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obseso – compulsivo tiende mucho más que a crecer, a ser perfecto. Este es un doble diagnóstico de la ansiedad en el orden psico – espiritual.

      “Obsesivo” tiene que ver con la mente. Una persona obsesiva piensa y re – piensa casi de modo constante sobre su obsesión, sea cual sea. No se propone descomprimir a través de una entrega de aquello que lo obsesiona, al Señor. El término “compulsivo” hace referencia al comportamiento o a la forma de obrar. Las personas compulsivas tienen que hacer, hacer, hacer. Un compulsivo puede llegar a lavarse las manos veinte veces al día…

      El obseso compulsivo muchas veces no reconoce su tendencia perfeccionista, en el sentido en que la vamos entendiendo y es por eso que casi no se aceptan los errores que cometen. Lo que se plantea es que pueden decir lo que quieran respecto a la aceptación de su condición imperfecta, pero su discurso se lo lleva el viento en cuanto cometen un error. El grado en que experimentamos y actuamos según esta obsesión y compulsión es directamente proporcional al grado en que el sufrimiento es inevitable.

      También es cierto que cuando conseguimos algo que nos obsesiona, la ansiedad nos puede carcomer por miedo a perder lo que conseguimos.

      Observemos si no tendemos hacia querer tenerlo “todo”, en vez de conformarnos con “algunas cosas buenas”. Es cierto que hay que tener sueños (proyectos) y trata de mejorar, pero sabiendo que todo tiene un límite, que no somos todopoderosos ni infinitos. Y lo más importante, saber disfrutar de las pequeñas cosas que tenemos ahora, sin estar pensando en las que no tenemos.

      Por lo general, luchando por el futuro, nos perdemos el presente. Y nos puede suceder como el hombre rico. Acudamos al Evangelio de Lucas, 12, 16-21: “Este hombre tenía muchas riquezas, pero nos las disfrutaba porque estaba obsesionado por acumular. Al final, cuando se sintió conforme con lo que tenía, le llegó la muerte, y ya no pudo aprovecharla”.

      Puede ocurrir que no sea nuestro interés acumular dinero. Sin embargo, no nos sintamos fuera de este terreno. Existe la tendencia a acumular logros, objetos; obras que alimentan nuestro orgullo. Y en esa ansiedad por conseguir ciertas cosas, no nos detenemos, no disfrutamos lo que poseemos ahora entre las manos.

      De lo contrario, la vida se nos va acabando sin vivirla. Por eso, terminamos debilitándonos, llenándonos de angustias tontas.

      Nuestro secreto consiste en aceptar que Dios sea Dios en nosotros. Aquello de Gálatas 2, 20: “… y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dos, que me amó y se entregó por mí”.

      La verdad es que… todas las personas experimentamos la ansiedad. Es un fenómeno humano. De hecho, una vida sin una cierta ansiedad es una vida sin desafíos. El problema se nos presenta en la capacidad interior que debemos intentar lograr para que el estrés y la tensión, vinculados con la ansiedad no lleguen a enfermarnos. Todo se entrelaza. Por eso, existen en las “situaciones de catástrofe” causas multifactoriales.

      Un espíritu (tendencia) al cual debemos prestar una determinada atención es “el espíritu de evasión”.

      Por heridas de nuestro corazón, podemos escapar de Dios y construir otros dioses que nos llenan de ansiedad. Es bueno, entonces, la firmeza en no evadirnos de Dios sea cual sea la situación. Dios es nuestro sostén.

      Hay situaciones vitales que provocan una ansiedad tan profunda que hasta nos separan del Señor.

      La evasión de las distintas realidades de nuestra vida es siempre contraproducente. Una vez más, hoy sacamos a luz la frase tan sapiencial de San Ireneo: “Lo que no es asumido, no es redimido”.

      La evasión en lugar de ser de ayuda, perpetúa o empeora la situación. Todo lo que no se toma a tiempo, avanza… Como muchas otras facetas de nuestro comportamiento, la evasión tiene el efecto de reforzar la conducta que la genera. Una de las fases de la conducta es lo que se denomina “aspectos conativos”, es de decir que implican esfuerzos. Si no hay esfuerzos, no hay milagros. El Señor Jesús en su Evangelio siempre nos invita al esfuerzo porque éste es altamente santificante. Todo esfuerzo en Cristo promueve la ascesis, la purificación, el amor catártico de Dios. La propuesta pasa por tratar de reducirla, no por eliminarla.

      Es bueno, entonces, hacer un camino y volver a descansar bajo la mirada de Dios. “Los ojos del Señor están sobre los que lo aman, sobre los que confía en su amor” (Salmo 33, 18).

      Al hablar de ojos, hablamos de miradas. Más de una vez, la mirada de los demás nos vuelven ansiosos. La mirada de los demás puede provocar una preocupación por agradarles, y entonces hacemos miles de cosas procurando que nos aprueben y nos amen. Esa mirada no es sana, excepto que lleguemos a convencernos que lo único importante es la mirada de Dios. Frente a comentarios en los grupos humanos donde nos desempeñemos, frente a suposiciones que otros puedan elucubrar respecto de nuestra, frente a las reacciones desmedidas e insólitas que otros podrían llegar a tener, frente a la altanería o discursos altivos (como dice el salmista), frente a la arrogancia, frente a cualquier fruto de la carne…, sólo importa “fijar la mirada en el Señor”. En la carta a los hebreos 12, 2, leemos: “Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”.

      A veces tenemos una imagen equivocada de Dios y no reconocemos su amor. Nos evadimos de su mirada y cada vez que oramos, nos llenamos todavía de una ansiedad que nos daña. Por eso, es mejor perderle el miedo a Dios y dejar que nos mire con sus ojos de ternura, paciencia y compasión: “Que brille tu rostro sobre tu siervo…” Salmo 31, 7.

      Si mirada nos pide algo, nunca nos obliga, y él mismo nos dará la fuerza para alcanzarlo. Dios nunca nos pedirá algo que nos perjudique. Tampoco desea que nos llenemos de ansiedad buscando la perfección. Sí la madurez, sí el crecimiento.

      Por eso dice la Biblia: “No quieras ser demasiado perfecto ni busques ser demasiado sabio, ¿para qué destruirte?”, Eclesiástico 7, 16.

      Dios espera que tratemos de crecer con empeño, pero con un corazón sereno y sin angustias, con paciencia y calma, es “lento para el enojo y de gran misericordia”, bajo su mirada de Amor. ¡Quien más que Dios nos sabe esperar! Es fundamental, para nuestra conversión, direccionar hacia Cristo esos cambios profundos que se van logrando poco a poco.

      Nos preguntamos, nos respondemos:

       ¿Qué “tengo” entre mis manos en este tiempo?

       Acudamos a Jn 15, 1-11, Jesús, verdadera vid. ¿Qué mensaje encontramos en este texto bíblico?

       Anotamos las situaciones que nos provocan ansiedad y nos separan del Señor.

       ¿Con quién cuentas en los momentos difíciles de la vida?

      5ª Predicación: “Ansiedad y perfeccionismo”

      “No quieras ser demasiado perfecto

      ni busques ser demasiado sabio,

      ¿para qué destruirte?”.

      Eclesiástico 7, 16

      Como sucede con todas nuestras tendencias desordenadas, el perfeccionismo tiene unas raíces profundas. Estas palabras nos sugieren optar por el crecimiento y renunciar al perfeccionismo.

      A veces encubre un temor oculto, tal es el caso de aquella persona que piensa: “Nunca seré capaz de seguir adelante”. Este ejemplo nos hace pensar que más de una vez es así y en raras ocasiones lo admitimos. A este respecto dice la segunda carta de Timoteo: “Porque el Espíritu que Dios nos a dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad”, 1, 7.

      El perfeccionismo siempre es un espiral descendente. Sólo nos deja espacio para el fracaso, porque las cosas nunca son idénticas a como las planeamos. Y el resultado final del fracaso es el desánimo… Con bastante frecuencia nuestras esperanzas frustradas van degenerando gradualmente en una ira decepcionante. Manifestamos

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