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El Protocolo. Robert Villesdin
Читать онлайн.Название El Protocolo
Год выпуска 0
isbn 9788412200539
Автор произведения Robert Villesdin
Жанр Языкознание
Серия Apostroph Narrativa
Издательство Bookwire
—Papá, déjame, que soy mayor de edad.
—No deberías comportarte como una fulana. ¡Estás todavía casada!
—Por tu culpa parezco más bien una viuda.
—Pues todavía peor, incluso las leyes romanas imponían un periodo de espera de diez meses para las viudas y divorciadas.
—¡Qué anticuado eres, papá! Me gustaría saber qué hacías tú a mi edad.
Finalmente, Adamya y Lucy acordaron por e-mail tramitar un divorcio exprés de mutuo acuerdo, quedando como único punto pendiente la guarda y custodia del niño, aspecto que causaba gran desasosiego a Susy y un gran cabreo a Sam, el cual citó a su abogado para pedirle ayuda.
—Modesto, necesitaría que me hicieras un favor.
—Lo que tú quieras, Sam.
—La niña, que me ha vuelto a meter en un lío; se está divorciando del indio y resulta que éste anda diciendo que, de acuerdo con las leyes de su país, es el padre quien tiene todos los derechos sobre los hijos.
—¡Vaya complicación! Susy debe estar horrorizada.
—Y que lo digas; por esto te he pedido que vinieras. Tú siempre tuviste buenas relaciones con el indostánico. ¿Crees que podrías acercarte por allí y convencer a ese desgraciado de que ceda la guarda y custodia de mi nieto a su madre?
—No será fácil convencerle; precisamente porque le conozco, sé que te puede costar una fortuna.
—Lo sé y no me importa. Solo puedo confiar en ti; intenta que sea lo menos posible, pero, en cualquier caso, lo que tú decidas me parecerá bien.
El primer encuentro de Modesto con Lucy fuera de la empresa fue en una comida entre amigos, a la cual también asistió GR. En estos momentos este estaba saliendo de su tercer divorcio y le pidió a su hermana, ya definitivamente divorciada y con la guarda y custodia de su hijo, que le acompañara. A pesar de que Modesto acudió con una amiga que, utilizando términos propios del léxico laboral, podría calificarse de «fija-discontinua», cuando vio aparecer a Lucy en el restaurante, rubia, delgada, con un vestido negro, corto y con un escote que, sin ser exagerado, dejaba ver parcialmente sus senos, realzados por un sostén también negro y con un ribete rojo, se sintió como un debutante de dieciséis años que asiste a su primer baile.
Tal fue su desazón inicial que, cuando GR se la presentó formalmente, solamente pudo balbucir un ininteligible y poco adecuado «¿cómo estás?», que, a la vista de su azoramiento, Lucy se limitó a contestar con cierto regocijo con un «estupendamente», que por su espontaneidad y veracidad pareció redundante. Hay que decir que la poca desenvoltura y excesiva timidez de Modesto le hacían bastante incompetente para las relaciones sociales, y más cuando se trataba de féminas que, además, eran ricas herederas.
Ante esa situación, GR, con sus reflejos habituales, instruyó a su hermana para que se sentara al lado de su asesor, mientras él tomaba posiciones en el lado contrario, es decir, enfrente de la que, hasta este momento, era la acompañante de Modesto y que respondía al nombre de Rocío.
La comida fue divertida, ya que estuvo sazonada con ingredientes picantes para todos los gustos. Lucy era un portento y supo mantener un ambiente electrizante durante toda la cena, tratando temas banales y divertidos, pero siempre con aquella pizca de sensualidad innata, no solo en lo que decía sino en cómo lo decía o lo hacía, consiguiendo mantener completamente hechizado a Modesto durante toda la velada. Si ella hubiera aprendido del hindú a tocar la flauta, este hubiera bailado toda la noche como si fuera una serpiente de cascabel. Estaba tan concentrado en ella que ni se dio cuenta de que, mientras él se mantenía en este estado de obnubilación reptiliana, GR estaba, descaradamente, poniendo el pie descalzo en medio de la entrepierna de Rocío, con gran deleite por parte de esta.
Cuando llegaron los postres, Lucy se fue a los aseos y cuando regresó se acercó a la mesa y obsequió a Modesto con una pequeña caja de cartón forrada con un papel de vistosos colores.
—Es un regalo para ti, pero no puedes abrirlo hasta después de la cena, cuando estés a solas en tu casa.
—Gracias, pero ¿a qué obedece este obsequio?
—No es un obsequio; es un recuerdo de esta velada —contesto guiñándole un ojo, ante el ostensible enojo de Rocío, su casquivana pareja.
—Gracias —reiteró Modesto, aunque también hubiera sido inolvidable sin el regalo.
—No hubiera sido exactamente lo mismo, créeme —replicó ella con picardía.
—¿Nos vamos, GR? —dijo Lucy, dando por finalizado el episodio.
Todos aprovecharon para levantarse de la mesa con la intención de marcharse, aunque el más renuente fue GR, que le había encontrado el gusto a sobar a la acompañante del abogado de la familia.
—Déjame que me despida —se decidió GR. —Modesto, te telefonearé para comentar algunas cosas sobre las últimas veleidades de mi hermano..., a ti, ricura —musitó dirigiéndose a Rocío— también te llamaré, aunque confío en poder concretar para qué cuando nos volvamos a ver.
Modesto permaneció sentado apurando su whisky mientras miraba con cierto desdén a su acalorada partenaire.
—Espero que abras inmediatamente el regalo —le largó Rocío, antes de que consiguiera beber un nuevo sorbo.
—Lucy me ha prohibido abrirlo si no es a solas.
—¡No seas plasta y ábrelo! ¡Estoy impaciente por ver lo que te ha regalado esta pelandusca!
—Debe de ser alguna tontería —contestó él con el ánimo de hacerse rogar y porque estaba mosqueado por la actitud permisiva y entregada que Rocío había mantenido con GR
—Va... ¡Ábrelo de una vez! —insistió ella con impaciencia mientras colocaba su mano izquierda sobre la pierna derecha de su acompañante; si lo abres ahora, esta noche te haré olvidar a esta putilla mimada para siempre.
—Bueno... si es así —accedió Modesto, todavía perturbado por la excitación que le había causado Lucy.
Haciendo toda la comedia de la que fue capaz, procedió lentamente a abrir la dichosa cajita y a sacar con parsimonia su contenido: un precioso y minúsculo tanga negro con un ribete rojo. Su lábil acompañante, al observar la prenda dentro de la cajita, se puso a reír como una loca, la sacó del envoltorio, la observó con detenimiento mientras la alzaba entre el dedo índice y el pulgar, la olió dos o tres veces y se la estampó a Modesto en las narices mientras le decía: ¡esta noche te vas a conformar con una sola fragancia... y no tendrá nada que ver conmigo! A continuación, se levantó, cogió el abrigo y se largó corriendo mientras gritaba —para regocijo de la clientela que alcanzó a oírla— ¡vete a tomar por el culo y que te la chupe ella!
II. El niño sándwich
El segundo es el primero de los perdedores.
Ayrton Senna
Verano
Los años siguientes se sucedieron con tediosa monotonía mientras el negocio de la chatarra era cada vez más próspero; Ton ya llevaba tres comprando inmuebles y construyendo edificaciones, según él a cuál mejor, y la economía, en general, marchaba a todo ritmo. Parodiando el eslogan de un político de turno todo se reducía a una frase: ¡el país va bien!
Los consejos de administración eran un festejo donde se celebraban los memorables resultados de todas las compañías, a excepción del equipo de fútbol, cuyas pérdidas consideraba Sam como su particular contribución en beneficio de la sociedad, de lo que le gustaba vanagloriarse diciendo que cada uno debía ganarse el pan, pero que él se encargaba del circo.
—GR—preguntó Sam—. ¿Cómo ves la situación de la economía?