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los movimientos lentos y rápidos, mientras que los ganglios basales parecen ser preferentemente activos en los movimientos lentos. También se ha sugerido que el papel principal del cerebelo es preprogramar e iniciar los movimientos balísticos rápidos (Evarts, 1973). En el esquema global de los acontecimientos, los ganglios basales y los receptores externos (ojos, oídos, etc.), transforman esta información y envían un patrón apropiado de señales a la corteza motora. Los propioceptores del SNC envían constantemente información de vuelta sobre el estado de los músculos, sin la cual el control de los movimientos sería imposible.

      El tálamo y el sistema activante reticular situado en el plano profundo del encéfalo desempeñan un papel vital en la activación de las distintas partes del encéfalo actuando como estaciones transmisoras, y en la integración de las respuestas emocionales y hormonales con las funciones más mecánicas. Es en este nivel donde el hipotálamo suele verse implicado (ver fig. 1.27).

      Aunque los mismos músculos participen en un movimiento, pueden ser controlados por distintas partes del encéfalo dependiendo de la velocidad de movimiento. Sin embargo, no es sólo la velocidad la que determina los mecanismos del encéfalo que son necesarios. Hay pruebas sólidas de que son dos los mecanismos de control que intervienen en la respuesta cardiovascular al ejercicio (Med. Chron., 1978). Esto significa que el ejercicio isométrico y dinámico reclutan distintos mecanismos del encéfalo, puesto que el ejercicio isométrico provoca un aumento marcado de la tensión arterial y un aumento escaso del riego sanguíneo. Sin embargo, el ejercicio dinámico genera una demanda de oxígeno que es cubierta en gran medida por el aumento del volumen de sangre bombeada y por la disminución de la resistencia a su flujo.

      El tema se complica aún más porque un mismo movimiento ejecutado lenta o rápidamente puede involucrar a distintos grupos de músculos (Basmajian, 1978). Por ejemplo, los experimentos con flexiones de brazo muestran que tanto los movimientos lentos como rápidos activan los músculos bíceps y braquial, si bien las flexiones rápidas reclutan también la participación del músculos braquiorradial (supinador largo).

      Estos hallazgos tienen profundas implicaciones para el deporte. Por ejemplo, la perfección de un movimiento a velocidad lenta no significa necesariamente que también sea perfecto cuando se ejecuta a gran velocidad. El entrenamiento isométrico o isocinético de cualquier músculo que genere movimientos auxotónicos eficaces puede conllevar una técnica ineficaz. Los ejercicios de resistencia con muchas repeticiones también pueden ser desventajosos para las personas que practiquen deportes que apenas se basen en la repetición de series de movimientos continuados.

      Además, cualquier movimiento puede verse influido por otros movimientos que le precedan. De hecho, la eficacia en la arrancada de la halterofilia puede verse mermada si se han estado haciendo repeticiones de arrancada hasta 24 horas antes de la siguiente sesión. Un calentamiento o unos estiramientos inapropiados son perjudiciales para una correcta ejecución de los movimientos reales requeridos en la competición. El cansancio tiene un efecto pronunciado sobre la habilidad, y hay que aprender distintas técnicas para trabajar en un estado de cansancio.

      La simulación en el entrenamiento requiere la imitación de un movimiento específico mediante el empleo de más resistencia de la que se supera en la participación deportiva real, lo cual obliga al cuerpo o a sus miembros a trabajar con distintas velocidades, a reclutar músculos diferentes y a usar distintos patrones de actividad muscular si lo comparamos con los movimientos de la competición. La simulación en un entrenamiento de tenis, por ejemplo, puede consistir en la práctica del golpe de revés con pesas o máquinas de poleas que ofrecen una resistencia adicional al brazo. A menos que la simulación se reduzca a un segmento pequeño y bien controlado de un movimiento complicado o con diferencias muy pequeñas en la carga, no debe formar parte de los ejercicios de un deportista. La fuerza y la habilidad son aspectos distintos del entrenamiento y, por lo general, deben desarrollarse por separado, excepto en los deportes como la halterofilia, la gimnasia deportiva y el lanzamiento de pesos, que integran ambos factores en movimientos independientes y explosivos.

      A nivel muscular, hay que recordar que la fuerza producida por un grupo de músculos es proporcional no sólo al área del corte transversal de esos músculos, sino también al número y a la eficacia de las fibras musculares que se contraen simultáneamente. Esto es más consecuencia de factores mentales y de la experiencia técnica que de la masa o el tamaño de los músculos, por lo que el deportista no debe centrarse demasiado en las últimas facultades si es en detrimento de las primeras.

      La perfección técnica depende, entre otras cosas, de la adquisición de maestría en los modos apropiados para dirigir los músculos, sea mediante cocontracciones, sea mediante acciones balísticas. No importa el modo implicado, el control último depende de los sistemas motores del encéfalo.

      Al contrario de lo que se suele creer, las cocontracciones dinámicas no son la acción primaria implicada en ejercicios continuos como las carreras. Gran parte de la energía se almacena paso a paso como energía elástica en los tendones, que sufren un cambio considerable en su longitud, a diferencia de los músculos que retraen los tendones después de cada movimiento. Este sistema de contracciones isométricas iniciales seguidas de balanceos balísticos es mucho más eficaz que la actividad dinámica continua, que requiere mucha más energía (Green, 1967). Los procesos cibernéticos del SNC, basados en la práctica de una técnica correcta, son responsables de asegurar este nivel de eficacia.

      Los estados descritos como esfuerzo mental, motivación y concentración están muy relacionados con el funcionamiento del sistema activante reticular (SAR – ver fig. 1.28) y el sistema límbico, que incluye partes del tálamo, los ganglios basales (fig. 1.28) y el hipotálamo (fig. 1.27). Los centros específicos del dolor y el placer han sido localizados en estos sistemas, lo cual proporciona la base del comportamiento motivado. Según la teoría actual, la respuesta emocional depende por una parte del sistema límbico que controla el placer y el dolor y las reacciones de acercamiento y rechazo, y por otra del SAR que controla la intensidad de la activación.

      El hipotálamo influye en una amplia serie de actividades: la regulación de la temperatura, el equilibrio en el agua, el crecimiento, el apetito, el meta-bolismo del azúcar, en las grasas y electrólitos, en la respiración, el sueño, la digestión y la actividad del corazón y los vasos sanguíneos. Los cambios en estas actividades proporcionan una segunda fuente de información sobre las sensaciones corporales, mediante la transmisión de información de vuelta al encéfalo que contribuye a la experiencia de un estado emocional.

      La forma física ha sido definida con anterioridad como la capacidad para cubrir con eficacia y seguridad las demandas de una tarea o actividad específicas. No existe simplemente un sólo tipo de «forma física». Se requiere un tipo concreto de forma física para las actividades que requieren fuerza, resistencia muscular o demandas fuertes del sistema cardiovascular. La existencia de estos tipos de forma física es consecuencia en gran medida de los distintos procesos metabólicos responsables de proporcionar energía para responder a las demandas especiales impuestas por actividades específicas.

      Toda actividad física se distingue en esencia sobre la base de dos factores principales: la intensidad y la duración. Estos factores no son independientes, porque las actividades de gran intensidad no pueden mantenerse durante largos periodos antes de que el cansancio las interrumpa. Las actividades de gran intensidad sólo pueden llevarse a cabo con acelerones cortos alternados con intervalos de descanso regulares que favorezcan la recuperación. Por el contrario, las actividades de poca intensidad se pueden prolongar durante mucho tiempo. Por tanto, la duración está inversamente relacionada con la intensidad, o dicho de otro modo, la intensidad del ejercicio desempeña un papel dominante a la hora de determinar la duración máxima de un ejercicio.

      El concepto de potencia que se baraja en la física (p. ej., trabajo realizado por unidad de tiempo, en donde el trabajo, en sentido lato, es la fuerza multiplicada por la distancia durante la cual actúa la fuerza) combina los factores de la intensidad y la duración y sirve como medida alternativa útil de la trayectoria de la energía o del sistema que predomina

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