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      MARCO ANTONIO: ¿Me llamaba?

      GUAPO: ¡Qué cagazo!

      MARCO ANTONIO: No hay por qué asustarse, joven.

      Usted acaba de llamarme

      y acá estoy, de hueso y carne,

      con apariencia de humano,

      para darle a usted esa mano.

      Permítame presentarme.

      GUAPO: Ya sé, no me diga nada,

      a usted el olor lo delata.

      MARCO ANTONIO: ¿Tengo mucho olor a pata?

      GUAPO: Usted despide al hablar un hedor particular, como a veneno de ratas.

      MARCO ANTONIO: Es el azufre, seguro.

      Es lo que allá respiramos

      en los pagos del Fulano.

      Pero veamos la urgencia

      que merece esta emergencia.

      Métale, vamos al grano.

      GUAPO: Disculpe la desconfianza.

      Antes que mi alma le venda,

      y espero que no se ofenda,

      muéstreme sus credenciales,

      sus papeles oficiales,

      o del diablo, alguna prenda.

      Porque le voy a decir,

      y disculpe lo sincero,

      que parece un pordiosero,

      su pinta nada garanta.

      Me parece flor de chanta,

      tiene agujero en los agujeros.

      MARCO ANTONIO: Usted no debe guiarse

      por la imagen de la gente,

      que es un engaño aparente.

      Podemos decir entonces

      que el hábito no hace al monje

      ni al diablo lo hace el tridente.

      (Mientras habla se saca la ropa harapienta, debajo tiene vestuario impecable de diablo.)

      Yo ya no quiero salir

      con zapatillas de marca.

      Si hoy mismo un flaco me garca

      y me aprieta con un fierro,

      que si esta boca no cierro

      me pasa a buscar la parca.

      GUAPO: Es verdad, es cosa seria

      salir solo en estos pagos.

      Cualquier ñato te hace estragos

      si te clava un tramontina.

      MARCO ANTONIO: Y agarrate catalina

      si es una banda de vagos.

      GUAPO: Mas no ha de temer la muerte

      el que vive en el infierno,

      si le gusta más: averno,

      que es como un horno de barro,

      como un enorme cigarro

      en un lenguaje más tierno.

      MARCO ANTONIO: Si metáforas prefiere,

      el desafío le agarro.

      El infierno es como el barro:

      todo sucio, negro, oscuro,

      lleno de hollín, le aseguro,

      como un calefón con sarro.

      GUAPO: Me imagino la humareda.

      MARCO ANTONIO: En los pagos del demonio

      todos sufrimos de insomnio

      porque el tipo que hace el fuego

      -parrillero desde luego-

      le echa sulfuro de amonio.

      Un humo denso, dañino,

      que penetra en los pulmones

      y causa mil infecciones:

      tos convulsa, falso crup,

      y tiene olor a chucrut,

      aunque hay otras opiniones.

      GUAPO: ¿Mucho calor?

      MARCO ANTONIO: Ni le cuento.

      Se suda a chorros, no a gotas.

      Es para andar en pelotas.

      Desde el suelo el calor sube,

      y se han ido por las nubes

      los precios de las ojotas.

      GUAPO: Yo me habría imaginado

      mucha farra, diversiones.

      MARCO ANTONIO: Esas son falsas versiones

      del infierno, si es un asco.

      Yo le reitero, es un fiasco,

      por más que lo promocionen.

      GUAPO: ¿Así que usted no es el Jefe,

      según comienzo a entender?

      No es el mismo Lucifer,

      ni Luzbel, ni Satanás.

      No es Belcebú, no es Añá.

      ¿Quién vendría usted a ser?

      MARCO ANTONIO: Yo soy como un delegado

      del mismísimo Demonio,

      y mi nombre es Marco Antonio,

      como el del César famoso.

      Aunque yo soy más hermoso

      que este tipo, Marco Antonio.

      GUAPO: Usted tiene que ayudarme

      porque estoy desesperado.

      Estoy muy enamorado

      de una preciosa mujer

      que acabo de conocer.

      Y ¿Usted sabe? Estoy casado.

      De noche sueño con ella,

      de día escribo versitos,

      ya perdí hasta el apetito

      y por pensar sólo en ella,

      ya me perdí dos paellas

      y un par de sábalos fritos.

      Mis amigos me rechazan,

      tengo el alma por el suelo,

      y sólo encuentro consuelo

      en estas noches de frío,

      devorándome los libros

      de Bucay y de Coelho.

      Imagínese mis noches

      durmiendo con esa vaca.

      La cama hace traca traca,

      ronca como un tren expreso

      ¿Se imagina darle un beso

      con ese aliento de urraca?

      Mientras tanto en mis oídos

      susurra suave la voz

      que me dice: vámonos,

      amémonos vida mía,

      y me despierta la arpía

      con un acceso de tos.

      (Marco Antonio despliega oportunamente folletería, fotos, utilería adecuada para ilustrar cada oferta.)

      MARCO ANTONIO: Tenemos un par de opciones:

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