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suprarrenales, que segregan cortisona, epinefrina, norepinefrina y todo un conglomerado de sustancias químicas que causan efectos perceptibles.

      > El esófago se pone tenso, nos agitamos, entramos en taquicardia, el estómago interrumpe sus funciones digestivas para desviar sangre a los músculos y todo nuestro sistema vascular se contrae, a fin de que no perdamos demasiada sangre en caso de una herida.

      > De esta forma, el cuerpo se prepara para responder al peligro, ya sea luchando o huyendo.

      ¿Qué conclusión podemos esbozar con este planteo?

      Cuando reaccionamos de la manera planteada ante el estrés, nuestro cuerpo, saludable y armónico, está pidiendo acción o resolución. Pero si el objeto de temor es algo de lo que no podemos huir, ni a lo cual podemos presentar batalla (debido a nuestra pobre fe, a la falta de confianza en Dios Salvador, etc.) y no sabemos qué otra cosa hacer, quizás sencillamente entremos en un estado de “ansiedad”.

      Esto nos propone pensar que estamos como a la expectativa de los problemas, cada vez que la ansiedad se nos presente. No sólo podemos limitarnos a este tipo de expectativa, sino que puede ocurrir que prevalezca una tendencia imaginativa muy intensa como centrar nuestros pensamientos en la incomodidad o en la tragedia que podría suceder. Otros piensan en las consecuencias desastrosas que podrían llegar a producirse. Otros se preguntan dónde se habrá escondido Dios, tal es el caso del Salmo 143, 7c: “No me escondas tu rostro”. Otros experimentan una gran dificultad en la oración y aún al pensar en su Palabra.

      La ansiedad responde, sin duda, a una gran variedad de causas y en la mayoría de nosotros se suman más de una…

      Ante de intentar analizar la etiología de la ansiedad, sepamos que no todas las causas son generadas por nosotros, sino que se advierten otras generadas por agentes exógenos.

      Las respuestas no deben ser taxativas ya que la ansiedad se descubre en la compleja advertencia de la interacción que genera problemas. Esto es, no se trata de una ecuación matemática sino de la habilidad de descubrir “las relaciones” que la originan. Y éstas, son muy personales. Sin embargo, la experiencia da a luz causas comunes que pueden ser de gran utilidad para nuestra reflexión:

      a) Nacer ansiosos: cada vez hay más personas que nacen con la tendencia a reaccionar más sensiblemente que otras. Esto quiere decir que son más proclives a entrar en el síndrome de “luchar o huir”. Probablemente, estas personas estén más propensas a sentirse mal, a lo largo de la vida que aquellas que no tienen estas características congénitas. Claro que la presencia de Cristo en nuestras vidas modifica todo, incluyendo lo genético.

      b) Monólogo interior peyorativo: se da en aquellos que no advierten que las nociones, percepciones, opiniones y juicios afectan directamente las emociones y el comportamiento. Si tuviésemos que calificarnos, de un modo global, nuestro monólogo, ¿qué calificación le pondríamos hoy?, ¿podríamos cambiar el adjetivo peyorativo? Si la respuesta es sí, ¿qué adjetivo lo pondrías? Nuestras preocupaciones y ansiedades actuales están imbricadas en nuestro monólogo interior. Posemos nuestra mirada en el aspecto cognoscitivo, en las nociones o falsas creencias. Son las que subyacen en el monólogo interior peyorativo, como pueden ser los siguientes: “Yo no he sido lo suficientemente bueno”. “No puedo esperar que Dios me bendiga, ayude, proteja”. “No puedo pretender que mi amigo vaya a la iglesia. Tal vez piense que soy muy religioso y eso le puede molestar”.

      La diferencia nocional es la que más incita un estado de ansiedad cronificado. Por eso, la solución está en asumirlas para luego redimirlas… Aunque parezca insólito, más de una vez, no logramos sanar la deficiencia porque no captamos específicamente a qué nivel o en qué plano esta: nocional, afectivo o religioso.

      Para poder detectar cada vez más y con mayor precisión nuestro cometido, invito a profundizar estas pistas de reflexión a fin de disminuir o llegar a liberar posibles ansiedades que nos angustian y debilitan la vida.

      Nos preguntamos, nos respondemos:

      Como ambientación, entiendo que no está demás formularnos estas preguntas:

       ¿Aprendimos de otras personas a “vivir ansiosamente” o a preocuparnos de todo en vez de ocuparnos de…?

       ¿Cómo fue que llegamos a tener miedo del rechazo de otra gente, de morir, del fracaso, de lo que los otros pueden opinar o decir, de que no les guste porque tenemos poca o mucha cultura, etc.?

       ¿Tenemos la sensación de riesgo, como si pudiéramos ser atacados, castigados o heridos de alguna forma?

       ¿Nos sentimos tensos?, ¿cuál es la causa?

       ¿Experimentamos “acorralamiento” ?, ¿atinamos a pensar qué hacer?

       ¿Pedimos consejo u oración a un referente en la vida de la Iglesia?

       ¿Cuáles son nuestras alertas hoy, psicológica, biológicas, espirituales?

       ¿Tenemos “emociones amenazantes hoy” tales como la soledad, quedarnos sin trabajo, el deterioro y otras?

       ¿Nos falta el aliento? ¿Buscamos aliento en alguna parte de la Iglesia?

       ¿Nos falta formación, aquella que da forma a nuestra existencia cristiana?

       ¿Descubrimos cómo estamos a la expectativa de problemas?

       ¿Nuestros pensamientos se centran en la incomodidad y en la tragedia?

       ¿Vemos los noticieros para alimentar la tragedia en nosotros o para enterarnos de las noticias?

       ¿Pensamos, a menudo, en las posibles consecuencias desastrosas que podrían llegar a producirse?

       ¿Nos resulta difícil pensar en Jesús? ¿Qué abarca e implica pensar en Jesús?

      “El corazón del hombre se fija un trayecto,

      Pero el Señor asegura sus pasos”.

      Proverbios 16, 9

      4ª Predicación: “Ansiedad IV”

      “El insomnio del rico acaba con su salud,

      sus preocupaciones no le permiten dormir”.

      Eclesiástico 31, 1-2

      Muchas veces, sin darnos cuenta, atribuimos a ciertas cosas mayor importancia de la que realmente se merecen. Tal vez, tenemos nuestras expectativas, como en el caso del “insomnio del rico” que puede ser traslado a planes, proyectos, personas… Y parece que todo se nos viene abajo. La impresión es real dado que experimentamos una situación de derrumbamiento interior. Podríamos decir que es una situación de catástrofe interior. Y si nuestro interior es afectado por situaciones no generadas por nosotros, corremos el riesgo de prevaricar en la fe. Todos sabemos que opinar sobre otros no resulta tan complejo… No obstante, el munido interior de cada persona debe ser cuidado como lo más preciado.

      El punto candente, como objeto principal de nuestra reflexión, pasa por evaluar si la preocupación que me produce ansiedad se debe que la absoluticé. El único absoluto es Dios, el único indispensable es él. Como nos advierte el libro del Eclesiástico, el capítulo 43, 27-28: “Podríamos decir muchas cosas y nunca acabaríamos. Mi conclusión es que sólo Dios lo es todo… ¡Él es más grande que todas sus obras!”

      En la existencia humana hay situaciones diversas. Una de ellas se puede dar en el orden afectivo. Cuando nos propusimos conquistar un afecto y el ser amado dio su preferencia a otra persona, entonces, en vez de obsesionarnos en desplazar a esta otra persona, es mejor decir: “Señor, yo estoy hecho para algo infinito, estoy hecho para ti. Ese amor que me obsesionó no debe ser el centro de mi vida. No quiero arrestarme detrás de nada, porque tú eres el único absoluto.

      Cuando en nuestro corazón colocamos algo “en lugar de Dios, la ansiedad se apodera de nuestra vida interior.

      Aquí propongo advertir, evaluar y compartir el grado de propensión perfeccionista

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