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que su sacrificio es al mismo tiempo noble, admirable y absurdo. Pese a que la disputa y la discordia de los héroes de las guerras constituyen un tema recurrente en la epopeya (Alexander, 2015, págs. 235) y, por tanto, hay una cierta vinculación de Eris con las imágenes del honor y la gloria bélicas, la Ilíada retrata sombríamente esos valores en la figura de Aquiles.

      La cólera (μῆνιν) de Aquiles, que no es el mismo odio de los mortales, sino una suerte de resentimiento divino, profundo y eterno (Chantraine, 1968, pág. 696), enmarca la guerra en los estrechos límites de la venganza personal; esta última, aunque sea legítima, pervierte los ideales colectivos de la guerra, sobre los cuales se superponen irremediablemente los deseos individuales. El honor y la gloria bélicas se ensombrecen en el colérico Aquiles, que es, en última instancia, la encarnación del guerrero como individuo, ajeno a su colectivo, indiferente a las causas grandilocuentes de la guerra. La de Aquiles es una lucha cuerpo a cuerpo, aupada individualmente y movida por la constancia de la cólera. Es esa la erística muy particular que concibe Homero: una disputa vacía de honor, por colérica y trágica, fuerza pura e impulso incontenible hacia la muerte.

      A este sentido, Homero añade un componente fundamental para nuestro interés en la erística: a la fuerza de los cuerpos antecede la fuerza de las palabras. No es solo porque la voz de la divina Eris resuene en las palabras de los guerreros (los gritos de batalla, las amenazas, los insultos, etc., imbuidos por la diosa a lo largo de la epopeya), sino sobre todo porque en las escenas bélicas usualmente se nos muestra a los guerreros “luchando” verbalmente antes de usar sus armas.

      El canto xx resulta definitivo para entender este tópico: es el regreso de Aquiles al campo de batalla y su disputa con Eneas, primero, y con Héctor, más tarde. En ambos casos, Aquiles trata de intimidar a sus enemigos y ellos lo advierten y le reprochan esa estrategia, casi con idénticas palabras:

      … a ti Zeus y los demás dioses te protegieron. Pero ahora no creo que te protejan, a pesar de las ilusiones que se hace tu ánimo. Por eso te conmino a que retrocedas y te internes entre la muchedumbre sin enfrentarte contra mí, antes de sufrir un mal: lo hecho hasta el necio lo comprende».

      Eneas, a su vez, le respondió y dijo:

      «¡Pelida! No esperes atemorizarme con simples palabras como a un ingenuo niño, porque yo también soy bien capaz de proferir tanto injurias como insultos (Homero, Ilíada, xx, págs.194-203).

      [...] mirándolo con torva faz se dirigió al divino Héctor: «Acércate más y así llegarás antes al cabo de tu ruina». Sin intimidarse, le replicó Héctor, el de tremolante penacho:

      «¡Pelida! No esperes aterrorizarme solo con palabras como a un ingenuo niño, porque yo también soy bien capaz de proferir tanto injurias como insultos (Homero, Ilíada, xx, págs. 428-433).

      El paralelismo de las dos escenas pone en el centro las amenazas de Aquiles para disuadir a sus oponentes, y en ambos casos la respuesta que obtiene es la misma: Πηλεΐδη μὴ δὴ ἐπέεσσί με νηπύτιον ὣς ἔλπεο δειδίξεσθαι, ἐπεὶ σάφα οἶδα καὶ αὐτὸς ἠμὲν κερτομίας ἠδ ̓ αἴσυλα μυθήσασθαι; es decir, que en la lucha verbal están en igualdad de condiciones, porque son inmunes al miedo que pueda provocar la amenaza. Dado que ninguna de las dos palabras podrá vencer a la otra, lo que sigue es la lucha con las armas; a este respecto, la reflexión de Eneas es reveladora:

      … Mas ea, no sigamos hablando así como necios, plantados en medio de la batalla y de la mortandad. Ambos podemos decirnos denuestos sin número, que ni siquiera una nave de cien bancos podría cargar. Versátil es la lengua de los mortales; en ella hay razones de toda índole, y el pasto de palabras es copioso aquí y allá. Según hables, así oirás hablar de ti seguramente7.

      No es con palabras como me desviarás mi ardiente coraje, sin entrar en duelo singular con el bronce. Ea, cuanto antes gustemos uno de otro con las picas, guarnecidas de bronce» (Homero, Ilíada, xx, págs. 244-258).

      ¿Qué sentido tienen estos diálogos que anteceden a las luchas con las armas? Más allá de ser un posible eco de la tradición de los «duelos poéticos» o «invectivas poéticas» (Alexander, 2015, pág. 304, nota 28), y en general del marco dramático que habilita el acompañamiento dialogal, hay una posición homérica frente a la relación entre el combate físico y el verbal. El segundo es apenas una sombra del primero, un pseudocombate en el que las palabras pueden ser “copiosas”, como el pasto, pero no desvían ni reemplazan el verdadero combate. En ninguna de las escenas Aquiles es capaz de disuadir a sus contrincantes ni de intimidarlos con sus palabras; esa impotencia no es producto de la ineptitud de Aquiles, sino de los límites del logos en medio de la discordia. En la batalla definitiva, se repite el tópico de la lucha verbal –estéril– previa a la lucha física: Héctor le propone a Aquiles cumplir el pacto de honor de entregar el cuerpo vencido del enemigo, pero no logra convencerlo; al contrario, el pélida vuelve al lugar intimidante de la amenaza:

      ¡Héctor! ¡No me hables, maldito, de pactos! Igual que no hay juramentos leales entre hombres y leones y tampoco existe concordia entre los lobos y los corderos, porque son encarnizados enemigos naturales unos de otros, así tampoco es posible que tú y yo seamos amigos, ni habrá juramentos entre ambos, hasta que al menos uno de los dos caiga y sacie de sangre a Ares, guerrero del escudo de bovina piel. Recuerda toda clase de valor: ahora sí que tienes que ser un buen lancero y un audaz combatiente. Ya no tienes escapatoria; Palas Atenea te doblegará pronto por medio de mi pica (Homero, Ilíada, págs. 261-272).

      La doble analogía con la que Aquiles rechaza el pacto tiene la particularidad de deshumanizar a los combatientes, llevándolos de la relación hombre-lobo a la de lobo-cordero; proceso de animalización que lo hace impermeable a cualquier logos razonable: Aquiles ha renunciado a ser humano, en función de la lucha encarnizada a muerte. Sin embargo, al errar su primer ataque de lanza contra Héctor, vuelve a ser reprochado y acusado de charlatanería:

      ¡Has errado, Aquiles, semejante a los dioses! ¡No conocías gracias a Zeus mi sino contra lo que afirmabas! No has resultado ser más que un charlatán y un embustero que quería asustarme para hacerme olvidar la furia y el coraje (Homero, Ilíada, págs. 279-282).

      Gutiérrez (1996, pág. 372) traduce el verso resaltado (ἀλλά τις ἀρτιεπὴς καὶ ἐπίκλοπος ἔπλεο μύθων) así: «pero has sido un artífice muy hábil de falsas palabras», que conserva mejor, dentro del reproche contra Aquiles, la función del logos en el discurso del guerrero poseído por Eris: engañar, manipular, amedrentar. Antes de morir, la cuestión de la lucha verbal y la persuasión entre los guerreros vuelve a aparecer, bajo la idea de la advertencia profética y la impotencia del logos frente al furor de la guerra:

      Ya moribundo, le dijo Héctor, el de tremolante penacho:

      Bien te conozco con solo mirarte y ya contaba con no convencerte. De hierro es el corazón que tienes en las entrañas. Cuídate ahora de que no me convierta en motivo de la cólera de los dioses contra ti el día en que Paris y Febo Apolo te hagan perecer, a pesar de tu valor, en las puertas Esceas» (Homero, Ilíada, págs. 355-360).

      El resaltado (σιδήρεος ἐν φρεσὶ θυμός) nos ubica en la metáfora persistente en Homero, que deposita las pasiones en el corazón, como órgano físico, aunque no hay unanimidad sobre la identificación anatómica de φρεσὶ (pericardio, diafragma, vísceras, inclusive pulmones, según la pesquisa de Chantraine, 1968, págs. 1227-1228). En todo caso, el sentido de impulso vital parece más cercano al corazón físico, tal como se despliega en la analogía homérica en general, y en este pasaje en particular, en el que la imagen del corazón hecho de hierro (σιδήρεος) alude a la dureza de la armadura guerrera (bien te conozco con solo mirarte) y reemplaza la delicadeza de las entrañas. Por eso Héctor se percata, en su último aliento, de la imposibilidad de persuadir a su enemigo: el corazón humano en la batalla no es de carne, sino de hierro.

      Llegamos por este camino a la relación de dependencia

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