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contra la persona de Álvarez, puesto que implicó tomar la dirección exactamente contraria a la que aquel había pedido públicamente, desautorizándolo y dejándolo casi al borde de la humillación. Ya que con estos gestos sería difícil pensar que aquel pudiera presidir ahora el Senado igual que antes o que continuara su lucha allí. Además, no hubo ninguna compensación para él: no existieron consultas, disposición al diálogo o siquiera algún gesto de recomposición del vínculo entre presidente y vice. La situación sugirió una victorial total de uno sobre el otro. Sin embargo, cuando Álvarez fue notificado sobre el nuevo gabinete, y a pesar del notorio golpe de mano que conllevaban los cambios, no protestó ni se opuso. Tampoco exigió una reunión con la UCR, Alfonsín, los líderes aliancistas o incluso con su propio partido56. El mismo día de la jura del nuevo gabinete, el 5 de octubre, Álvarez asistió al lado del presidente como mandaba el protocolo, saludó a todos y hasta sonrió para la prensa, por lo que la ceremonia terminó con la cordialidad habitual. Mas fue a la mañana siguiente cuando Álvarez dio a conocer su venganza secreta al anunciar públicamente su decisión de abandonar su cargo a menos de diez meses de haber asumido y sin consultar a nadie –ni a sus compañeros de equipo ni a la cúpula de su partido: todos los miembros de la coalición se enteraron por la prensa–, acostumbrado como estaba al más absoluto individualismo personal.

      Las consecuencias inmediatas de la renuncia de Álvarez fueron contradictorias. Si bien de forma inmediata hubo una mínima movilización espontánea a la casa del exvice para brindarle apoyo –en la que incluso se especuló con una concurrencia masiva para la se prepararon parlantes a tono con un virtual discurso épico– y que Álvarez fue llamado por Reutemann como “el nuevo Perón” (La Nación 08/10/2000), lo cierto es que el líder del Frepaso no tuvo su “17 de octubre” como algunos soñaron ni significó el relanzamiento de su figura. Tampoco las encuestas parecieron acompañarlo, puesto que mayoritariamente la población se opuso a la decisión de renunciar (Clarín 10/10/2000). Lo que sí pasó fue un nuevo cambio de gabinete, aunque tenuemente modificado: Flamarique y De Santibáñez finalmente tuvieron que dejar sus cargos –también lo hizo el presidente provisional del Senado, el radical José Genoud, que fue reemplazado por el alfonsinista Mario Losada–, pero esto no supuso una reformulación de fuerzas a favor del exvice o los frepasistas. Más bien la reformulación ministerial fue una reacción tibia de De la Rúa para mostrar gestos de arrepentimiento y composición, los cuales encubrían su temor a ser acusado despiadadamente por la renuncia o sufrir una desgarradora pérdida de popularidad (Novaro, 2002). Además, también habitaba el peligro oculto de que el presidente sufriera un abandono o desplante masivo de frepasistas y de varios radicales, acción que hubiera llevado al gobierno frente al abismo. Igualmente, y con todo, una de las marcas más ambiguas de la renuncia de Álvarez fue que la misma no implicó ni un enfrentamiento con el presidente ni la ruptura de la Alianza, puesto que el Frepaso continuó en el gobierno tal cual funcionaba hasta entonces. No hubo un pase de nadie a las filas de la oposición, sino al contrario. Álvarez se presentó en su discurso de renuncia como un leal al presidente y al gobierno de la Alianza. No obstante estos gestos y más allá de ellos, la situación convirtió al Frepaso y a su lugar dentro de la Alianza en un imposible: puesto que si los sobornos ocurrieron, el presidente y el Senado entonces eran indefectiblemente culpables y había que enfrentarlos sin contemplaciones como pareció sugerir Álvarez con su renuncia y –con ello– ser acompañado por todo el partido en vez de permanecer como aliados y actuar como si nada hubiera pasado; en cambio, si el presidente era inocente y los sobornos jamás existieron, entonces era correcto continuar con la Alianza como se hizo aunque –en tal caso– no se entendería por qué renunció Álvarez ni tampoco por qué este creó una ruptura institucional gigante si tan solo había diferencias de “estilos” sobre cómo proceder con respecto a las sospechas de sobornos, con lo que hubiera bastado con rediscutir las condiciones del acuerdo entre socios. Por lo cual, con la decisión tomada de la renuncia junto a la permanencia frepasista igualmente en el gobierno todo se volvía confuso y lleno de sospechas, lo que reducía el asunto simplemente a una batalla comunicacional que expresaban las disputas palaciegas previas, las cuales –finalmente– mostraban ahora no tener mucho sentido. Además, para generar todavía más ambigüedades al quiebre, a poco de renunciar, Álvarez y el Frepaso empapelaron toda la ciudad de Buenos Aires con carteles de apoyo al exvice, con leyendas del tipo “Yo te apoyo Chacho”, “Fuerza Chacho” y uno en el cual estaba la cara de Álvarez y se destacaban sus ojos, diciendo “Estos ojos ven y no se callan”, todo lo cual parecía acusar a De la Rúa por los sobornos y a subir la confrontación todavía más (La Nación 09/10/2000). Dichos afiches fueron contrarrestados, del mismo modo, por sectores radicales con otros afiches que tenían la leyenda “Chacho: hacete cargo”, señalando parte de los enfrentamientos ya no tan larvados entre grupos de la UCR y el Frepaso57.

      ALGUNOS DE LOS AFICHES DE LOS QUE RESPALDABAN A ÁLVAREZ

      Con todo, y finalmente, el único verdaderamente derrotado en los hechos terminó siendo el propio gobierno, que resultó más débil y fragmentado luego de la renuncia –aunque, paradójicamente sin rupturas con los partidos que lo encumbraron pero con un acompañamiento a medio camino de estos– y sin que el caso de los supuestos sobornos se hubiera aclarado, lo que sostenía igualmente la sensación de impunidad. Además, con el nuevo cambio de gabinete la renombrada “Oficina Anticorrupción” terminó en manos del hermano del presidente, una estrategia que De la Rúa pensó que podría agregar “trasparencia” al trasladarle a aquel la imagen de “honestidad” que el primer mandatario creyó todavía conservar, pero que ayudó a apuntalar lo contrario: a confirmar el nepotismo en la investigación y que el presidente le daba ese puesto a su hermano para protegerse, anulando de este modo cualquier esperanza de que el caso de los sobornos hallara culpables. En los hechos, la promesa de renovación y transparencia institucional que la Alianza se había comprometido a llevar a cabo como principio de identidad quedó sepultada en la desconfianza y el desprestigio: si De la Rúa y los principales líderes aliancistas habían cimentado sus figuras ligadas a enfrentar la corrupción como su más alto valor político, de golpe, tras los incidentes del Senado, quedaron asociados a la continuidad de las prácticas corruptas, afectando severamente su imagen pública y su credibilidad. De allí que el gobierno y su presidente sufrieran un brusco cambio de percepción: si antes existía la ecuación en la cual “Alianza = transparencia”, esta pasó a “Alianza = corrupción”, arruinando su capital político.

      Empero, a pesar del altísimo costo que pagaría el gobierno por el mal manejo de la situación y las sospechas que continuaron proyectándose sobre él, desde el entorno presidencial entendieron que la renuncia de Álvarez era un hecho que los favorecía y que de todas formas debía ser festejado (y de hecho fue celebrado con un asado)58, puesto que así pensaban que se sacaban de encima a un competidor y eventual desestabilizador, al tiempo que la renuncia también ayudaba a diluir el molesto peso que pudieran tener los partidos en el gabinete. Por fin, se estimó que la disolución de la Alianza por iniciativa propia del líder del Frepaso era una bendición más que una tragedia que confirmaba la disposición siempre presente en algunos miembros de la UCR –especialmente los delarruistas– de que aquel partido no debería haber existido nunca y que si lo hizo fue gracias a los errores cometidos por el propio radicalismo (Novaro, 2002); aunque por suerte, suspiraban, con el desgarro coalicional ambas desgracias ahora ya estaban en camino de enmendarse: De la Rúa quedó con mayor concentración individual de poder, sin contrapesos en el gabinete, y con el Frepaso más débil todavía en la Alianza. En suma, la renuncia de Álvarez permitía que se pasara a un presidencialismo más acentuado, que permitía homogeneizar el perfil conservador que el primer mandatario deseaba imprimirle a la coalición y, con vistas al futuro, también al destino político del gobierno59.

      Luego de la renuncia de Álvarez a la vicepresidencia, la Alianza quedó sostenida en un complejo limbo político institucional. Por un lado, porque la dimisión exteriorizó para los miembros de la coalición –y para los de afuera– por primera vez de manera abierta y sin eufemismos

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