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ende objetos de control y tutelaje.

      Por su parte, Leslie Cadwell, considera a la infancia como uno de los mitos fundamentales sobre los que se sostiene la cultura moderna y sitúa ese creciente interés en la infancia a partir del periodo de posguerra, enfatizando además cómo los intentos por otorgar independencia y desarrollo a niñas y niños va aparejado de gestos de vigilancia y disciplina.

      Por otra parte, muy significativo para la primera parte de la investigación, fue el trabajo de Allison James, Chris Jenks y Alan Prout, que en su libro Theorizing Childhood destacan las contradicciones sobre las que se ha constituido la idea de infancia en nuestra cultura y cómo algunas concepciones más arcaicas conviven con las modernas. Una propuesta similar elabora de manera independiente Chris Jenks en Childhood. Sus postulados fueron útiles al momento de elaborar oposiciones sobre las cuales articular el análisis: la inocencia versus la maldad, el pasado versus el futuro, la autonomía versus el control. Especialmente relevante fue la idea de “niño inconsciente” desarrollada para explicar un modo de entender la infancia, heredero de los aportes del psicoanálisis, donde el niño representa el pasado no resuelto del adulto (y por ende permanece), y puede confrontarse a asociaciones más comunes de niños y niñas a una idea de futuro o mundo por venir.

      Más adelante en la investigación, las propuestas de Lourdes Gaitán y Claudia Castañeda fueron centrales para reparar en la condición adultocéntrica de cualquier aproximación a la infancia y la importancia de reconocer este sesgo inscrito en las lógicas adultas al momento de estudiar las obras e incluso de producirlas. Castañeda propone además una revisión crítica de la concepción de niños y niñas como sujetos en proceso, cuyo propósito está siempre diferido hacia convertirse en lo que no son: adultos. La idea de un human becoming en lugar de un human being de pleno derecho debe ser inspeccionada, no para anularla, sino para dotar de validez su modo de ser transitorio.

      La noción de experiencia fue un concepto clave que abordé principalmente desde los textos de Walter Benjamin y la lectura que Martin Jay y Pablo Oyarzún hacen de ella. Su vinculación con el tema de la infancia está presente en Benjamin a través del modo de definir la experiencia de un modo opuesto para el adulto (marcado por la fijeza y la rigidez) y aquellos que no lo son: los jóvenes como espacio de la experiencia renovadora y vital. Asimismo, se dedica también a abordar la experiencia del trauma como un lugar de incomunicabilidad o separación de la propia experiencia y la capacidad de compartirla. Este último punto fue crucial para abordar obras que se planteaban desde las marcas de la violencia política y entender la revisitación de la infancia como una manera de reparar esa fractura. En este punto fue relevante también la mirada de Giorgio Agamben al definir conceptualmente una infancia del ser humano, en el sentido de una experiencia previa al lenguaje a la que ya no tenemos acceso pero construimos discurso a fin de recuperarla. En ese sentido, gran parte del corpus analizado fue escogido a fin de señalar sus esfuerzos por dar cuenta de esa “zona muda” sin recurrir a moldes previamente establecidos, sino que reconstituyendo un discurso que no traicione la lógica de esa experiencia infantil irrecuperable.

      Por supuesto, las investigaciones de Jorge Rojas Flores sobre la infancia en Chile fueron un lugar de consulta reiterada en distintos momentos de la investigación y una entrada a los aportes de la historia social en el ámbito de la infancia. En ese sentido, vale la pena mencionar aquí también los trabajos de Gabriel Salazar y María Carolina Zapiola que me ayudaron a poner en relevancia la existencia no de una, sino de múltiples infancias, donde la marca de clase es una vía obligada para leer sus diferencias.

      Finalmente, las investigadoras chilenas Lorena Amaro y Andrea Jeftanovic son dos nombres ineludibles en este volumen por sus trabajos en torno a la infancia, y en los que ambas reconocen las transformaciones en la autoridad de esa voz infantil para el discurso público, así como las modulaciones y características que dicha voz ha tomado en distintos momentos y en diversos formatos de la producción cultural.

      Niños y niñas de carne y hueso

      Poco más de un año antes de la viralización del video mencionado al principio, una noticia lúgubre ensombrecía los medios nacionales: la muerte de una niña de 11 años de edad, a cargo del Servicio Nacional de Menores (Sename) de Chile, en circunstancias que no podían determinarse claramente. Este hecho fue el grito ensordecedor que destapó una crisis marcada por la corrupción, el maltrato y la mala administración de la repartición pública que debía resguardar el cuidado de niños y niñas cuyas vidas familiares no podían ofrecerles seguridad y bienestar. Lourdes Gaitán plantea que la infancia está caracterizada por una suerte de invisibilidad, una desaparición del espacio público que solo se rompe cuando quienes tienen encargado su cuidado faltan a sus labores y entonces la niñez irrumpe intempestivamente. La situación del Sename tras el escándalo de Lissette Villa puede muy bien ser leída como ejemplo de esa exhibición de la fractura, en este caso con implicancias a nivel nacional.

      Mientras trabajaba en la preparación de este libro, la historia de Lissette Villa me perseguía como una sombra. Mi labor como investigadora se relaciona con representaciones y construcciones culturales, no con “sujetos humanos vivos”, como suelo decir un poco en broma. Y me cuesta encontrar un modo de relacionar el interés por estudiar la infancia en todos sus aspectos y ámbitos con estos niños reales, que han visto traicionados sus derechos a tener una vida digna, sin sentir que frivolizo un tema complejo. Durante 2012 y 2013 formé parte de un grupo de investigación multidisciplinario que abordaba la victimización secundaria que viven niños, niñas y adolescentes durante los procesos legales que acompañan la denuncia por ser víctimas de abuso sexual. Integrar ese grupo y sus discusiones fue un modo de vincular mis investigaciones en torno a la representación de la niñez con los sujetos reales que marcamos como infantes, cuyas experiencias muchas veces nos permiten cuestionar decisiones y modos de ser enquistados en el así llamado mundo adulto.

      Es verdad que la relevancia de la infancia como prisma para leer distintos aspectos de la sociedad ha tenido un florecimiento en los últimos años. Dentro de las iniciativas valiosas se cuentan el proyecto Infancia en Dictadura de la Universidad Diego Portales y el Centro de Estudios en Primera Infancia (CEPI). Mi aspiración es que este libro pueda sumarse a estos aportes desde su modesto espacio de reflexión.

      Sin embargo, la experiencia efectiva de esos niños y niñas defraudados por el tejido social me sigue persiguiendo como un fantasma. Durante el periodo de la investigación releí El Río, de Alfredo Gómez Morel y reviví también el impacto de la primera lectura de ese texto autobiográfico que expone la dura existencia de un niño desterrado de su derecho a serlo. Releí El Río y me topé con los registros fílmicos de niños sin hogar de Sergio Larraín en una retrospectiva de su obra organizada por el Museo Nacional de Bellas Artes en el año 2014. La infancia allí retratada desafía su propia imagen y vuelve a nosotros décadas después para tomar la identidad de otros sujetos menores de edad que forman parte de un grupo doblemente vulnerado. En su libro Pictures of Innocence. The History and Crisis of Ideal Childhood, Anne Higonnet declara el declive de la infancia inocente como modo privilegiado de representación para proponer un nuevo concepto, el knowing child, una infancia que ya no se define desde la pureza y la ingenuidad, sino desde una manera de conocer y entender el mundo que le es propia y desafía los tabúes. Pienso en la crisis del Sename y la manera en que ese quiebre de la infancia dorada ocurre allí cargado de violencia. Espero que sepamos entender a la infancia como espacio de confrontación, donde la mirada desafiante se vuelve hacia nosotros, pero sin que la vida de nadie esté en juego en ese intento.

      PRIMERA SECCIÓN

      UN ESPEJO DEFORMADO

      CAPÍTULO I

      EL RETORNO DE LOS OLVIDADOS: LA INFANCIA COMO SUMIDERO

      El estreno en México de Los olvidados (1950) de Luis Buñuel tuvo una controvertida recepción. Como el mismo Buñuel recuerda en su obra autobiográfica Mi último suspiro: “Estrenada bastante lamentablemente en México, la película permaneció cuatro días en cartel y suscitó en el acto violentas reacciones (…). Sindicatos y asociaciones diversas pidieron inmediatamente mi expulsión. La prensa atacaba la película. Los raros espectadores salían de la

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