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se convierte gradualmente para gran parte del pueblo en un ejemplo del modo en que debe actuar un buen cristiano.

      La gente de la calle, las piadosas amas de casa y todos los que se habían alejado de la parroquia lo resumen todo con esta frase: «Este sí que es un buen sacerdote, que no le toma el pelo a la gente con bonitas frases predicadas desde el altar, sino que hace y enseña el bien. Él sí que está con los pobres».

      No son de la misma opinión los biempensantes del pueblo y gran parte de los sacerdotes de la zona.

      Para ellos, Don Lorenzo no es un ejemplo a seguir, sino un sembrador de discordias llevadas adelante como acto de acusación contra su modo de ser cristianos, su actuar como sacerdotes: una ofensa que había que parar. Es así como se alían y comienzan a tramar acciones insidiosas de oposición y maledicencia.

      Dos Iglesias que se enfrentan

      Son dos modos diferentes de ser sacerdote y de ser Iglesia que se enfrentan y chocan: por un lado está la Iglesia que considera que se está bien estando inserta y en línea con los intereses constituidos, la Iglesia que apoya a los gobiernos amigos y es apoyada por ellos, que es más fuerte e influyente en la sociedad y, consiguientemente, alcanza mejor el objetivo de servir a Dios. Por otro está el sacerdote de la Iglesia de Pedro, que está convencido de servir a Dios con la lucha contra las injusticias sociales, con el compromiso para elevar cultural y religiosamente a los más marginados, enfrentándose a los fuertes y favoreciendo a los débiles. Esto hace a la Iglesia más amada por el pueblo y, por tanto, más fuerte e influyente en la sociedad.

      Para el vicario no se puede servir a dos señores: él choca contra el tradicional mundo católico de Calenzano, que, con actitudes cada vez más hostiles y malvadas, obstaculiza y combate lo nuevo que él encarna.

      El que contrarresta y frena los ataques frontales es el viejo proposto, que hace de escudo al joven ayudante: le defiende y le alaba, aunque no siempre le entiende, pero lo considera un ejemplo de buen cristiano. Ve que los jóvenes le siguen y que, desde que él está allí, llenan la iglesia y la casa parroquial.

      Tampoco los notables comunistas pueden ver ni pintado al incansable vicario. Los más despiertos advierten: «Ese cura es mucho más dañino para nosotros que todos los otros juntos, que desde el altar truenan contra nosotros. Él, en cambio, nos quita el terreno bajo los pies, porque da voz y fuerza al ansia de justicia de nuestros jóvenes y llega donde nosotros no sabemos llegar o no tenemos el coraje de llegar».

      Día tras día crece en el pueblo la división entre los seguidores del vicario y sus adversarios, y lamentablemente aumenta también la precariedad del anciano párroco, las fuerzas le abandonan y cada vez más a menudo se ve obligado a permanecer en cama. De hecho, Don Lorenzo lo reemplaza en todas las funciones, informándole siempre e implicándole de manera entusiasta en todas sus iniciativas.

      El anciano sacerdote escucha y a veces sonríe y sacude paternalmente la cabeza comentando: «Eres un eterno iluso, pero es hermoso verte tan entusiasta y esperanzado».

      El refugio en el corazón de su madre y en el diálogo

      con Dios

      Sin embargo, tampoco al entusiasta y eterno iluso le faltan momentos de desilusión y desconsuelo. Entonces se refugia en la comprensión de su madre.

      La figura materna era muy importante para Don Lorenzo. También como hombre maduro y como guía de sus muchachos se siente hijo engendrado, amoroso y respetuoso.

      A su madre le cuenta todo, sabiendo que ella está siempre dispuesta para escuchar lo bueno y lo malo que les sucede a sus hijos y que en ella puede encontrar escucha, consejo y comprensión.

      Lorenzo no abandonó nunca la certeza de que la alegría de una madre consiste en aceptar como propias las alegrías y los sufrimientos de los hijos y sus elecciones de vida. También cuando son elecciones totalmente diferentes de los valores con los que crecieron, como fue el caso de su compromiso sacerdotal, sus posiciones sociales y su renuncia total a la propiedad de la familia.

      A ella no le esconde sus penas para mostrarle solamente una máscara de sonrisa, dedicación y sacerdocio, sino que también como sacerdote se echa a sus pies como un niño desdichado que tiene necesidad de ser escuchado en lugar de siempre escuchar.

      A veces ella se alarma y rezuma sufrimiento por el hijo:

      Mi querido Lorenzo [...]:

      Cuántas veces me dicen: «Feliz usted, Lorenzo es muy buena persona», y yo digo, y muy a menudo pienso, que no saben cuán grande es el sufrimiento y la lucha. Pero no quiero creer que estés desesperado: no lo estás, no sería posible que dieras tanta luz a tantos. Eres muy injusto si dices que no amo a tus criaturas, la escuela, el catecismo, el libro, tus artículos. Sabes cuánto interés apasionado pongo en eso. En cuanto a la propiedad, yo no la siento como una culpa. ¿Por qué quieres pedirme más de lo que puedo hacer? Te ayudaré y te ayudará Dios, nunca he osado decir ese nombre frente a ti, pero hoy me viene del corazón.

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