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azul, siguiendo el hiyab (código de vestimenta femenina de la mujer islámica) por el que la mujer debe de cubrirse la mayor parte del cuerpo.

      Aquello me dio pistas de que debía de ser de familia tradicional islámica, aspecto que era bastante corriente ver en una ciudad tan cosmopolita como Nueva York, donde están representadas todas las religiones con mayor o menor número de fieles. Una convivencia multiétnica, multicultural y multireligiosa basada en el respeto mutuo que no ha tenido problemas de convivencia en una tierra de acogida de inmigrantes de cualquier procedencia, asumiendo para sí la idiosincrasia de los demás; adaptándose en las sucesivas generaciones al modo de vida del país, con sus libertades y oportunidades por igual para todos.

      Me dirigí en metro a la escuela de primaria, tras presentarme al director, e intentar explicarle el motivo de mi interés por entrevistarme con una de sus alumnas, accedió a ello con la condición de que fuese en el horario del recreo y que estuviese delante su tutor.

      Aquello me pareció bien y así se lo hice saber, tras finalizar la entrevista tuve que estar aguardando en el pasillo que daba a la dirección a que fuese la hora del recreo, cuando sonó la campana salieron de todas las aulas los niños corriendo y chillando, con ganas de despejarse y divertirse.

      Salió el director de su despacho y me indicó que le acompañase. Los dos anduvimos por un pasillo hasta una clase en donde había un adulto y dos niñas.

      Una de ellas sin duda era la de la foto y estaba vestida con la misma ropa que había visto en la foto. Llevaba un velo sobre la cabeza, esta vez de color blanco, una blusa interior de color azul oscuro y sobre esta de color verde pistacho adornado con flores, por debajo del vestido se podía ver que llevaba vaqueros, calzando modernas deportivas azules.

      La otra niña no sabía quién era, pero parecía de su edad pues tenía su misma altura y además ambas asistían a la misma clase. Lo que estaba claro es que no era musulmana o al menos no practicante, pues llevaba una indumentaria diferente a la primera.

      Era de color, con el pelo rizado negro, llevando la cabeza sin cubrir y vistiendo un chándal de color rosa, llevando también deportivas, aunque en este caso eran también rosas a juego con el resto de su atuendo.

      Tras presentarme a su tutor, se fue el director y me dejó allí por espacio de media hora máximo para poderme entrevistar con la niña a la cual la saludé,

      – Hola, ¿Cómo te llamas?

      – Se llama Fátima -me repuso la otra niña adelantándose a contestar.

      Aquello me extrañó, pero no le di más importancia, sacando del bolsillo el papel impreso donde estaba su dibujo y las pocas palabras que había escrito, se lo mostré y le interrogué,

      – ¿Lo reconoces?

      Ella lo tomó entre sus manos y con una gran sonrisa le susurró algo a su amiga al oído y esta me aclaró,

      – Sí, es suyo, lo hizo hace unos días en la muestra de la biblioteca.

      Con gesto de sorpresa y desconcertado, recriminé a la niña que había vuelto a hablar,

      – ¿Por qué no dejas que hable ella?, si quieres puedes irte al recreo.

      El tutor carraspeó para que le mirase, cuando lo hice vi que me estaba haciendo un gesto de desaprobación con la cabeza moviéndola de izquierda a derecha repetidamente, indicándome con la mano que me acercase a un rincón de la habitación y allí a media voz me aclaró,

      – Es usted un hombre, un desconocido, no le puede responder directamente Fátima.

      Aquello me chocó, no entendía a lo que se refería así que le repuse algo contrariado por su falta de cooperación,

      – Como sabrá he hablado con el director y me ha dado permiso para entrevistarla y no tengo demasiado tiempo.

      – Haga por entender, ella es una niña musulmana que ha de cumplir con unas normas sociales diferentes de las nuestras, a pesar de su integración hay que respetar sus costumbres. No puede hablar con hombres desconocidos sin que un familiar esté presente, y como no es el caso, ella le está contestando a través de su amiga para así no faltar a sus costumbres -apostilló su tutor con elocuencia.

      Entendí a lo que se refería, aunque desconocía que tal práctica existiese, lo respeté y asentí. Me volví hacia las dos niñas y ahora me dirigí a su amiga para pedirla perdón y así se lo expresé, tras esto volví a dirigir a Fátima sabiendo que ella no me respondería directamente,

      – ¿Por qué has pintado este símbolo y has escrito esto?

      – La profesora que nos acompañó a la Biblioteca indicó que pusiésemos lo que más nos había gustado de la exposición y yo así lo hice -comentó su amiga tras escuchar a Fátima lo que la decía en voz baja.

      – Pero ¿Por qué precisamente esto? -la cuestioné tratando de indagar un poco más en aquello que era de mi interés.

      – Es que el dibujo la suena a algo que conoce de su pueblo -refirió la niña con cara de ignorar a qué se refería.

      – ¿Qué pueblo?, ¿A qué te refieres? -intenté sonsacarla obcecado sin darme cuenta de que el tutor se estaba acercando por detrás.

      – Está bien, ya es todo por el momento, la está asustando -comentó el tutor poniéndose delante de mí para que no inquietase a aquellas niñas.

      – ¿Es posible que pueda hablar con sus padres? -reclamé al tutor algo angustiado al ver que se me escapaba la posibilidad de encontrar respuestas.

      – ¡No lo creo!, recuerde que esta conversación no la ha tenido, usted no ha hablado con la menor, no queremos tener problemas en el colegio, le hemos consentido todo lo que hemos podido, pero nada más -explicó con tono severo mientras indicaba a las niñas que podían irse al patio a jugar.

      – Sólo una consulta más, tengo que saber de dónde son sus padres -demandé con algo de desesperación al tutor que ya se dirigía hacia la puerta con las niñas.

      – Eso se lo puedo contestar yo, ellos son de Irán. Ahora le pido que salga de la clase -me reclamó mientras sujetaba la puerta para cerrarla cuando saliese.

      – Gracias a las dos y a usted, ha sido un placer -repuse con una sonrisa forzada mientras me dirigía hacia la salida pasando por delante del tutor y de las dos niñas.

      Terminada le entrevista salí del colegio turbado por lo que acababa de descubrir, Irán era el nombre actual del país que ocupaba el territorio de lo que fue en su momento Persia, tierra de paso de numerosos pueblos que quisieron adueñarse de su localización privilegiada, paso obligado del comercio entre oriente y occidente, y previo a esto fue parte de Sumeria.

      ¿Es posible que aquella niña fuese descendiente directo de aquel antiquísimo pueblo?, y lo más inquietante, ¿Es posible que de alguna forma se mantenga entre ese pueblo anécdotas y conocimientos que no han trascendido al ámbito académico?

      Parecía claro que aquella niña sabía más de lo que decía, pero tenía restringido el acceso tanto a ella como a su familia; tendría que buscar otra forma de acercarme a ese colectivo desconocido para mí hasta ese momento como eran la comunidad iraní en Nueva York.

      Supongo que al igual que sufrieron bastantes musulmanes en los años previos, en que existía un fuerte sentimiento en contra de los ciudadanos de Oriente Medio, en especial los iraquíes. Ellos habrán tenido que soportar el rechazado social, las miradas acusativas de los familiares de los soldados que regresaban del campo de batalla envueltos en aquellas bolsas negras y del recelo de la ciudadanía en general.

      Una guerra que había dividido a la opinión pública. Entre la mayoría que consideraban que no se debían mantener dentro de nuestras fronteras a un potencial peligro dando con ello prioridad a la seguridad de la población general. Y los menos que entendían que se trataba de una postura exagerada, alegando que siempre deben de prevalecer los derechos individuales, pudiendo vivir allá donde prefiriera.

      Como si todos y cada uno de los musulmanes, hombres, mujeres, ancianos y niños de este país fuesen capaces de atentar contra el resto de la ciudadanía,

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