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Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
Читать онлайн.Название Historia de la República de Chile
Год выпуска 0
isbn 9789561424586
Автор произведения Juan Eduardo Vargas Cariola
Жанр Документальная литература
Серия Historia de la República de Chile
Издательство Bookwire
Entre los ríos Choapa e Itata la aridez de la depresión intermedia contrastaba con la mayor humedad de las dos cordilleras, donde se encontraban tupidos bosques. Pero el sostenido proceso de construcción de canales, el aprovechamiento de las nuevas tierras bajo riego y las facilidades para el transporte gracias al ferrocarril cambiaron durante el siglo XIX la fisonomía del paisaje de la depresión intermedia y de sus valles de suelos más profundos. Después del terremoto de 1822 comenzaron a regarse los áridos llanos del Maipo gracias al canal de San Carlos, lo que provocó una impresionante alza del valor del suelo entre la capital y Rancagua, y una expansión de la superficie agrícola8. Hasta Curicó se extendía en 1874 la zona cultivada, y al sur de esa localidad la vegetación natural cubría las riberas de los ríos y las quebradas, donde aún se veían cactáceas9. Tanto el cultivo de nuevas tierras como la necesidad de proveer de combustible al ferrocarril —que utilizó la leña hasta después de la guerra del Pacífico10— conspiraron para eliminar las masas boscosas de bellotos (Beilschmiedia berteroana)11, de bellotos del norte (Beilschmiedia miersii), de lingue (Persea lingue), de quillay (Quillaja saponaria), de pataguas (Crinodendron patagua), de peumos (Cryptocarya alba); de boldos (Peumus boldus); de litres (Lithraea caustica) y de muchas especies más, cuyas poblaciones encontraron refugio formando bosquetes en quebradas y en las laderas de ambas cordilleras.
El transporte de cabotaje y el ferrocarril permitieron en la segunda mitad del siglo XIX un continuado abastecimiento de madera y de leña a los centros urbanos, en especial a Santiago, lo que constituyó un importante factor en la reducción de los bosques. Además, la ampliación de la red ferroviaria originó una demanda de durmientes, que provenían generalmente de los robles12. Así, por ejemplo, Ángel Custodio Gallo, minero de Copiapó y accionista, con su familia, del ferrocarril de Valparaíso a Santiago, tuvo una flota de siete veleros destinados exclusivamente al transporte de durmientes desde Constitución, Curanipe y Llico para la mencionada vía férrea13.
Los campos que iban quedando despejados en las terrazas marinas costeras de la zona central fueron utilizados para cultivos de secano de cereales y legumbres, pero los terrenos que no tenían aptitud para ellos se destinaron a la explotación ganadera extensiva, con énfasis en la ovejería14.
También desaparecieron de la zona central algunas herbáceas como el pangue (Gunnera tinctoria), utilizado durante la colonia y parte de la república para curtir los cueros, hasta que fue reemplazado para ese fin por la corteza del lingue. De la abundancia del pangue, en especial en las quebradas y en los sectores húmedos, da prueba la toponimia.
Se acepta como verdad inconcusa que a la llegada de los conquistadores se extendían espesísimos y a menudo infranqueables bosques desde el sur del río Laja hasta el extremo austral del país. En verdad, ellos se encontraban en las laderas de los cerros y en los piedemontes andino y de la cordillera de la costa, en tanto que los sectores llanos estaban en general despejados, lo que ocurría en la zona de Concepción, en Arauco, en la región entre los ríos Itata y Toltén, al sur del cual había un espeso bosque, en el río Cautín, y al sur de Valdivia, territorio dotado de extensísimos llanos15. Todos los testimonios indican que muy pronto, junto a la ocupación de las tierras planas, se inició el aprovechamiento del bosque para la obtención de madera. Pero parece evidente que de esa labor no se siguió la desaparición del bosque nativo. Un extranjero, Edmond Reuel Smith, que recorrió la zona araucana a mediados del siglo XIX desde Negrete a Quepe, tenía la convicción, probablemente exagerada, de que la costumbre de los indígenas de “quemar todos los años los pastos estaba destruyendo rápidamente las selvas del sur de Chile”16. Es muy posible que al desaparecer la presencia de los españoles en la Araucanía después del alzamiento de 1598, muchos de los terrenos despejados que en algún momento se destinaron al cultivo desarrollaran renovales, con la consiguiente reconstitución de los bosques. Pero es innegable que en la región austral coexistieron bosques y extensos llanos, como para el sector de Osorno y La Unión lo subrayaron, entre otros, Charles Darwin y Vicente Pérez Rosales17.
La progresiva ocupación de la Frontera implicó un desarrollo del cultivo del trigo en el siglo XVIII, aunque, por los problemas del transporte, solo se hacía en sectores próximos a los puertos. En la segunda mitad del siglo XIX la demanda por dicho cereal le proporcionó un enorme impulso a su cultivo. Esa actividad, realizada con maquinarias modernas, suponía una previa preparación de los terrenos. Esta consistía, en primer lugar, en el “floreo” de los bosques, es decir, el aprovechamiento de las especies maderables, y a continuación, mediante la acción del fuego —los “roces”—, se procedía a la limpieza de los potreros. Una larga labor posterior de destronque, con la consiguiente desaparición de la flora nativa, dejaba el suelo en disposición de ser arado y sembrado. Un cuadro parecido se produjo con la ocupación de las tierras al sur de Los Llanos hasta Puerto Montt, en la que los incendios forestales desempeñaron un papel fundamental, como lo relató detalladamente Vicente Pérez Rosales18. Por cierto que no todas las labores de despeje se tradujeron en ganancias para los cultivos agrícolas, como quedó de manifiesto en el sector entre Puerto Varas y Puerto Montt, por no ser las tierras aptas para los cultivos, o en grandes sectores de la cordillera de la costa, que muy pronto fueron víctimas de la erosión19. Tan grave como lo anterior fue que la tala de los bosques favoreció la invasión de la franja costera por las dunas, según al concluir el siglo XIX el naturalista alemán Federico Albert lo puso de relieve respecto del departamento de Chanco20. Y no deja de sorprender que la preocupación que existía en el siglo XVIII en las autoridades ante la corta de la palma chilena para la obtención de miel no se reprodujera en el siglo XIX frente a la paulatina eliminación del bosque nativo. Cabe sospechar que semejante actitud fuera otra muestra del ansia por el progreso: sustituir la selva hostil, enmarañada y peligrosa por potreros ordenados, bien sembrados o con empastadas que alimentaran a grandes masas de ganados.
Coincidió con ese proceso de reducción de la flora nativa la introducción de especies vegetales nuevas, como el álamo, que por su adaptación a los suelos