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cielo! De ahí la gran importante de la misión de volver a mostrarle y trazarle al mundo de hoy la imagen de Dios como Padre.

      Meditemos la historia de aquel humilde muchacho pastor. Se le había enseñado a meditar. Había aprendido la lección y comenzó a meditar el padrenuestro. Luego de cierto tiempo, el que le había ensenado le preguntó cuánto había avanzado en la meditación de dicha oración. La respuesta fue: “Todavía estoy en la primera palabra".

      ¿Se dan cuenta de lo que esto significa? Fíjense que aquel muchacho había sabido extraer todos los contenidos de esa palabra. El Dios infinito es mi padre. El es nuestro padre…Pero insisto en que hay que pedir en la oración la gracia de comprender que Dios es padre, que no es ningún dictador ni policía. Esta es una tarea esencial.

      Y nosotros que estamos juntos desde hace ya tanto tiempo, ¡cuánto nos hemos esforzado a lo largo de estos años por profundizar más y más el concepto de que "Dios es padre”!

      Nos llamamos "niños del Padre". Pues bien, ¿qué significa esto? ¿De qué manera puedo ser niño?

      Creo que en este punto deberíamos volver a contemplar la vida cotidiana; descubriremos entonces que existen tres grados o clases de ser niño. Puedo ser un niño adulto, puedo ser un niño recién nacido y, por último, un niño no nacido.

      ¿Qué significa un niño no nacido? Pensamos en una madre y lo comprenderemos enseguida. Es el niño que está en el seno materno. Fíjense que el niño en el seno materno participa por entero de la vida de su madre. Vale decir, toda la corriente de vida de la madre pasa a través de la vida de niño no nacido.

      Ahora bien, ¿qué clase de niños tenemos que ser frente a Dios Padre? Creo que podríamos decir lo siguiente: Frente a Dios no debemos ser nunca niños adultos. Si queremos ser, ciertamente, hombres adultos hacia afuera, en nuestro trato con los demás hombres. Pero cuanto más sea yo interiormente pequeño y niño ante Dios, tanto mayor la fuerza con la que, como hombre o mujer, estaré plantado y afirmado en la vida exterior.

      Sigamos un poco más adelante. ¿Qué significa ser un niño no nacido? Significa vivir en profundísima dependencia de Dios Padre. ¿En qué medida puedo ser yo, en mi relación con el Padre, como un hijo suyo no nacido? Lo podemos aplicar con una imagen sencilla: en la medida en que todo mi yo viva en el corazón paternal de Dios.

      Y de esta manera estamos en profunda consonancia con la visión de San Pablo. Acabo de decirles que el niño nacido comparte, en el seno materno, la vida de su madre. Fíjense que de este mismo modo se imagina San Pablo al verdadero hijo de Dios. Cuando decimos: "¡Padre, Abba, querido padre!" y vivimos plenamente en el corazón del Padre, entonces es Él quien en mí —nos dice San Pablo- exclama con gemidos inefables: "Abba, querido padre".

      De ahí surge una pregunta que naturalmente reviste mucha importancia para nosotros: En mi vida cotidiana, ¿me considero en verdad como un hijo del Padre? Al contemplar la vida cotidiana, constatamos que actitud común es la siguiente: “De alguna manera se puede ser amigo de Cristo. Sí soy amigo de Cristo, pero en lo que hace al trato con Dios Padre, no tengo ninguna relación con Él”. Y precisamente por esto no logramos asumir las dificultades y crisis que nos depara la vida.

      Fíjense que ahora ya sabemos como Dios interpreta tales dificultades: como una repatriación. A través de todas las situaciones que nos toque vivir, Él quiere acogernos en su corazón. ¿Qué debo hacer yo entonces? A la repatriación le corresponden de mi parte, el regreso. Pues bien, ¿hacia dónde regresar? Cuando tenga dificultades, ¿hacia dónde habré de ir finalmente? Puedo acudir a otras personas, correcto, pero en última instancia todas ellas deberán conducirme hacia el Padre.

      Ahora bien, el Padre no sólo me habla a través de palabras, sino a través de los reveses de la vida.

      Por lo tanto, si súbitamente caigo enfermo o sufro otra desgracia como, por ejemplo, a nivel económico: o quizás se enferma mi esposa o surgen problemas con los hijos; fíjense entonces, ¿cuál habrá de ser la actitud fundamental de un verdadero hijo del Padre? ¿Cuál será la primera pregunta que me plantearé? No aquella: “Señor, ¿qué delito he vuelto a cometer para que me pase esto?”.

      O también si mi esposo tiene que luchar contra la competencia, porque en el barrio se ha abierto una nueva tienda... ¿Cuál será mi reacción? "¿Qué delito cometí? Pero ¡Señor! ¿Acaso no te hemos sido siempre fieles?”.

      He aquí la pregunta equivocada: “¿Qué delito cometí?". Se trata siempre de la misma idea: Si Dios me envía algo, eso es un castigo. No; lo que Él envía constituye un gesto de amor de su parte.

      Allá en Alemania, en Friburgo, hay una lápida en el cementerio sobre la cual se lee unas hermosas palabras: Hacia la casa del Padre va el camino. Esta debería ser mí propia respuesta, mi respuesta personal a todos los reveses que pueda sufrir en mi vida. No apartarse de Dios Padre sino ir hacia la casa de Dios Padre. Ya aquí, en esta tierra, y algún día en la eternidad.

      Nosotros, esposo y esposa, nos hemos prometido mutuamente ser guía uno del otro en el camino hacia el cielo. Por eso debemos darnos la mano, por decirlo así, e ir hacia el Padre juntos, en Cristo y a través de María Santísima.

      Cuando hoy nos preguntamos por qué son tan pocas las personas que tienen una imagen cabal de Dios Padre, naturalmente hay una gran cantidad de respuestas posibles. Pero una de las más importantes es la siguiente: Porque en el mundo existen muy pocas personas que sean reflejos auténticos del Padre del Cielo. Por eso en nuestros días es tan difícil tener una imagen correcta y una concepción correcta de Dios Padre.

      Esta reflexión nos permite asimismo comprender mejor por qué hemos repetido tantas veces que el padre debe estar en familia para que los hijos experimenten al padre como padre. Tomando como punto de partida esta vivencia será entonces relativamente fácil hallar el camino hacia el corazón paternal de Dios o para forjarse una imagen cabal de Dios Padre.

      Ahora se dan cuenta de lo que significa llevar una vida conyugal en primer lugar desde el punto de vista zoológico, en segundo lugar desde el punto de vista antropológico y por último, desde el punto de vista teológico.

      1 Cf. 1 Jn. 5,4

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