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vienen aquí y se piensan que pueden hacer lo que quieran. Nos quitan el trabajo y encima estos hijos comunistas tuyos los defienden.

      —Pero papa, si no hemos dicho nada.—le respondió mi hermano. Me miró con cara de qué coño le pasa al viejo.

      Me reí y seguí comiendo.

      —O como tu amiga Pilar, que ha tenido que vender el piso porque se ha llenado el barrio de moros.

      —Ya, pobre mujer, que no podían ir las niñas solas por la noche. Encima tiene un bar de esa gente al lado de la portería y es un sinvivir.

      —Pues lo que yo te decía Núria, que aquí no cabemos todos. No respetan nada, y así no se puede vivir. Además, no hacen falta, no sé por qué siguen viniendo si no los queremos.

      Estuve a punto de responderle pero no valía la pena. Eso es algo que no ha cambiado, cada día es más facha. Coño, ya se podría deconstruir mi padre, como dicen las amigas de Júlia y cuatro imbéciles postfeministas más. Acabé de comer y me metí en el cuarto

      —¿Ya te vas, hija?

      —Déjala, Núria, siempre hace igual.

      Entré en la habitación medio dormida. Cerré la puerta y me volví a tumbar en la cama. Miré el móvil. Eran las tres de la tarde pasadas y Júlia no había respondido. Me puse a dormir un rato, no me apetecía quedarme despierta rayándome la cabeza por ella.

      Hacía días que tenía un nudo en el estómago que me impedía comer o respirar con tranquilidad. Estaba tan ansiosa por verla que perdía interés por todo lo demás. Hasta me costaba salir de mi cuarto.

      Cuando desperté ya era de noche. Cogí el móvil.

      Miguel

      A las 8 vamos a por ti. Cenamos por ahí.

      Leí el mensaje de mi colega y me metí en la ducha. Al salir Júlia seguía sin responder. Le pregunté a Carlos si iba a poder salir pronto del trabajo; tampoco dijo nada. Me vestí, me sequé un poco el pelo y me largué pitando. Miguel y Sofía ya me estaban esperando abajo.

      —Qué pasa tío.

      —Hola, Ale.

      —¿Cómo estás, Sofía?

      —Bien, como siempre tía. ¿Y tú?

      —Pues mareada, nunca duermo la siesta y no me ha sentado bien.

      —Eso es quejarte por quejarte, Alejandra. Tenemos que ir a buscar a Mónica.

      Miguel arrancó el coche y en cinco minutos estábamos metidos en la Ronda Litoral. No tardamos en llegar al centro comercial donde trabajaba Mónica. Nos metimos en el parking y esperamos a que saliera.

      —Pues pensaba que Mónica no iba a venir.

      —¿Por qué lo dices, Ale?

      —No sé, Miguel, es que Mónica es tan rara…

      —A ver, rara eres tú, tía, no me jodas.

      —Sofía, no te metas con ella.

      —Lo digo en el buen sentido. Perdona, tía, es que Mónica más que rara me parece estirada.

      —Ya…

      —Mónica ha venido porque le gusta Alejandra.

      —¿Qué dices, Miguel?

      —Ale, cuéntale lo que te dijo el otro día…

      —Estábamos en Razz.

      —Hostia, ¿el sábado pasado?

      —Sí, claro, cuando salimos todos; estábamos allí y comenzamos a beber un huevo con Irene. Vosotros dos no sé dónde coño os habíais metido.

      —Seguro que Sofía estaba fumando y ya sabes que siempre me arrastra con ella.

      —Era eso, fijo. Total, que aprovechamos una de esas que Jordi se había ido a conocer un tío del Grindr a otra sala para que Mónica nos invitara a unos chupitos, porque dice que Jordi es un jeta y que no vuelve a invitarle más. Y, no sé cómo, acabamos Mónica y yo en el baño y va y me suelta que hace unos años había estado enamorada de su profe de baile, que se había sentido muy atraída, que la admiraba y no sé qué mierdas más.

      —Ya, ¿pero qué tiene que ver eso contigo?

      —Espera Sofía, ahora llega lo mejor. Me dice que ahora le estaba pasando igual conmigo y la tía coge y se acerca para besarme. Yo me aparté como pude y le dije que las dos teníamos novio y que no era plan, claro. Pero vaya tela.

      —Joder, pues sí.

      —Igualmente, Ale, te la tienes que pinchar.

      —¿Qué dices Miguel? yo a Mónica la respeto un huevo.

      —Callaos, que ya viene.

      Mónica entró y dejó la mochila en el asiento que había entre las dos. Otra que estaba com un llum2.

      — ¿Mucho trabajo en la tienda?

      —Nada, qué va.

      —Pues es viernes, qué raro.

      Sofía, que iba en el asiento de copiloto, se volvió para vernos.

      —Mónica, ¿sabes dónde vamos?

      —Ni idea, yo he venido porque me lo dijo Alex.

      —Vamos a una fiesta de comunistas, lo que no hagamos por ti…

      —Son las fiestas de mi pueblo, joder.

      —No entiendo por qué le llamas pueblo a Badalona, pueblo es lo mío en la Ametlla.

      —A ver, Badalona es como un pueblo, Mónica. Nos conocemos todos.

      —Eso sí.

      —Lo de la Ametlla ya tiene que ser una puta mierda de pequeño, tía.

      —Si vamos a la fiesta esa de los tuyos, subiré Instastories para que luego no me digan que soy de derechas.

      —A ver, Mónica, muy de izquierdas no eres.

      —Miguel, no te confundas. Yo soy tradicional pero muy abierta de mente, una cosa no quita la otra.

      —Y tan abierta…

      —¿Qué has dicho?

      —Nada, nada…

      Mónica insistió y Miguel le soltó que era una puta reprimida. Mientras se peleaban miré el móvil a ver si Júlia me había dicho algo.

      Júlia

      Cuca, com estàs?

      Bloqueé el móvil. Sentí una punzada en el estómago.

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