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a sus dos aspectos. En resumen, el desarrollo «dialéctico» de la forma mercado a partir de su contradicción inmanente no conduce al concepto de capital, sino a otro muy distinto: el de «metaestructura».

      Convendremos en que se trata de una exposición puramente analítica, correspondiente a la exigencia de un «economismo» cohe­rente. Entre mercado y capital no aparece aquí todavía ninguna relación dialéctica. Dicha relación quedará sugerida en otra parte. Por ejemplo, en ese texto que en Francia se conoce como el «capítulo inédito de El capital», cuando Marx dice que estas mercancías por las que se comienza hay que comprenderlas, en definitiva, como «productos» del capital. La producción mercantil, que es una cosa muy antigua, no es sólo un presupuesto histórico del capitalismo: en la forma moderna de sociedad –que, al menos según el análisis marxiano, convierte al mercado en su referencia absoluta–, constituye el presupuesto «lógico» por el cual hay que dar comienzo a la exposición. Pero, de hecho, dicho presupuesto ha sido puesto. Eso quiere decir que sólo el desarrollo del capitalismo convierte al mercado en la referencia universal. La estructura pone la metaestructura. El mercado no engendra el mercado: lo que pone al mercado, lo que lo mercantiliza todo, es el capitalismo. Pero, según la demostración de Marx que he recordado, el capitalismo sólo pone la igualdad mercantil convirtiéndola en su opuesto, en relación de clase, en relación de no libertad, de desigualdad y de irracionalidad. Por consiguiente, el concepto de presupuesto puesto que queda convertido en su contrario por ese mismo poner constituye el concepto real de la relación dialéctica entre el mercado y el capital.

      Sin embargo, esta configuración dialéctica creada por Marx sólo da –a mi modo de ver– razón de sí misma a condición de que ampliemos el concepto de mercado, es decir, a condición de que lo integremos en la complejidad de la metaestructura. El presupuesto puesto por la estructura capitalista e invertido por este mismo poner es la metaestructura, definida, como hemos hecho, conforme a sus dos polos (y a sus dos aspectos). El capital pone su presupuesto organizativo del mismo modo que pone su presupuesto mercantil. Nunca promueve el mercado sin la organización. Pone el uno y el otro en sus múltiples interrelaciones de complementariedad y antagonismo. En este punto, surge un gran número de cuestiones metaestructurales, algunas de las cuales son, por lo demás, tratadas explícitamente por el propio Marx, como la de la moneda o el Estado metaestructural, asunto principal del capítulo tercero (ERC, pp. 94-97). Pero aquí no podemos examinarlas todas.

      Por tanto, dejaré de lado la bipolaridad metaestructural, a partir de la cual se perfila, sin embargo, la necesaria reconstrucción de El capital, y me limitaré al análisis propuesto por Marx. La exposición de la sección tercera del capítulo quinto (séptimo en la versión alemana) versa también sobre un asunto tan importante como el de la explotación. En efecto, el objetivo del capitalista no es un objetivo mercantil, en el sentido de que la lógica del mercado se orienta a la producción de valores de uso en el menor tiempo posible o en el de que su supuesta racionalidad, vinculada a la relación de competencia, reside en esta capacidad de producir riquezas. El objetivo del capitalista –explica Marx en este capítulo quinto, pivote de toda su exposición– no consiste en producir el valor de uso, la riqueza, sino en acumular el valor de cambio, el beneficio, sean cuales sean las consecuencias para los hombres, la naturaleza y las culturas. Su lógica no es la de la riqueza concreta, sino la de una riqueza abstracta, hasta el infinito: el beneficio, en cuanto medio de acumular cada vez en mayor medida el puro poder de explotar. En efecto, a eso es a lo que, en el marco «concreto» del capital, impulsa la lógica competitiva del mercado, «invertida» así en lógica de abstracción y destrucción.

      Sin duda, éste es el aspecto más decisivo y manifiestamente actual del análisis de Marx, popularizado desde hace algunos decenios primero por medio de la crítica cultural de la «sociedad de consumo» y luego de la crítica ecológica del capitalismo, recicladas –cierto es– en la actualidad por una crítica económica reactivada por la crisis iniciada en 2008. Pero el concepto, en su principio, lo proporciona Marx en este capítulo quinto (o séptimo): la finalidad de la producción capitalista no es responder a las necesidades de la humanidad, comprendida en su relación «metabólica» ecológica con la naturaleza. Su fin último no es el valor de uso, el de la producción mercantil como tal, sino el «infinito malo» del beneficio, que destruye al hombre y la naturaleza.

      Sin embargo, este poderoso capítulo es, en cierto sentido, decepcionante, pues lo que no pone inmediatamente de relieve es que, en la relación moderna de clase, esta lógica de la abstracción está cuestionada por la lucha social, ni que dicho cuestionamiento es estructural y se nutre de la interpelación metaestructural del explotado en términos de libertad, inmanente a la presuposición, a la pretensión moderna. De ese modo, la estructura remite a la metaestructura. En efecto, la plantea en toda su complejidad antagonista y contradictoria. Esta dialéctica es la que Marx no supo elaborar adecuadamente. La contrapartida de la lógica de la abstracción radica en que la lucha de clases, en la medida en la que es consciente de sí misma, es una lucha por el valor de uso concreto, por la vida buena. Esta perspectiva de la vida buena, fundada en una armonización de los fines y los medios concertada socialmente entre todos, no aparece en la exposición de Marx sino mucho más tarde. Con la tendencia estructural histórica del capitalismo al desarrollo de la gran empresa, surge, como hemos visto, un nuevo modo de coordinación social. Atrás queda el orden ciego del mercado, que no cesa de claudicar ante los reequilibrios a posteriori entre producciones privadas independientes. Ahora se trata de la organización, que dispone a priori los fines y los medios. Primero llega con el régimen de la dictadura de la empresa. Pero el vuelco revolucionario, gracias al cual será posible superar la lógica de la abstracción y tomar en consideración un orden de valores de uso concretamente concertado y planificado entre todos, se producirá precisamente a partir de ahí, a partir de esta tendencia histórica que, a juicio de Marx, tiende a marginar progresivamente el mercado en beneficio de la organización concertada. En efecto, ese final es el que anuncia la apelación del capítulo: «Imaginémonos una asociación de hombres libres…».

      Ahora es posible ver en qué

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