecnocrático, es decir, al poder de la tecnología como “lo sublime”. Sin embargo, todo termina; los hombres, la tecnología, las ciencias…, debido a nuestro límite principal: la temporalidad. Si no nos enfrentamos con este signo vital que nos invita a ser conscientes de nuestra realidad, corremos el riesgo de armar castillos en el aire, fantasías imaginarias, esperanzas inciertas, proyectos amórficos, y así pasan los años, y así pasa la vida. Poder comenzar hoy con la posibilidad de impregnarnos de la Misericordia de Dios y de nuestra actitud básica correspondiente creo, es una concesión singular a la cual podemos definidamente llamar, Gracia de Dios.

      A Dios solemos acudir para pedirle, dado que al menos, aunque sea en nuestra catequesis de niños nos enseñaron, que Él es Todopoderoso. No siempre nos han hablado de su Misericordia, sino que, incluso creyendo que nos hacían un bien, nos pudieron haber mostrado o implantado una imagen inculpatoria, enjuiciatoria, condenatoria de Dios. Hasta no llegar a este nivel de reflexión formativa, seguramente nuestros esquemas o estructuras mentales muy ortodoxas, pero poco ortopráxicas, no nos permiten avanzar en el Camino de la Plenitud, de la completez, de la integración definitiva: JESUCRISTO, Señor. En otros casos, la ausencia de conocimiento, la “ignorancia” es la que ha imposibilitado el Señorío de Cristo en nuestras vidas.

      Por tanto, advertimos que debemos tomar la decisión de entrar en la dinámica de un proceso ascendente y progresivo, el cual podemos sintetizar en dos verbos griegos bíblicos: apotithemi: desvestirse –endusasthai: ponerse las ropas. En la carta a los Efesios, 4, 22-24, leemos: “De él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad”.

      Otro verbo, en el mismo sentido aparece en la carta a los colosensenses en 3, 9: apekdusámenoi – sacarse las ropas: “Y no se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras”.

      Como sostuve en otras predicaciones, Pablo escribe a creyentes no a inconversos, cuando señala la meta por alcanzar. Nos exhorta asiduamente a “estar en Cristo”, lo cual significa una nueva perspectiva que debemos construir. Por eso, la propuesta es “llegar a ser” hombres íntegros, terminados, anér teleiós, tal como leemos en la carta a los efesios en 4, 13: “… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo”.

      Y esto no se da hasta que hayamos llegado a una anaquefalaiosis en Cristo: un proceso con distintas etapas: madurez psico-afectiva espiritual en el que CRISTO pasa a ser el Soberano de nuestras vidas, con todas sus dimensiones (afectiva, político-ética, cultural, religiosa, económica, nocional, espiritual, social-vincular). Nadie puede iniciar este proceso si no conoce la Misericordia de Dios.

      En Filosofía (saber humano discursivo) cuando se quiere destacar “características” de alguna cosa material o inmaterial, se trata de los “trascendentales”, es decir, los modos particulares del ente (lo que es, en cualquier orden). La Teología (saber humano-divino discursivo) cuando “da a luz” a Dios,

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